EN SUS BRAZOS #50

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Capitulo 50


Los personajes no me pertenecen sino a disney. 

Disfruten





Su mente se dibujaba una y otra vez esa escena.

Ella no era mala

Ella no lastimaba a las personas, esa no era ella. Así no era.

¡Lo jura!

¡No es como ellos! ¡No quiere ser como ellos!

Corría como podía entre las personas del pueblo que la miraban intrigantes, algunos cuchicheaban y otros no comprendían de lo que ella estaba sintiendo o haciendo en ese segundo. Sus lágrimas esparcidas en sus mejillas, su mirada perdida en algún punto mientras sus piernas trataban de no tropezar en el correr desesperado.

Cuando pensó en lastimar siquiera a alguien, creyó que había superado todo eso. La gente la miraba correr de esa forma y más allá de preocuparse por a desfiguración de su rostro, las plantas carnívoras y otras espinosas crecían con cada paso que daba, los gritos que daban algunos por el tamaño descomunal y casi antropomórficas que tenía asustaba junto a los pequeños dientes y bocados que tiraban al aire al tener cerca las personas.

Julieta guardaba las cosas de forma tranquila, Agustín le ayudaba a guardar algunos platillos vacíos. Quedaron solo dos arepas del día, por lo general siempre preparaba en las mañanas alrededor de entre trescientas a trescientos cincuenta. Y a su lado preparaba ciertos remedios y ungüentos para heridas muchos más complejas. Su don si constaba en curar todo mal superficial, más nada siempre era completo, existía y tenía un límite.

Ella no podía curar enfermedades naturales del cuerpo. Había limites en su don.

—¿Crees que a Luisa le gusten los libros que le compré? —se preguntó el hombre del bigote mirando tres libros de tapa dura de diferentes colores. Julieta sonrió pensando en la ternura de su esposo con sus hijas.

Había salido del pueblo con su cuñado en la mañana después de que dejaran a Mirabel en la morada. No era la primera vez que salían, de hecho, esta era como la quinta o sexta vez que lo hacía. Siempre acompañado por supuesto de otros hombres del pueblo, les traía regalos para sus niñas y cosas que le parecían atractivas de otros pueblos, entre ellos comenzó a gustarle comprarse relojes de bolsillo, ya tenía casi diez de las salidas que se dio. No va a negar que cuando se dio esta primera idea, no pudo evitar preocuparse mucho, incluso se negó demasiado, tenía mucho miedo de que su esposo no volviera a casa sano y salvo. Esa era la primera vez que el dejaba el pueblo para conocer otros, uno que le llevaba de viaje en carreta casi todo el día, ahora está un poco más tranquila, el regresa muy feliz y tranquilo de afuera contándole de las cosas que vio y que habló con otros pueblerinos.

—Claro que le van a encantar Agustín... —expresó con sus ojos tiernos observando a su esposo mirar con nervios los libros.

—También traje un regalo para Toñito —dijo sacando un silbato de madera con forma de guacamayo.

—¡Oh vaya!

—¿Te gusta?

—Es bastante lindo, seguro que le encantará —lo miraba con mucho interés.

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