II: Ojos tristes en Do

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El sauce que descansaba en medio del jardín trasero mecía sus hojas de un lado a otro al compás del viento otoñal. El sol apenas alumbraba por las características nubes grisáceas de Ribëia cuando Harry se encontró mirando a través de los elegantes ventanales, contemplaba las hojas caer de los pequeños árboles mientras Sebastian, su mayordomo, arreglaba con paciencia su corbata color marfil.  

Había tenido una noche agitada después de la golpiza nocturna que le dio Erik por humillar a la princesa Alhelí en pleno baile. Que con solo recordar le hacía querer vomitar. Soñó que era capturado por alguien, un monstruo parecido a una sombra negra que corría por el bosque tras él. No había dormido casi nada, cerró los ojos durante leves lapsos y despertaba después, sobresaltado. Ahora, su cabeza dolía un poco, al igual que toda su mejilla. Harry se había mirado en el espejo en cuanto despertó, llevándose la mala sorpresa de ver su labio inferior con una leve cortadura en una esquina junto a una línea purpura sobre el pómulo. Erik golpeaba muy duro, incluso a él que era su hermano. Aleksi le había puesto polvo para ocultarlo, pero no sirvió en lo absoluto. Ahora lucia peor que el papel.  

—¿Necesita algo más príncipe? ¿Una pomada para sus heridas? —preguntó 

Sebastian, retrocediendo unos cuantos pasos hacia atrás para no incomodarlo. 

Harry observó el característico bigote de flecha sobre el labio superior del mayordomo. 

Sonrió con tranquilidad y negó con la cabeza arreglando la manga de su camisa. 

—Eso es todo. Puedes retirarte, muchas gracias —relamió sus labios con cierto pesar, sintiendo el gusto metálico por la herida. —, aunque ¿sabes si mis padres le dijeron algo a Erik o a Philip por lo de anoche? 

Sebastian hizo un sonido de negación con su garganta.  

—Me temo que no. Sus hermanos se emborracharon en la fiesta y su madre bailó hasta que el ultimo invitado se retiró —Harry asintió levemente mientras bajaba su mirada.

—No sé porque no me sorprende. Bien, muchas gracias —agradeció sin ánimo, con un leve asentimiento de cabeza. Sebastian le imitó y caminó hasta la puerta sin decir nada más.  

De ser así, pensó Harry, sus padres estarían con los típicos dolores de cabeza al igual que sus hermanos, eso le aligeraba el malestar en su estómago, porque no tendría que lidiar con palabrerías esta mañana.  

—Oh, casi se me olvidaba —anunció de repente Sebastian, Harry suspendió el aire en sus pulmones —. El desayuno ya está servido y sus padres junto a sus hermanos ya están comiendo... ¿Va a bajar o prefiere que le suba la comida aquí?  

Harry ladeó la cabeza, pensativo, podría decirle que suba su desayuno a la habitación y de esa forma continuar escribiendo en su diario a un lado del fuego de la chimenea, pero hacerlo conllevaría al regaño definitivo de su padre más tarde y realmente ya había tenido suficiente durante el baile pasado.   

—No, bajaré ahora.  

Sebastian asintió con cautela y se hizo a un lado para que Harry cruzara la puerta. El príncipe tomó su diario forrado en franela marrón y se enfundó en su chaqueta antes de salir.  

Harry caminó por el angosto pasillo con el sonido de las botas de los guardias a su espalda, siguiéndolo. Los dos que siempre lo escoltaban y resguardaban desde que había cumplido los quince años. Einar y Derrick, ambos gemelos con cabello de distinto color. El príncipe saludó cortésmente a las sirvientas que iban a cambiar las sábanas con la cabeza y a otras que iban a limpiar las habitaciones, todas le sonrieron y le desearon buenos días. Sebastian seguía a su lado, al igual que un águila protectora.

Crsálida (LS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora