XIII: Primera nevada

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Las aves hicieron acto de presencia apenas el alba se asomó con sus dulces cantos, la habitación de Harry permanecía oscura a pesar de que las cortinas permitían ver el cielo junto a algunas copas de árboles, y en la chimenea pequeñas brasas iluminaban las paredes. 

En su adormecimiento, el cuerpo de otra persona se apegaba a él, de manera delicada y agradable. Louis se removió a los pies de la cama con cuidado al percibir el calor ajeno, mirando por sobre su hombro que ahora estaba desnudo ante la caída de la manta. Sus cejas se contrajeron, mientras que sus ojos eran bendecidos por la imagen que se presentó ante él: La mano de Harry rodeaba su cintura, sus dedos tocaban su piel por debajo de su ombligo y su rostro se escondía en medio de su espalda. Podía sentir la respiración suave del príncipe de cabellos dorados cosquillearle la dermis, sus dígitos deslizarse inconscientemente en el vello que se situaba en su bajo vientre. Corriente recorrió sus extremidades, dejándolo rígido debajo de la manta que lo envolvía. Su corazón dio un vuelco, para continuar latiendo más rápido que las alas de un colibrí al verse cautivado y embobado por la situación. Débil.

Clavó su mirada en las brasas, pensando en qué hacer. Harry lucía dócil detrás suyo, en calma. No recordaba haberlo visto de aquel modo en todos los días que estuvo rondando el castillo. Era como si por su mera presencia ahí, él se sintiera a salvo, permitiéndole dormir en paz. Era una barbaridad pensarlo, por eso, descartó la idea rápidamente y se levantó. Harry lo odiaba y nunca se sentiría seguro a su lado.

El calor del fuego que estuvo vivo durante la noche aún no se iba a pesar de reducirse a brasas, o quizás era él quien se sentía asfixiado. Evitando pensar más allá, refregó su rostro con ambas manos mientras el brazo de Harry caía débil a la cama, seguido de un quejido que salió de su garganta. Louis miró sobre su hombro al oírlo, encontrándose con el cuerpo del príncipe rodeado de mantas, sus rellenos labios yacían entreabiertos, mientras que sus rizos enmarcaban a la perfección su rostro. Era como un sueño, un maravilloso sueño encantado que se presentaba ante él. Louis frunció sus labios y maldijo en voz baja, apretando más la manta para que no cayera. Desde pequeño, algo dentro de él le incitó a ir donde Harry, quería estar a su lado todo el tiempo, ser su amigo para cuidarlo, pero las circunstancias nunca estuvieron a su favor, mucho menos ahora. Harry era un príncipe, y él, era el hijo de la sirvienta que intentó robar a uno de los herederos. Creer que en algún futuro obtendría su amistad era muy vil de su parte.

Suspiró, aplacando su ceño. Su rostro, sin el manto del rencor, volvió a aparecer después de años. No podía matar a Harry, no cuando lo tenía aquí, luciendo de esa forma mientras dormía. Avanzó a la cama y con su dedo le corrió un mechón de cabello. Jamás comprendería como es que un demonio como Alastor, pudo crear a un ángel como Harry, un chico que siempre le hizo sentir bueno cuando los adultos lo humillaban y apartaban de pequeño. Su nudillo viajó débil por la mejilla suave de Harry y se preguntó en cómo podían hacerle tanto daño, como él pudo hacerlo todas las semanas anteriores. Cómo un chico como él podía soportar el odio y perdonar como si se tratara de una pequeña broma. Tenía mucho que aprender, muchas vendas que sacar de sus ojos para ver el mundo real. El crudo y cruel.

Dejó de tocarlo y lo cubrió con el cobertor, diciéndose mentalmente que ya era suficiente y que debía irse antes de que Sebastian apareciera por la puerta.

🕯

La cama se sentía tan bien, que Harry no quiso pestañear, deseaba seguir durmiendo como bebé por toda la mañana y el resto del día, pero el recuerdo de la noche anterior llegó a su cabeza antes de poder impedirlo. Vestigios del encuentro con Louis alumbraron ante sus ojos: la caída bajo el árbol, él arrastrándolo por la nieve, Louis ahorcándolo contra el suelo. Fueron suficientes momentos para hacerle dar un brinco. Se sentó de golpe en la cama y miró a su lado, aterrado, pero ni Louis ni la manta estaban, nada más que el tenue olor de su perfume y el recuerdo de lo que fue fuego en su interior cuando estuvo encima de él, yacía flotando en la habitación. 

Crsálida (LS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora