Capítulo 11

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Y respecto a la ética para con los zaahros, no hay ninguna. El único comportamiento aceptable es acabar con ellos. Su existencia hace más daño a nuestra raza que su muerte. Se ha intentado la vía pacífica, la persuasión, ¡incluso el control! Nada ha funcionado, así que, la única opción asumible es la de que no quede ninguno de ellos sobre la faz de este nuestro mundo.

4º Tratado: Filosofía Bruja.

Abelard Sheidemann, brujo de la sabiduría.




Luxen y Gabe habían conseguido llegar hasta la azotea de un edificio no muy lejano. Se habían escondido entre los grandes ventiladores de los aires acondicionados de la construcción. El chico se limitaba a seguir las órdenes de la lince, la cual acababa de comunicarse con Liz y le había dicho el lugar en el que se encontraban y en ese mismo instante revisaba los alrededores en busca de enemigos.

—Parece ser que no hay peligro —le dijo al humano en un intento de tranquilizarle, cosa que no surtió mucho efecto—. Voy a comunicarme con lady Dolores, así Liz conseguirá refuerzos.

Esto último lo dijo más para sí misma que para el chico, entonces, Luxen apoyó sus cuatro patas en el suelo, y mirando hacia el cielo iluminó sus ojos de rojo. Gabe recordando que Galileo también podía hacer lo mismo pero con fuego morado, dedujo que los animales no eran simples compañeros, estaban unidos a su brujo de una forma muy íntima, tanto que compartían su fuego vital.

Pero a la lince apenas le dio tiempo de localizar la mente de su tía, porque en la azotea aterrizaron violentamente tres zaahros, mostrando unas macabras sonrisas repletas de dientes afilados.

Hoy ess nuesstroo díaa de ssueerte, heermaanoss —dijo el zaahro que estaba en el medio—, uuna gaatitaa ess lo úunicoo quee noss sseparaa de un nueevo guaardiáan de loss ssecretosss.

—Pues esta gatita os va a hacer morder el polvo. —Entonces se giró hacia Gabe y le miró aún con los ojos iluminados de rojo—. Mantente a cubierto, aprendiz. —Gabe asintió y se metió justo detrás de la estructura de metal que protegía a los ventiladores, de forma que no podía ver que estaba ocurriendo con Luxen y los zaahros, pero se lo pudo imaginar perfectamente.

Luxen, cuando vio a Gabe a salvo, se dirigió de nuevo hacia los tres monstruos y les soltó un bufido, a lo cual respondieron con sendos siseos. De repente, como si alguien hubiera soltado un pistoletazo de salida, los cuatro se lanzaron a la vez hacia delante en ataque. La lince contaba con una gran ventaja, al ser pequeña, los zaahros tenían que lanzar sus ganchos hacia el suelo, lo cual hacía que, en cuanto ésta los esquivaba, chocasen inevitablemente contra el pavimento, haciéndoles perder mucho tiempo al recuperarlos. Luxen aprovechó cada segundo de más que había obtenido hasta conseguir meterse entre las piernas de los seres, donde comenzó a soltar zarpazos y dentelladas a diestro y siniestro. Pero ese ataque era tremendamente peligroso, los zaahros ya no tenían que lanzar sus armas e intentaban golpearla directamente con ellas agarradas en las zarpas, además de que tenía que esquivar posibles patadas y pisotones. Finalmente fue alcanzada por un pie que de una patada la lanzó en contra de otra de las estructuras metálicas de la azotea, terminando tirada en el suelo entre gruñidos de dolor.

Bassta dee jueegueecitoss, gaatitaa —le amenazó uno de los zaahros.

—Tenéis razón.

Las Dos Brujas: HermanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora