Capítulo 9

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Uno de los más maravillosos dones que el fuego vital nos otorga es el de la sanación, presente en mayor o menor medida en todos los brujos, sin excepción. Como brujo sanador que soy no puedo evitar soltar alabanzas ante esta capacidad, ¡con la simple llama de un dedo podemos curar huesos rotos, hemorragias, envenenamientos...! ¡Casi todos los males del cuerpo pueden ser sanados!

3er Tratado: Sobre los brujos y sus características.

Giovanni Bianco, brujo sanador.




Liz no sabía cuánto tiempo llevaba tirada en la nieve, pero había conseguido reunir la fuerza suficiente para concentrar una pequeña llamita de su fuego vital en uno de sus dedos, el cual, pasó por todas aquellas heridas superficiales que notaba: su ojo amoratado, un corte en el labio, una brecha en la ceja... Así hasta que su rostro volvió a tomar una apariencia normal, como si nada hubiera ocurrido.

Al intentar incorporarse, casi se le escapa un alarido de dolor. Su brazo derecho colgaba inerte en un ángulo extraño: se había dislocado el hombro. Respirando profunda y sonoramente cogió una esquina de su capa y la metió en su boca para poder morderla, entonces, tomó su brazo, y con un movimiento brusco y un chasquido por parte de la articulación, éste volvió a su sitio. En el momento que lo colocó un terrible grito salió de su boca pero quedó amortiguado por la tela que mantenía fuertemente mordida. Consiguió invocar brevemente otra llamita azulada y la pasó por su hombro para intentar reducir al menos un poco el dolor.

El fuego apenas duró unos segundos encendido, la bruja se había quedado sin energías de nuevo. A pesar de que había curado las heridas más superficiales, aún tenía serias heridas a lo largo de todo su cuerpo que le robaban cada pequeña porción de energía que lograba recuperar: sus costados palpitaban dolorosamente en cada respiración que realizaba por el remate a base de patadas que había recibido, el hombro a pesar de recuperar su localización normal aún era otro importante foco de dolor, añadiendo además toda una serie de golpes por el resto del cuerpo.

Pero Liz no podía quedarse ahí. Haciendo de tripas corazón se levantó como pudo, sujetándose las costillas, que a cada movimiento dolían un poco más, y manteniendo el anteriormente brazo dislocado completamente inerte. En ese terrible estado, se enfrentó a la ventisca, y se dirigió hacia el punto donde el entrenamiento terminaba. No supo cuánto tiempo estuvo caminando, minutos, horas, le daba igual, sólo tenía que llegar allí, enfrentarse a su capitán y podría volver a casa. Estaba acostumbrada, lo había vivido ya decenas de veces.

Por fin, distinguió a su escuadrón en la lejanía, y antes de que ellos la descubrieran a ella, soltó sus costados y empezó a moverse con normalidad, a pesar de la agonía que le enviaban todos sus nervios. Los ignoró hasta llegar delante de su capitán, el cual temblaba de furia.

Estuvo gritándola durante cerca de veinte minutos. Le gritó su incompetencia, le gritó su poca inteligencia, le gritó su falta de consideración para con sus compañeros. Todas las culpas que os podéis imaginar, y de las cuales ella no tenía nada que ver, fueron nombradas una a una por su capitán y cargadas en la destrozada reputación Liz. Pero ella ya estaba acostumbrada: sabía perfectamente que a ojos de todos era una inútil, una fracasada, una marginada, no era más que una asquerosa...

—¡Y POR QUÉ DEMONIOS SE TE OCURRE HACER BRILLAR TU FUEGO VITAL EN UN EJERCICIO DE SIGILO! ¡¿PUEDES EXPLICÁRMELO?! ¡¡PORQUE NO LO ENTIENDO!!

Las Dos Brujas: HermanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora