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Lynara se vistió con esfuerzo, sintiendo un poco magullada la piel desde aquel día, con miedo a rozar siquiera con las yemas de los dedos, donde la tocaron aquellos hombres

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Lynara se vistió con esfuerzo, sintiendo un poco magullada la piel desde aquel día, con miedo a rozar siquiera con las yemas de los dedos, donde la tocaron aquellos hombres. Ya no llevaba vendajes y, por fin, su amada Alys tampoco. Esperó a terminar para apreciar mejor su imagen y le sorprendió, no le gustaba, desde ese día que ya no se sentía a gusto viéndose, pero no podía verse rota frente a su sobrina, ya suficiente sufría la niña como para agraviarla con sus penas. Alys Snow se paró detrás de ella y besó su hombro, la loba suspiró un tanto aliviada sabiéndola a su lado. No se imaginaba tener que dejarla ir.

—Las campanas suenan.

—Debemos ponernos a salvo.

—¿Crees que la ciudad soporte el asedio?

—La capital fue construida para eso. ¿Cómo sigue? — se encontraron con Sansa y Shae.

—Ha tenido días mejores— le murmuró al oído.

—Te conseguí esto para aminorar el dolor— le entregó la bebida y Sansa lo bebió de un trago haciendo una mueca—. Sí, nunca sabe bien.

—Lady Sansa, Lady Lynara, seguramente mi hermana las instó a ir con otras damas al Torreón de Maegor.

—Así es, mi señor, pero el rey Joffrey me mandó llamar para despedirlo.

—Sansa.

—Mi sobrino siempre ha sido un romántico— Lynara torció los ojos.

—Sansa, ven.

—Rezaré porque vuelva indemne, señor.

—¿Lo hará?

—Al igual que lo hago por el Rey.

—Cuídate, mi señora.

—Y tú, mi león. Lynara— buscó sus manos.

—Ya sanaron; tiene que ir a dirigir una guerra. Prometo cuidarla— vio a Shae—, estará bien.

—Algunos de esos chicos nunca volverán— dijo la susodicha cuando Sansa y Alys volvieron.

—Joffrey sí lo hará, los peores siempre viven— Lynara le sonrió a su sobrina.

—Creo que aquí vas a estar cómoda— Alys le dio otra bebida.

—No sé por qué me quiere aquí— murmuró Sansa—, siempre dice que soy estúpida, me odia.

—Quizás te odia menos de lo que odia a todos los demás.

—Lo dudo.

—Estás a salvo y eso debe bastar— Lynara tomó su mano entre las propias—, Robb vendrá por nosotras.

—Quizá está celosa de ti.

—¿Por qué lo estaría?

—Eso sí lo creo— espetó la loba.

—Sansa. Me preguntaba a dónde había volado nuestro pajarito. Qué adecuado: los hombres sangran afuera y tú lo haces aquí adentro.

—No, espera— Alys aferró la mano de su Señora.

—Sírvele a Lady Sansa algo de vino.

—Un mozo de cuadra y dos sirvientas intentaban huir con un caballo robado y unas copas de oro.

—Los primeros traidores de la batalla— dijo Cersei—. Que Sir Ilyn se encargue, pongan las cabezas en lanzas fuera de los establos como advertencia.

—En eso tiene razón, es lo mínimo que yo pediría— se alzó de hombros y Alys puso una mano sobre las de ella para tratar de aplacarla.

—Aún no empiezan.

—Si no vuelve, te lo traeeré— dijo a Shae, quien se mostraba impacible.

—¿Podemos elevar una plegaria a los dioses?

—Claro que sí, mi niña— y las tres se tomaron de las manos, ya que Shae no quiso unirse.

—Sansa, ven aquí, pajarito.

—¿Es enserio?

—¿Por qué rezas?

—Para que los dioses tengan piedad de nosotros.

—¿Incluida yo?

—Por supuesto, su Alteza.

—¿Incluido Joffrey?

—Joffrey es mi...

—Cállate, tonta, rezas para que los dioses tengan piedad de nosotros— espetó—. Los dioses no tienen piedad, por eso son dioses. Mi padre me lo dijo cuando me encontró rezando, mi madre acababa de morir, no entendía el concepto de la muerte, su propósito. Creía que, si rezaba mucho, los dioses me devolverían a mi madre.

—¿Su padre no cree en los dioses?

—Cree en ellos, pero no son de su agrado. Una para ella. Toma. Siéntate, bebe.

—Esto no se ve nada bien.

—Debí haber nacido hombre. Preferiría enfrentar mil espadas en lugar de estar encerrada con un grupo de gallinas asustadas.

—Son sus invitadas, están bajo su protección.

—Es lo que se espera de mí, es lo que se esperará de ti cuando seas reina de Joffrey. Si mi hermano condenado venciera, estas gallinas volverán a sus gallineros y dirán con orgullo que mi coraje las inspiró, les dio ánimos.

—Esa ebria...

—Lynara, por favor.

—¿Y si la ciudad cayera?

—Eso te gustaría, ¿no? La Fortaleza Roja debe resistir bastante lo suficiente para que vaya a las murallas y me entregue a Lord Stannis en persona. Si alguien más estuviera fuera de esas puertas, hubiera deseado una audiencia privada, pero es Stannis Baratheon— se acercó a la pelirroja—, tendría más probabilidades de seducir a un caballo. ¿Te sorprendes, pajarito? Las lágrimas no son las únicas armas de las mujeres, lo mejor está entre las piernas, aprende a usarla. Cuando la ciudad cae, estas delicadas mujeres serán violadas; la mitad de ellas quedarán embarazas de bastardos. Te alegrarás de tu flor, cuando a un hombre se le sube la sangre, cualquier cosa con tetas es buena, algo precioso como tú les parecerá muy bien: un trozo de pastel esperando ser comido.

—Es suficiente, ya oí demasiado.

—No vayas a intervenir.

—¿Podrías dejar de murmurar, bastarda?

Lynara StarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora