.Ilaria.
En el momento en que la armada estuvo preparada, no perdió el tiempo y se puso en marcha.
Su cabeza daba vueltas, sus manos no dejaban de temblar por la cólera, su pierna se movía inquietantemente de arriba a abajo. El carruaje andaba presurizadamente tal como ella lo pidió. Según las indicaciones de Dyron, llegarian al palacio en unos minutos más.
Al oír todo el escándalo que se formó en el palacio Bélhicuz aquella noche, Astrid salió de su dormitorio e insistió en acompañarla. Se encontraba sentada frente a ella a un lado de Dyron, a quien le había ordenado viajar con ella.
Se cambió su ropa de dormír, y se colocó el primer vestido que vio, sus zapatos y una capa.
Al salir de Bélhicuz no vió a Hizzan, y lo agradecía infinitamente. No tenía idea de lo que haria si volvía a plantarsele enfrente. Aunque no dejaba de preocuparle aquello, dada la angustia que mostraba el principe horas atrás.
—No puedo creer todo esto—murmuró Astrid sosteniendo su frente con su mano—Es tan atroz.
Ilaria guardó silencio mientras observaba los árboles pasar a través de las pequeñas rendijas de las ventanas.
—Pero...¿Qué pasa con su matrimonio?—preguntó Dyron.
Fue entonces que logró encontrar su voz.
—El incesto es un pecado, Dyron; si Hizzan resulta ser mi hermano, nuestro matrimonio quedaría anulado de inmediato—murmuró en un hilo de voz.
Sentía una presión en su cabeza como nunca en su vida. Casi igual o peor al dolor que sentía en su tobillo, que al menos era menos doloroso que el día anterior. Sus ojos le ardían con las lágrimas llenas de rabia que no había dejado de soltar, pese a que lo intentaba. Cómo nunca, podía sentir que el aire había abandonado su cuerpo, dejándola sin nada, sin fuerzas con las que levantarse. Se sentía derrotada.
Astrid parecía confundida, asombrada por todo lo que había oído. Parpadeba como tratando de analizar todo.
—¿Crees que exista alguna posibilidad de que Hizzan estuviera mientiendo?—preguntó finalmente llamando también la atención de Dyron.
Suspiró recordando lo que todo lo que Hizzan le había dicho. Recostó su cabeza al espaldar de su asiento.
—No lo sé. Por alguna razón, Hizzan parecia sincero—susurró escondiendo un pequeño sollozo que amenazaba por salir—Pero no puedo fiarme de su palabra. Por eso debo hablar con mi tío, es el único en quien confío.
—¿Cree que él sepa la verdad?—preguntó Dyron.
—Debe hacerlo, sino, no sabré qué más creer.
Cuando una gruesa lágrima rodó por su mejilla, soltó un enorme resoplido antes de tocar tres veces la madera del carruaje ordenando que se detuvieran.
—Dyron, que me den un caballo, cabalgaré el resto del camino—ordenó.
Dejó que Dyron bajara primero para que preparar a el caballo. Segundos después, él mismo la ayudo a bajar del carruaje, ya que a duras penas lograba caminar sola, y también la ayudo a subir al caballo. Astrid permaneció en el carruaje, mientras Dyron tomaba otro caballo y andaba a su lado.
Necesitaba salir de ese carruaje, necesitaba aire para respirar. El viento que golpeaba su rostro casi hizo que todo el peso que cargaba ensima se dispara. Aunque no era posible que lo hiciera completamente.
No habia pensado en otra cosa más que en todo lo que Hizzan le habia confesado. No quería creerle, Dattmon no podía ser su padre, Hizzan no podía ser su hermano, su madre no pudo enamorarse de ese hombre. No se explicaba como todo eso podía ser cierto. Nunca preguntó por su padre, creció con la simple excusa de que era un hombre cualquiera que había abandonado a su madre a su suerte luego de su nacimiento. Aunque sea similar a lo que oyó, no sabía qué era cierto y qué no. Jamás preguntó por él, nunca se interesó en saber si quiera su nombre; eso no le importó nunca. Porque siempre tuvo a su madre a su lado, su cariño y su protección; con ella se sentía segura, era todo para ella. Y cuando ella murió, su tío le dió todo eso y más; su tío fue lo más parecido a un padre para ella. Le dedicó los mejores años de su vida, la cuidó y la quiso tanto como quería al príncipe Ander, su hijo.
ESTÁS LEYENDO
LA ESPOSA DEL REY {Los Cuatro Reinos #1}
FantasyNi ser llamado valiente justifica las heridas, ni vivir como un cobarde garantiza paz. Las cicatrices que verdaderamente importan no están en la carne, sino en el alma, donde el dolor es silencioso pero insoportable, y cada latido es un recordatori...