Capítulo 26

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Se aprueba por unanimidad del Consejo la persecución de aquellos hijos mestizos de humanos y brujos hasta nuevo aviso, por su peligrosidad y en prevención del daño que pueden hacer a toda nuestra sociedad.

2º Tratado: Organización, Leyes y Costumbres

El consenso de todos los brujos.




La luna refulgía indiferente iluminando el estadio, iluminando la arena, iluminando el cuerpo que yacía inerte rodeado de un charco de su propia sangre, oscura y brillante bajo el amparo de la noche.

Cuando el grupo de brujos que se hacían llamar guerreros se marchó, Gabe consiguió salir de su escondite. Recorrió los metros que le separaban de Liz como sumido en un trance, dando paso tras paso sin pensar, mirando la macabra obra que esos desalmados habían creado. Su mente estaba bloqueada: por lo que había visto, por lo que había escuchado, por el miedo certero de que ella estaba muerta.

Se tiró al suelo de rodillas a su lado, el corazón palpitándole fuerte a pesar de todo. Consiguió darle la vuelta y cogerla entre sus brazos. Gracias a la luna pudo verle el rostro: con los ojos cerrados, cubierta de salpicaduras de su propia sangre, y el pelo apelmazado a su alrededor. Le retiró el cabello con toda la delicadeza del mundo. Estaba roto por dentro, ella le había salvado tantas veces, y cuando ella le había necesitado, no había hecho nada. No había hecho absolutamente nada.

-Te dije que no era valiente -le susurró con una voz trémula- Lo siento, lo siento tanto Liz.

La apretó contra su cuerpo, en un abrazo que pretendía decir más cosas de las que podía. No volvería a soportar sus regañinas constantes, no volvería a verla en acción como la fantástica guerrera que era, no volvería a ver sus maravillosas sonrisas, esas que le hacían perder la cabeza y querer hacer lo que fuera necesario para volver a verlas. La apretó un poco más fuerte, y de repente, Liz se sacudió con un ligero estremecimiento de dolor.

Gabe se debatió entre el susto y la alegría. Entonces consiguió centrar el torbellino de pensamientos que era su cabeza en ese momento, para colocarla de tal forma que pudiera tomarle el pulso. Estaba tan seguro que estaba muerta, que ni se había molestado en comprobarlo. Apoyó sus dedos temblorosos en un lado del cuello de Liz, como su padre le había enseñado, y tras unos largos segundos en los que puso todo su esfuerzo en concentrarse, notó el pulso débil y lento de la bruja.

Seguía viva. Liz estaba viva. Casi no podía creerlo. Las lágrimas de alivio y felicidad empezaron a recorrer la cara de Gabe.

-¡¡MI SEÑORA!! -gritó una voz desde la puerta por la que Gabe y Liz inicialmente entraron. Orión se olvidó de los dos acompañantes que traía, y echó a volar lo más rápido que pudo hasta aterrizar al lado de los dos jóvenes.

Al ver a su joven ama tan herida empezó a soltar lastimeros chillidos de lechuza, el puro sentimiento de dolor convertido en sonido. Dos segundos después, Allan y Danniel llegaron también, silenciosos ante la macabra escena y su propio dolor.

Entonces Gabe se recompuso de su propio shock y fue capaz de pronunciar las palabras que nadie habría pronunciado ante esa escena.

-Sigue viva. Liz sigue viva.

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Los dos brujos guerreros salieron de la enfermería segundos después de haber soltado a su amiga. Orión, por el contrario, se negó a abandonar a su ama.

Las Dos Brujas: HermanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora