CUESTION DE SEGUNDOS

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capitulo 40





Justo ahora, sus pensamientos eran un mar tormentoso, iguales a los de su madre cuando estaba nerviosa y asustada al mismo tiempo. 

Era mitad de la noche, quien sabe que horas eran, puesto que ya llevaba varios días haciendo esto. Las constantes pesadillas apenas y lo dejan pegar el ojo por las noches, hacía este pequeño descargue con aquel pobre árbol que ya no tenía forma en su tronco de su apariencia anterior, era solo un pedazo de madera con un hueco.

Solo su respiración entrecortada era fuerte, por momentos se intercalaban con unos quejidos llenos de dolor. No se detenía hasta muy entrada en la mañana, se sabía el horario de cundo su hermana despertaba y de los demás por lo que problemas no habría si el llegaba o no a desayunar. Simplemente mentiría que se durmió cuando no era así, solo iría a casita e ingresaría por la ventana tomaría algo de comida de su tía antes de irse a su cuarto. Lo menos que desea es hacer ver sus manos a su madre o a alguien extremadamente ruidoso como cualquier integrante de su familia, solo crearía un caos innecesario del cual no tiene ni el más mínimo agrado de mentir y mucho menos explicar, es más seguro que los ignore creando más que problemas en casa.

Y eso, es algo que no lo desea en absoluto, más como siempre, arruinaba todo en un segundo, odia el cansancio extremo que siente en su cuerpo. Lamenta fallarle a las personas que quiere y lamenta haberlas lastimado, en consecuente, seguir haciéndolo. No quiere fallar, más nada sale como el quiere, siempre termina arruinándolo todo, literalmente.

Eso era su culpa.

Caminaba a casita, estaba un poco lejos de allí, que generalmente si iba a paso lento era de diez a quince minutos de caminata más o menos. De lo contrario como en la mayoría de las veces cada vez que se escapaba o deseaba alejarse un rato del mundo, llegaba en menos de esos diez minutos a su lugar ubicado en el lado este del pueblo, cerca de un cerro.

Sus manos le ardían un poco, pero eso no era lo que le dolía más. Sino el agujero vacío y pesado en el centro de su pecho. Eso era lo que más le hacía costar poder respirar y sonreír aunque sean fingidas.

—Camilo... —escuchó en un murmullo su nombre. Se giró hacía el bosque y no halló nada, más su cuerpo de forma inmediata sintió su piel erizarse.

Algo no andaba bien...

Escuchó ramas y hojas secas romperse alrededor de él entre medio de los árboles, siempre cerca de él. esto ya era una costumbre escuchar o sentir que lo estaban siguiendo, siempre tuvo esa paranoia, pero en los últimos tiempos, la sensación era completamente diferente. Casi lo estaba ahogando, sus manos se entumecían y sus miedos reinaban a flor de piel.

—Camilo ... —escuchó esta vez detrás de él lo que hizo que se girase de golpe. Sus venas transportaban a gran velocidad su sangre para todo su cuerpo —Camilo —repitió nuevamente, pero esta vez frente a él, casi como si tuviera a tan solo un metro de distancia. La voz que siempre lo llamó, era una mujer, esa mujer.

La que comandaba sus peores pesadillas y miedos que no le permitían descansar como alguna vez de niño lo hizo.

La vergüenza lo cubrió y no dudó en salir corriendo.

No quería verla, no quería saber incluso si era ella, solo quería escapar lo más pronto posible. Sus oídos no pudieron evitar escuchar ser llamado en repetidas ocasiones, por esa voz. Ni loco se iba a detener, solo correría sin medirse hasta llegar a casita y a la seguridad de su cuarto. Apenas vio a los metros su hogar, quiso bajar la velocidad, pues sabía que estaba seguro, y eso le dio valor para bajar la velocidad, pero tan solo un segundo que se detuvo, sus oídos escucharon las pisadas extras de otra persona, asustado se giró comenzando a correr. Entre la oscuridad logró distinguir la silueta de una persona, una que no quería saber que quien era, solo corrió devolviendo su mirada a casita quien le abrió la ventana y este la quiso atravesar más no sabe porque, pero su pie resbaló volviendo al suelo. 

Milagro de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora