Capítulo 21

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Las especies de otros planetas no son enemigos. Son compañeros, amigos, hermanos. Debemos tratarlos con la misma dignidad y respeto con la que trataríamos a un hermano brujo.

2º Tratado: Organización, Leyes y Costumbres.

El Consenso de todos los brujos.




Gabe flotaba sobre la hermosa selva. Y la vista era espectacular, si no fuera porque un bicharraco volador era lo que le hacía sobrevolar la gigantesca jungla. Unas zarpas de color azabache atenazaban sus hombros, lo llevaban sin aflojar su agarre hacia un sitio desconocido.

Volaron con el sol bien alto por encima de ellos hasta que, en la aparentemente impenetrable jungla, se abrió un claro entre los árboles. Entonces, el ser, abrió sus zarpas y dejó caer, literalmente, a Gabe en el claro. El chico soltó un alarido de terror cuando notó que la gravedad volvía a tener efecto, pero se sorprendió cuando la caída duró mucho menos de lo que esperaba; aunque el golpe se lo llevó de todas formas, haciendo que le dolieran todos los huesos por el impacto.

Cuando abrió los ojos y se irguió levemente, se dio cuenta de que el claro no era realmente un claro. Era una especie de cesta, a modo de nido, hecha con ramas y árboles doblados, pero de un tamaño gigantesco. En las paredes había agujeros que parecían cuevas, y el suelo de la cesta era como una plaza, un lugar de reunión.

Entonces los habitantes de ese nido empezaron a aparecer por todos lados: saliendo de los agujeros y entre las ramas, o directamente aterrizando como lo había hecho él, solo que sin estamparse contra el suelo. Estos seres se podían definir como una mezcla entre cuervos y personas. Su cuerpo era como el de un humano normal, aunque más altos, pero luego, su piel era negra y brillante como el azabache, y bueno... Tenían dos pares de gigantescas alas de plumas negras a sus espaldas. Las plumas de las alas se extendían hacia los hombros y terminaban un poco antes de los codos para dejar ver su piel. Luego sus piernas también estaban cubiertas por completo con plumas, y en vez de pies, tenían un par de garras afiladísimas, y las cuales Gabe reconoció como las que le habían llevado hasta ese lugar.

Su expresión era feroz, tanto la de los hombres como la de las mujeres. Contrastando demasiado con su piel negra, sus ojos eran de tonalidades amarillas o anaranjadas brillantes, y miraban con odio a Gabe, como el intruso que era y el peligro que les suponía. Su pelo largo y negro estaba peinado en gruesas rastas, y mientras los hombres lo llevaban recogido en simples coletas, las mujeres lo llevaban suelto y decorado con aros de metales brillantes. Su única vestimenta eran unos taparrabos de cuero marrón, con algunos símbolos pintados en color azul, y por supuesto no faltaban las armas entre los hombres. La mayoría llevaban lanzas rudimentarias decoradas con las mismas plumas negras que los caracterizaban, aunque Gabe alcanzó a ver algún que otro arco.

—¡Crotarq!—le gritó un hombre que estaba justo a su lado. Gabe tembló de miedo, su lenguaje parecía más un graznido que palabras, y no había entendido nada de lo que le había dicho.

—Lo siento.... Yo...— intentó hacerse entender Gabe. Pero el hombre cuervo al ver que el chico no se levantaba le asestó un golpe con la base de su lanza en la cara. El humano notó en seguida como la sangre empezaba a correr por su rostro, le había roto la ceja.

El hombre cuervo gritó de nuevo la misma orden. Y como Gabe seguía sin entenderle, se preparó para golpearle de nuevo. Pero entonces un grito desde uno de los agujeros de las paredes lo detuvo justo a tiempo.

Las Dos Brujas: HermanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora