IX: Pequeñas pistas

137 19 2
                                    



El olor a perfume y sudor cada vez se tornaba más denso dentro de la habitación, mareado a Philip. Habitaba un calor fatigoso que escalaba por las paredes, pesado y asfixiante, que le incitaba a abandonar el entrenamiento, pero ante el sonido de sus pies deslizándose ágilmente por la cerámica marrón, y el de su espada golpeando con furia la de Erik, lo mantenían lo suficientemente atento para no flaquear.  

Veía la mirada astuta y divertida de su contrincante, oía la respiración pesada emanar de sus fosas nasales, al igual que un toro. Philip le estaba ganando y sabía perfectamente cuanto le molestaba a su hermano por como sus golpes estratégicos se convirtieron en golpes erráticos al estar repentinamente en desventaja.

Erik comenzó a acorralarlo sin dejar de mover su espada de un lado a otro. El sonido del hierro era grotesco, y el sudor comenzó a deslizarse por su sien para depositarse sobre el arco de cupido de sus labios finos. Philip, empleando una sonrisa ladina, llevó su mano detrás de su espalda y le siguió el juego, arrogante. Mantuvo sus ojos verdes en Erik, sin miedo a golpear más fuerte por ser su hermano. Sin embargo, no advirtió que iba a quedar pegado a la pared cuando este ya no soportó estar perdiendo en el entrenamiento de esgrima. 

El frio de la muralla le traspasó el calor que se acumuló en su espalda, enfriando su ropa. Philip ejerció presión con su espada para alejar a Erik de él, pero este, igualó el movimiento. Ambos permanecieron mirándose, mientras las espadas temblaban en sus manos ante sus torsos. Los jadeos emanaron de su boca y resonaron en la habitación, sofocados por el esfuerzo. Philip buscó en los rincones de su mente una forma de escapar de ahí, pero si se agachaba o sacaba la espada, perdería.  

—Ríndete —masculló Erik con voz agotada y llena de fuerza reprimida —. Vamos Philip, reconócelo, soy mejor que tú.  

Philip hizo una mueca, sus brazos temblaban. De la única forma que Erik ganaba en peleas o en la esgrima, era cuando sus emociones negativas lo gobernaban y sacaban lo peor de él. Lo cegaban y causaba que solo se enfuscara en la agonía de perder, para derribar a su contrincante. Esa no era una forma valida de ganar o para llamarse mejor, o así lo pensaba Philip. 

—¿Seguro? —inquirió, lamiendo su labio inferior. Sus ojos verdes se tornaron más oscuros que antes.    

Erik pareció desconcentrarse, su espada perdió fuerza contra la suya, lo que tomó como una gran ventaja. Sin pensarlo giró sobre sí mismo y deslizó su espada por la otra, el sonido chirriante del hierro llenó los oídos de ambos y del entrenador sentado a lo lejos. Erik se fue hacia adelante al perder el contacto y clavó la punta de la espada en la pared. Philip carcajeó al ver el rostro pasmado de Erik. Era claro que no esperaba que tomara aquel rumbo para huir.  

—Maldito.  

—¿Cuántas veces debo decirte que no te desconcentres? —comenzó a decir, más entusiasmado —. Soy el hermano mayor y nuestro padre no me dejó descansar jamás de esto. Soy el mejor con la espada y cabalgando.

Erik gruñó y corrió hacia él, Philip supo al instante que esta vez ya no seguiría el protocolo. Erik tomó la espada con ambas manos y lo persiguió por toda la habitación, incluso donde cuerdas y pesas estaban botadas. Philip rio más alto mientras Erik intentaba atraparlo, lucía como un niño haciendo una pataleta.

—¡No lo eres Philip!  

—Acabo de demostrarlo, algo que tu no haces. Eres más palabras que actos —Sin más remedio tuvo que tomar la suya de la misma forma, Erik volvió a recurrir a los golpes constantes, lo que era una desventaja para él. Philip giró y golpeó su espada con la suya, ocultando una sonrisa. —. No hagas eso, no uses toda tu energía tan rápido.  

Crsálida (LS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora