Capítulo 33

1.8K 222 7
                                    

Nuestro beso se extendió por largos minutos, en los que ninguno de los dos tenía intención alguna de separarse. Y es que es imposible no quedarme prendada de su boca, si es que sus labios son demasiado adictivos.

—¿Dónde vas a quedarte esta noche? —murmuró sobre mis labios, separándose lentamente de mí—. No tengo problema alguno con tenerte todas las noches en mi casa.

Esta vez fui yo quien robó sus labios, acercándome un poco más a él de ser posible. Amaro está haciendo un buen trabajo, enamorándome con cada acto y palabra que hace y dice. Enredada y a sus pies ya me tiene, pero en este momento donde mi cabeza está vuelta un ocho, una ilusión se está convirtiendo en mi único motivo de felicidad.

—Tampoco tenía intención alguna de ir con otra persona —le dejé en claro y me besó con más rudeza y pasión. 

—Es mejor irnos antes de que se nos haga más noche —murmuró sobre mi boca y se levantó a prisas, llevándome de la mano hasta el auto. 

La tensión se sentía en el aire, nuestras pieles transpiraban calor. El recorrido a casa fue corto y en silencio, mas no había necesidad de decirnos palabra alguna para conocer nuestros deseos más bajos. Mi piel ardía en llamas y mi corazón latía desabocado de anticipación, no solo a causa de sus besos que me saben a miel, sino también por sus intensas miradas y esas leves caricias que dejaba entre tanto en mi pierna.

***

—Ven, déjame ayudarte —Amaro me tendió su mano para ayudarme a bajar del auto, un hecho que me hizo morder los labios. 

—Gracias. 

Me ayudó a bajar del auto como todo un caballero, pero en cuanto quedamos frente a frente, me haló de un tirón hacía sí y se apoderó de mis labios sin darme tiempo siquiera de tomar un respiro. Me besaba con una urgencia que acababa con toda mi cordura, acariciando mi espalda con suavidad mientras me apretaba cada vez más contra su cuerpo. Su lengua se hizo dueña de la mía, en un roce tan exquisito y tentativo, que me tenía soltando finos jadeos que se mezclaban con la unión frenética de nuestras bocas.

Enrollé mis brazos alrededor de su cuello y acerqué todo su cuerpo al mío, queriendo unirme a él sin reserva alguna. No he podido dejar de pensarlo y de desearlo desde esa primera y única vez que estuvimos juntos, donde me desnudó de pies a cabeza y me hizo sentir que tocaba el cielo con las manos. 

Amaro nos guio a algún lugar de su casa sin despegarse de mis labios. No solo yo moría de ganas de besarlo, pues esa forma de robarme el aliento y la dureza que percibo en mis muslos me confirma que sus deseos por mí siguen estando presentes. 

Perdida entre sus labios, ansiando algo de aire en mis pulmones, pero sin deseos de dejar ir una boca tan deliciosa, sentí la suavidad de la cama. Nos despegamos por un instante, a tomar una bocanada de aire y a mirarnos a los ojos, quizás para tratar de confirmar si es lo que ambos queremos. En su oscura mirada el deseo brilla intensamente.

—¿Qué hiciste conmigo, mujer divina? —susurró, rozando sus labios en los míos con ligereza—. Me tienes a tus pies y completamente enloquecido.

Me besó sin esperar respuesta alguna de mi parte, intensificando mis deseos al recorrer sus manos por mi cuerpo. Acarició mi cuello con la punta de sus dedos, descendiendo con lentitud por el valle de mis senos hasta detenerse en el primer botón de mi camisa. 

Se deshizo de mi ropa con una ternura y lentitud que me provocaba escalofríos y me tenía muy sensitiva. Sus manos son tan suaves, grandes y calientes que, aunado a sus húmedos besos, me tienen delirando de placer y ansia.

—Te ves tan hermosa cuando estás desnuda en mi cama —dijo, incorporándose un poco para observarme mejor—. Eres perfección en todo el sentido de la palabra. 

—Si me sigues alagando de esa manera me vas a hacer avergonzar. 

—No tienes que sentir vergüenza alguna conmigo. Tú sabes que eres una mujer preciosa, yo solo te estoy diciendo lo que veo, siento y pienso de ti. 

—¿Y qué sientes por mí? —me subí sobre su cuerpo y puso sus manos en mis nalgas, mordiéndose los labios al tiempo que me apretaba contra su dureza y me hacía sentir un ligero corrientazo. 

—Me gustas mucho, eso ya lo sabías, ¿no? Que me haces sentir y pensar en tantos deseos malos y buenos que no te logras imaginar, pero no todo es sexual —me miró fijamente a los ojos mientras acariciaba mi piel con sus grandes y suaves manos—. Veo en ti una mujer fuerte, persistente y soñadora. Tienes un gran corazón y eso hoy en día es difícil de encontrar.

Jamás me habían dicho tales palabras y se siente tan bonito que te las digan, sobre todo cuando vienen de él.

—Agradezco a la vida por haberte puesto en mi camino —confesé, antes de robar sus labios y hacer lo mismo que él acababa de hacer conmigo, desnudarlo lentamente en medio de besos y caricias. 

Su piel rozaba con la mía mientras nuestros labios se perdían en un juego intenso de pasión y nuestras manos eran libres de acariciar todo aquello que deseaban. No podíamos dejar de besarnos y de tocarnos, era como si el mundo se hubiese detenido para nosotros y no lleváramos prisa alguna.

Eché la cabeza hacia un lado cuando descendió sus besos por mi cuello y parte de mi hombro, apretándome con fuerza contra su cuerpo. Me aferré de sus hombros y mordí mis labios al sentirme completamente húmeda y lista para recibirlo. La fricción de nuestros cuerpos y el roce de nuestras partes íntimas me tenía temblorosa y demasiado sensitiva, al igual a él que, entre cada beso y caricia, se tensaba y me besaba con más fiereza.

Dejó una estela de besos por mi hombro en dirección a mi cuello hasta volver a mi boca y besarme más pausado y profundo. Deslizó sus manos de mi espalda a mi vientre, acariciando mi piel sin premura alguna y con una suavidad que me hacía temblar.

Cubrió mis senos en sus grandes manos y los apretó con algo de fuerza, poco antes de masajearlos y torturarlos a su divino antojo. Pellizcó mis pezones y los tironeó como si de un caucho se tratara, encendiéndome a más no poder. Mi piel estaba tan sensible a causa de sus besos y sus atenciones que no podía dejar de gemir en un hilo de voz, deseando ser acaparada a profundidad y por completo. La presión que se acumulaba entre mis piernas se hacía cada segundo más intensa.

—Te gusta jugar conmigo, ¿no es así? 

—Me encanta —murmuró, succionando mi labio inferior al tiempo que pellizcaba mis pezones—. Me gusta ver cómo vas perdiendo la cordura. 

—Eres muy malo —gemí, aligerando la cadera y rozando con muy mala intención su pene—. Yo también puedo jugar igual de sucio. 

—Ah, ¿sí? —guio su mano más abajo de mi vientre y mordí mis labios—. Quiero ver lo sucia que puedes llegar a ser —sin previo aviso, adentró dos de sus dedos en mi interior, venciéndome por completo a los movimientos suaves que realizaba con ellos. 

  

  

  

  

  



Irresistible Tentación[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora