Capítulo 18

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Los animales de fuego que viven en nuestro interior, que pueden llegar a ejercer un control absoluto sobre nuestra voluntad. Ellos son nuestra magia más poderosa.

Los Capítulos Ocultos: Del 3er Tratado.




Había pasado ya una semana desde que estuvieron en el clan de los brujos mentalistas, y, sorprendentemente no había pasado nada. Ni una sola visita de los lores del consejo, ni una sola regañina por parte de la tía Dolly, ni una sola pelea en casa de las Lionheart. Todo se había sumido en una inquietante calma. Ese tipo de calma que precede siempre a una tormenta, y que sabes que cuanto más se mantenga, más fuerte será la tempestad.

Pero la vida seguía. La tía Dolly casi siempre estaba desaparecida por sus obligaciones de líder de clan, Alex y Liz seguían yendo a sus clanes todos los días y Gabe continuaba con su aprendizaje. Además, aprovechando que no tenían ninguna visita, Liz había intensificado los entrenamientos de Gabe, y esta vez no mostraba ni una sola pizca de amabilidad. Es más, parecía que cada día estaba más y más enfadada, si acaso era posible. A ratos Gabe quería contestarla, y saltar ante sus continuos ataques, pero entonces recordaba su realidad y callaba. Después de saber lo que sabía, no podía contestarla como hacía antes. Simplemente se sentía demasiado mal.

-¡Tira más fuerte!

Gabe tenía atado a la cintura una cuerda que arrastraba un peso enorme y se dedicaba a correr lo más rápido que podía llevando eso detrás. Por lo visto no era lo suficientemente rápido. El chico intentó aumentar el ritmo, pero fue incapaz. Acabó cayendo al suelo sobre sus manos y rodillas.

-¡Levántate! -ordenó Liz.

-No puedo... -susurró el chico en respuesta. Estaba resollando, apenas podía vocalizar.

-¡No me importa! ¡Levántate y sigue corriendo!

-Te he dicho que no puedo... -Gabe se tumbó finalmente al suelo. La bruja, completamente enfurecida se acercó a grandes zancadas hacia él, hasta que estuvo a su lado y agachándose, le agarró por el cuello de su camisa.

-Como no te levantes, mañana te vas a tirar todo el día corriendo, sin un solo minuto de descanso.

-Bruja, de verdad, ¿es que no tienes compasión? -soltó Gabe en un quejido.

-¿Compasión? -Liz se carcajeó y seguidamente tiró del muchacho hasta pegar sus caras, mucho más enfadada de antes- ¿Crees que siento pena por ti? -susurró- ¿Crees que ese es un sentimiento que debas merecer? ¿Que cualquiera deba merecer? ¿Cómo crees que me siento yo cuando veo que nos miras con pena?

Gabe abrió la boca como si fuera a soltar alguna excusa, pero no tenía ninguna para ello. La cerró apartando la mirada de Liz.

-Lo siento -murmuró finalmente.

-¡Otra vez tu pena! ¡No quiero tu pena! ¡Para mí no significa nada! ¡No puedes sentirlo! ¡Nadie puede sentirlo! Para todos somos las pobres huerfanitas que viven con su tía, ¡pero nadie tiene ni idea de lo que en realidad se siente cuando pierdes a tus padres!

Gabe, seguía con la mirada apartada del rostro de la bruja, pero ya no por miedo ni por vergüenza. Una sombra de tristeza había cubierto su cara.

-Créeme, sí que puedo hacerme una idea.

En ese momento Liz se percató de ese pequeño detalle que llevaba toda una semana pasando por alto. Gabe también había perdido a su familia, no habían muerto, pero le había sido arrebatada de una forma igualmente injusta. Liz le soltó como si de repente su ropa estuviera ardiendo, y se separó de él, incapaz de mirarle por la vergüenza.

Las Dos Brujas: HermanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora