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—¿Mandaste el cuervo?

—Theon no contesta sus cartas.

—¿Y Robb?

—Son muy escuetas.

—¿Cómo está Bran?

—No volverá a caminar.

—¿Pero sigue estudiando, no?

—Sí, el maestre teme que su inteligencia lo supere.

—¿Y Rickon?

—Sigue al lado de su hermano.

—Ese niño apenas y existe.

—Es la costumbre: Jon está a la sombra de su hermano, Sansa está a tu sombra, Rickon a la de Bran.

—Jamás estuve a la sombra de mi hermana. De hecho, cada uno brilló por su cuenta, todos dejaron huella: Brandon, Benjen, Eddard, Lyanna, y por supuesto espero hacerlo yo.

—Ya lo hace, Señora, nadie se ha revelado ante los reyes en su propia casa.

—Debo abrir mis propias puertas.

—O entrar por la ventana.

—No es propio de su cuna hacer eso.

—Ni de la tuya codearte conmigo como igual, y henos aquí— ambas rieron.

—Llevamos un mes aquí, extraño Invernalia.

—Nunca habías salido, ¿verdad?

—No había tenido el honor.

—Y aún nos falta mucho por conocer— terminó de cepillar el cabello de su dama, comenzó a tejer una trenza como diadema—. Dicen que esto era nada, peor que nada, cuando el Dragón desembarcó, la ciudad creció en torno a él. Bueno, pues yo digo que no ha conseguido esplendor alguno, menos después de la Danza de Dragones.

—¿Hubieras montado uno?

—Lo dudo, eran bestias enormes, peligro y un día se le olvidaba a quién era leal.

—A Skoll no se le ha olvidado.

—Porque no lo persigo, viene a mí cuando quiere.

—Me sorprende que no lo hayan matado.

—Es demasiado escurridizo para ser asesinado.

—¿Y no te preocupa que lo vayan a envenenar en la comida o el agua?

—Él consigue su propia comida, es independiente.

—¿Sabes quién más muy independiente?

—Lo prefiero así a que se asemeje a su hermana mayor.

—Sansa no es mala.

—Sonsa, querrás decir. No vive enamorada del amor, sino de que un príncipe la rescate como debieron rescatar a Lyanna, ser delicada y perfecta, la belleza es subjetiva, sí, pero ella es tonta al creer en esos cuentos vagos. La reina Arya era el ideal de dama cortesana de su tiempo y del mío, pero sabía pelear, valerse por sí misma, era jinete, peleó en la Danza de Dragones junto a su esposo. ¿Sansa sería capaz de ir a capitulaciones? ¿Podría dirigir la campaña estratégica? Yo creo que no.

—Cada día más dura.

—Necesita un poco de firmeza, se la comerán viva, más aquí, con esta jauría de leones.

—Manada.

—¡Me entendiste!

—Lo peor es que los leones aún no se comen a su presa.

—¿Y crees que Robert no está a salvo?

—Ha bajado la guardia, está gordo, ¿dónde quedó el martillo?

—Si los Lannister están detrás del intento de asesinato de Bran y se descubre lo que haces, llegarán a la conclusión de que...

—Cersei ya lo piensa de mí.

—Deberías ir con Lord Varys.

—Ve a buscarlo.

—Ve con Lord Stark.

—Sí, que me vean paseando.

Alys sonrió a su reflejo, le gustaba que Lynara la peinara, limpiaba su rostro y le prestaba de sus vestidos. La Joven Loba decía que debían parecerse, por algo era su dama de compañía, para que las confundieran en caso de algún siniestro; sí, se escuchaba mal, quizá drástico, pero Alys Snow sabía que esa era una de sus tantas labores, proteger a su Señora, por ello siempre quiso aprender el arte de la guerra. Fue cuando encontraron Los Diarios de las Damas, donde se relatan algunos sucesos de la Danza de Dragones, guerra civil donde las mujeres también participaron, en lugar de solo ser espectadoras y simples damas en apuros, como se esperaba de su género.

—¡Arya! — llamó la dama de compañía de su tía. La arrastró de vuelta al castillo con los guardias siguiéndolas de cerca para llevarlas ante la Mano del Rey.

—¿Sabes que la mitad de mi guardia estaba buscándote? — Ned volteó a ver a la dama, quien solo veía hacia otro lado, como fingiendo no escuchar—. Me prometiste que no lo harías de nuevo.

—Dijeron que iban a matarte— habló Arya.

—¿Quién?

—No los vi.

—Alys, ¿sabes algo?

—No, mi Señor— reverenció mientras contestaba.

—¡No miento! Dijeron que encontraste al bastardo y que los lobos pelean contra los leones, y los salvajes... algo sobre los salvajes.

—¿Dónde escuchaste eso? — inquirió tratando de concentrarse en su hija y no en su hermana que estaba en la entrada.

—En los calabozos, cerca de los cráneos de dragones.

—¿Qué hacías en los calabozos?

—Perseguía un gato.

—Disculpe, Señor— entró un hombre y Arya reparó en su tía—. Un Guardia de la Noche quiere hablar con usted. Dice que es urgente.

—¿Cuál es tu nombre?

—Yoren, debe ser su hijo. Se parece a usted.

—¡Soy una niña!

—¿Lo envió Benjen? — intervino Lynara.

—Nadie me envió, mi señor. Busco hombres para la Muralla, alguna escoria de los calabozos que pueda servir para la misión.

—Oh, encontraremos reclutas para ti.

—Gracias, mi señor— Lynara extendió mientras la mano a su sobrina—. Pero no es por lo que lo molesto. Su hermano Benjen, es un Guardia de la Noche, lo que lo convierte en tan hermano mío como suyo. Es por su bien que cabalgué a toda prisa y casi mato a mi caballo, hay más hombres en camino.

—¿Disculpe? — sostenía la mano de la niña.

—Toda la ciudad lo sabrá mañana.

—¿Qué cosa?

—Es mejor que se lo diga en privado, mi señor.

—Alys, llévatela, por favor.

—Ve con ellas.

—Me quedo con usted, Lord Stark— se mantuvo firme.

—Jory, llévalas— ordenó Ned.

—Venga conmigo, mi señora, ya oyó a su padre.

—Vamos, Arya— aceptó a regañadientes la mano de la dama.

—¿Cuántos guardias tiene mi padre?

—¿En Desembarco del Rey? Cincuenta.

—No dejarán que nadie lo mate, ¿no?

—Téngalo por seguro, pequeña.

—Jory tiene razón, no lo vamos a permitir.

—¿Entonces?

—Se trata de su esposa, mi señor— ambos asintieron—. Apresó al Gnomo.

Lynara StarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora