XXXV: Una idea nefasta

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Un día antes de la boda, Louis tuvo que salir rápido de la habitación de Harry cuando fueron a levantarlo para ir al ensayo oficial de la ceremonia de Philip. A cuestas, se puso la ropa y salió somnoliento hacia el pasadizo mientras Harry lo quedaba viendo debajo de las sábanas.

—Nos vemos a la tarde —le susurró entre las almohadas. Louis lo miró desde la soledad del otro lado. Embobado. Le guiñó un ojo en respuesta y cerró la puerta. 

Tan rápido como lo hizo, las voces de los empleados atravesaron las murallas. Tranquilas y serviciales. Louis se apoyó en la pared unos segundos, por mera curiosidad en saber que era lo que hacían cuando el alba aparecía. 

Es un día maravilloso, ¿no cree príncipe? —era la voz de una mujer. Louis rio entre dientes al oír la pregunta, sin embargo, esta misma se fue apagando poco a poco cuando la voz suave de Harry se combinó con ellas. La sonrisa persistió, cálida.

A veces, Louis simplemente se sentía afortunado de haberlo encontrado.

—Si, lo es. Y espero que persista así todo el día.  

En su vientre notó un trémulo cosquilleo, uno que solo se avecinaba cuando escuchaba aquel vocabulario tan pulcro de Harry. Negó para sí mientras se mordía el labio inferior, era ridículo que el oírlo hablar tan elegantemente le volviera loco. A él, un idiota forastero. Cubrió su cabeza con la capucha y miró sus manos. En ellas, la tibieza y dulzura de la piel de Harry empapada por el agua de la bañera aun persistía. Su nariz recordaba a la perfección el olor del jabón en su espalda y rizos. 

Jamás había intimado en un baño, y en pocas palabras, fue como dormir en las nubes cuando el sol las calentaba. Y ahora, daría lo que fuera por estar enredado en las sábanas con él, pero había cosas que hacer, planes que echar a andar desde primera hora. Caminó por los largos pasillos desolados casi flotando, la cama del príncipe seguramente era capaz de arreglar hasta el dolor de huesos si uno se quedaba en ellas todo el día. Bostezó a medio camino y refregó su rostro con sus manos para disipar el sueño. Sin embargo, decidió en ese preciso instante seguir durmiendo unas horas más en la torre antes de que Philip y los invitados regresaran. 

Cuando llegó a la puerta final en la cocina, quedó estático ante la voz de las cocineras que se hizo presente, tres o cuatro hablaban alto, animadas sobre el matrimonio de mañana. Louis rodó los ojos y se apoyó en la pared. Si ellas estaban ahí, no podría salir hasta la hora de almuerzo. Volvió a bostezar y se cruzó de brazos. Si los milagros ocurrieran, necesitaba uno para irse a dormir ahora. 

Cerró los ojos unos minutos y dormitó parado en el pasadizo. Poco a poco el ruido se fue alejando y las señales de que solo la soledad lo acompañaba le hizo balancearse hacia adelante. Despertó de un brinco y pestañeó más rápido. Al hacerlo, la voz de Sebastian retumbó en la cocina, temblorosa y firme, la misma que recordaba de niño. 

—¿Todo está bien para el matrimonio de Philip? 

—Si, señor Sebastian. Tenemos todo cubierto para mañana. 

—Perfecto, perfecto. Así me gusta. 

Louis volvió a rodar los ojos. El rechazo que le tenía al viejo mayordomo aún estaba presente y dudaba que se disipara cuando la mayor parte de su sufrimiento fue causado por él. Podía tolerarlo, pero más allá de ello, el hombre solo era un desconocido más. Sebastian suspiró al otro lado. Louis pudo ver a la perfección su postura: manos detrás de la espalda, el bigote puntiagudo moviéndose de un lado a otro sobre su labio. 

—Teresa, ¿estas bien? —Inmediatamente Louis dio un paso a la puerta. Agudizó el oído para escuchar lo que la niña tenía para decir —. ¿Te parece ir a ordenar las habitaciones con Roxanne? 

Crsálida (LS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora