Capítulo 1

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Entonces la diosa Luna habló a los humanos reunidos en el círculo

"He escuchado vuestras peticiones, y vuestra intención es noble. Preparaos, vais a recibir parte de mi poder, seréis mis valientes hijos de carne. No me deshonréis, sois ahora mis representantes en vuestro mundo, y sobre todo, no tengáis miedo. Yo estoy con vosotros."

Y así nacieron los brujos.

1er Tratado: Los Orígenes.

Desconocido.



Las dos hermanas caminaban despacio, sus pisadas apenas resonaban por la calle de irregulares piedras. A pesar de su lentitud, se veía que eran una fuerza imparable, nada conseguía detenerlas, ni el suave viento que movía sus capas, una roja y otra azul, ni las miradas de los escasos viandantes que se fijaban atónitos en los extraños atuendos de las dos muchachas. Recorrían las calles del casco antiguo de la ciudad, por eso apenas encontraban peatones, seguían un trayecto desconocido para todos.

Finalmente se detuvieron en una pequeña plaza, vacía, por supuesto. Los adoquines de piedra parecían un poco más regulares allí. Las casas que formaban las paredes de la plaza estaban deshabitadas, puertas y ventanas rotas lo demostraban, el escenario perfecto para una película de terror. Las hermanas no se habían movido desde que llegaron. Observaban, era difícil darse cuenta de ello, pero estaban observando. La mayor, vestida con la capa roja, miraba las calles que daban a la plaza, vigilaba que nadie pasase. La pequeña, envuelta en la capa azul, no apartaba la vista de los adoquines del suelo.  Seguía líneas imaginarias, invisibles a nuestros ojos, hasta llegar al centro geográfico de la plaza.

—Lo he encontrado —susurró a su hermana.

—¿Segura? —preguntó la mayor. Una sola mirada de su hermana la respondió.

Ambas echaron a andar a la vez, y se situaron rodeando el centro de la plaza. Ahora se podía apreciar una pequeña marca en el suelo, casi tapada por el polvo y la suciedad: un círculo con un punto en su interior. Al verlo, la hermana pequeña exhibió una sonrisa de suficiencia. Se dieron las manos y cerraron los ojos. Algo importante estaba a punto de suceder, estaba. La hermana mayor abrió los ojos de repente.

—¡Viene alguien!

No necesitó decir nada más. Las dos corrieron hacia una de las casas vacías. De una patada abrieron la puerta y se escondieron dentro, cerrando la puerta tras de sí, pero dejando una mínima rendija por la que podían ver quien las había interrumpido.

Dos hombres llegaron a la plaza. Ambos cubiertos con una gabardina negra hasta los tobillos y una capucha que cubría sus rostros. De estatura alta y complexión delgada pero fuerte. Desde el interior de las capuchas se oía una respiración entrecortada, igual que el sonido de un animal olisqueando. A pesar de su buen físico, se movían rígidamente, como si no se encontraran cómodos con sus cuerpos.

Las hermanas sabían quiénes eran esos dos personajes, más bien se tendría que decir que sabían qué eran. Con la fluidez con la que realizas una acción cotidiana, las hermanas desenfundaron sus armas. La mayor, se cargó un  carcaj lleno de flechas al hombro y tensó un hermoso arco de madera rojiza. La pequeña, desplazó su capa mostrando un cinturón cubierto por las fundas de doce cuchillos, y desenvainó dos, uno en cada mano. Cuando terminaron de armarse miraron de nuevo por el hueco de la puerta a los nuevos visitantes. Inspeccionaban la plaza, se comunicaban el uno con el otro a base de ruiditos y gruñidos, uno de ellos alcanzó el centro de la plaza. Se agachó y observó fijamente la marca del suelo, una lengua bífida negra se asomó desde el interior de la capucha, y una risita se extendió por su cuerpo.

Las Dos Brujas: HermanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora