.Ilaria.
Finalmente, el invierno se despidió. La nieve se evaporó, el frío se desvaneció. Las hojas de los árboles comenzaron a mostrar su verde más vivo que nunca, las flores florecieron cerca del tercer día de primavera.
Frente a su ventana ya no veía gruesos copos de nieve blanca, sino ojas frescas moviéndose de un lado a otro con el viento.
Su habitación en el palacio Bélhicuz no era tan diferente a la suya en el palacio de Ikary o en Armar. Quizá más pequeña, pero nada fuera de lo común.
Habían llegado la tarde del día anterior. Pero no había salido de su habitación desde que había visto Bélhicuz. El mismo palacio era como una imitación escaza a los palacios de Ikary y Armar. Una estructura con muros de pierda y ladrillos, diferentes torres y varios pisos de altura. Más pequeño que un palacio, más grande que una casa noble. Tenía el conocimiento de que contenía en su interior un gran salón donde se llevaría acabo su boda esa tarde. Aunque no se había dignado a conocer aquel salón.
Observaba su reflejo en el espejo. Un reflejo que la abrumaba contundentemente.
No sabía que era, podía ser el vestido color blanco, o lo que simbolizaba; su ruina. Aquel vestido había necesitado varios meses de confección. Hecho a la medida. Era completamente de ensueño. Un escote recto escondía su torso con varios diseños de flores de diamantes, mientras que sus brazos y parte de sus hombros eran cubiertos por sus mangas de tela transparente adornado con encajes. Dejaba ver descubierta su espalda, también por los encajes; dónde bajaba por toda su columna una fina hilera de botones. La falda, sorprendentemente, era algo que parecía agradarle, dadas las circunstancias; era completamente sencilla, nada abultada, con los mismos diseños de flores y encaje con una cola larga que se retrasaba en su caminar.
Le sorprendía lo bien que había sido confeccionado aquel vestido, pese a la adversidad que venía con él.
La mitad de su cabello que no yacia recogido caía por sus hombros lleno de hondas castañas. Su rostro enmarcaba plena naturaleza, aún estando levemente maquillada. Había sido su petición, jamás había sido tan extrafalaria, y no lo sería ni en el día de su boda.
Las argollas que colgaban de sus oídos eran diminutas, lo más pequeño que llevaba. Incluso más pequeñas que el anillo que ahora llevaba en su mano derecha, no podía llevarlo en la izquierda.
Esa visión de ella misma era algo que hace mucho tiempo creyó que podría impedir, que podía haber llevado acabo el plan que la llevó a ese lugar. Pero había fallado, y ahora debía pagar por ello.
Astrid, sentada en la cama, la observaba a través del espejo antes de levantarse y pararse a su lado. Su rostro parecía cauteloso, y preocupado.
—¿Te encuentras bien?—preguntó en voz baja.
Ella suspiró pesadamente.
—Tan bien cómo puedo sentirme en esta situación—respondió apagada—Es mi deber, y debo aceptarlo.
Estaba resignada. Sabía que, a menos que un milagro ocurriese, no tenía escapatoria.
Ambas permanecieron en silencio hasta que oyeron tres golpes a la puerta de la habitación. Tenía el presentimiento amargo de que se trataría de Hizzan. Pero cuando vió quien entró luego de gritar "Adelante", casi estallaba de felicidad.
Su tío entró en la habitación. Ella tubo que sostener su vestido para poder girar hacia él. Iba vestido tan elegante como siempre, aquel atuendo tan masculino en color negro, y su capa real color verde oscuro. Su corona de puntas iba reluciente sobre su cabeza emanando un resplandor plateado con ayuda de las joyas que llevaba incrustada. Se acercó a ella obsevandola, con algo de asombro y pesar. Llegó frente a ella y tomó sus mano paternalmente.
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LA ESPOSA DEL REY {Los Cuatro Reinos #1}
FantasyNi ser llamado valiente justifica las heridas, ni vivir como un cobarde garantiza paz. Las cicatrices que verdaderamente importan no están en la carne, sino en el alma, donde el dolor es silencioso pero insoportable, y cada latido es un recordatori...