Capitulo 32

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.Ilaria.

Los recuerdos de su boda no eran tan melancólicos como pensaba que serían. Recordaba sus votos, los aplausos de los invitados, su primer baile nupcial, el banquete; nada tan extravagante como ella pensaba que sería, o al menos así lo veia. Y lo agradecía en cierto punto. No quería nada ostentoso que le recordara el calvario que estaba atravesando.

Cuando la media noche empezó a caer había decidido dejar el festejo. Dejó a la gente que bailaba con jubilo excusándose por una malestar repentino. Pero no salió de aquel salón sin despedirse de su tío, quien le comentó que tampoco durarían mucho tiempo ahí y que, junto con su armada, volverían a Armar esa misma noche.

También recibió las felicitaciones del rey Dhoss, con quién se encontró antes de irse.

A quien no había visto desde la ceremonia había sido a Zadckiel, habia desaparecido de su vista. Le dolía no poder hablar con él como ella quería.

No le hizo falta excusarse con su ahora esposo, Hizzan solo la observó irse sin poner resistencia.

En su camino había encontrado a Astrid, quien la acompañó hasta su baño. Ya llevaban un par de horas ahí. Había decidido quitarse de una vez aquel vestido con el que ya comenzaba a afinaxarse. Tomó un baño en una bañera de mármol, dejando que el agua tibia hiciera un buen efecto con la tensión en su cuerpo. Ansiaba que eso aliviara el dolor de su cabeza y todos los pensamientos que tenía.

Cuando decidió salir, se puso su camisón blanco debajo de su bata de seda color crema. La mitad de su cabello húmedo caía a un lado de su cara mientras el resto permanecía en su espalda.

Permaneció sentada en un pequeño banco de madera, observando aquel amuleto triángular que solía llevar debajo de su vestido. Quiso esperar a quitarse aquel collar que le obsequió su tío antes de volver a colocarselo. Pese a todo, aunque el collar antes habia sido de su madre, era también un recuerdo de todo el dolor y sufrimiento que le había causado quien ahora era su suegro. Al igual que el amuleto de Aramis, quien había dado todo al defenderla de aquel ataque despiadado ejecutado por su esposo y sus guardias.

Perdóname, Aramis, no he podido completar la promesa que te hice. Me confíe demasiado, y ahora pago el precio por ello. Lamento no haber podido vengar tu muerte, ni la de mi madre.

Ese era su pensamiento mientras tomaba fuertemente el amuleto. No dejaba de sentir la culpa que por casi un año habia cargado en su interior.

Astrid se acercó a ella también vestida con su traje de dormir y una bata. Pero su cabello rojizo se encontraba atada en la parte baja de su cabeza.

—¿Por qué no vas a descansar? Ha sido un día largo—propuso en voz baja tomando un hombro de la princesa.

Ella asintió pesadamente, estaba agotada.

—Si, está bien.

Ambas tomaron camino por un pequeño pasillo que las conectaría al ala donde se encontraban sus habitaciones. Cuando estuvieron entre amabas habitaciones, Astrid se giró frente a ella.

—No quieres que me quede contigo, ¿Verdad?-preguntó abrazandose.

—Preferiría estar sola, quiero descansar.

—Bien, descansa—respondió acercándose a su habitación.

—Igual tú.

Cuando entro en su habitación y cerró la puerta tras ella todo el agotamiento se esfumó de un sobresalto de muerte. Por el susto tuvo que llevar una mano a su pecho al mismo tiempo que ahogaba un grito en su interior.

LA ESPOSA DEL REY {Los Cuatro Reinos #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora