XV: Escondete en los pasadizos

75 14 2
                                    



Un espasmo continuo le hizo abrir lentamente los ojos. El frío recorrió su cuerpo como si una ola de agua congelada se hubiera ceñido sobre él, provocándole punzadas y temblores. Harry se movió con cuidado hacia un costado, el suelo pareció crujir bajo su peso. Intentó respirar, pero su nariz estaba congestionada y la boca seca. Lánguidamente parpadeó, encontrándose con efímeros halos de luz grisácea que se colaban por la ventana y rodeaban su cuerpo. La habitación estaba a oscuras, la mañana estaba cubierta por la neblina. Dejando ir un jadeo alzó un poco la cabeza para mirar el desastre que había hecho, pero todo le dio vueltas y tuvo que cerrar los ojos nuevamente para recomponerse.

Estaba hirviendo en fiebre.

De repente, una tos seca y quemadora le hizo girar otra vez en el suelo hasta ponerse de costado. Su abdomen se contrajo, sacándole quejidos del dolor en sus costillas y músculos mientras la habitación se llenaba de sus repetidas arcadas. Apenas podía frenar, la garganta le picaba y algo viscoso recorrió su lengua haciéndole arrugar la frente. Harry metió sus propios dedos a su garganta sin detenerse a preguntar que ocurría, cuando, dentro de una prolongada arcada, una bola negruzca escapó entre su lengua y dientes, manchando su mano y el suelo: sangre. La quedó viendo mientras el aire condensado en la habitación llenaba sus pulmones y le entregaba más firmeza. Erik lo había golpeado como nunca, y esa sangre que ahora teñía sus dedos, era la cruel advertencia de que jamás estaría realmente a salvo en ese castillo.

Miró a la puerta, los muebles amontonados en una esquina evidenciaban la fuerza que ejerció su hermano mayor para salvarlo y consolarlo de su pánico, cuando Erik fue a golpearlo. No evitó pensar en si Philip se llevó la misma mala suerte que él. De ser así, no estaba seguro de ir a socorrerlo. Mentalmente se dijo que debía levantarse, no podía quedar ahí si Louis volvía hoy, no tenía ánimos de lidiar con su enfado o con un nuevo arranque de ira por parte de Erik. Él debía huir ahora mismo si pretendía vivir.

Entre gemidos dolorosos comenzó a ponerse en pie, usó el codo para apoyar su peso y luego para sentarse. Tan pronto como lo hizo las náuseas le revolvieron el estómago e hicieron girar todo a su alrededor. A tropezones corrió al baño, donde cayó de rodillas frente al retrete y solo botó más bilis y bolas negruzcas que no tenía idea de dónde provenían. Vació todo su interior, manchando su mentón con sangre que seguramente se quedó dentro suyo por las golpizas de Erik. Su ropa se manchó, al igual que sus manos. Cerró los ojos y se dejó caer al suelo, agotado. Necesitaba que alguien lo meciera, le diera cariño y curara todas sus heridas, porque él ya no podía. 

Se contrajo en sí mismo, intentando de alguna forma escapar de esa realidad. Sus uñas dolían por haberlas clavado en el suelo, y su espalda se sentía rígida, oxidada. Apoyó su cabeza en su brazo extendido y clavó sus ojos en la puerta del baño, sintiendo como nunca la recompensa que merecía por haber confabulado con Louis para matar a su padre. ¿A quién quiso engañar? Él no servía para esto, jugar a ser los dioses para decidir quien vivía o no fue la peor decisión que pudo tomar, y ahora, estaba pagando el precio. Frente a él un leve recuerdo se hizo presente, real, al punto de que pudo oler la llovizna gélida del bosque filtrarse por su nariz.

"—¡Señorita Margaret! ¡Señorita Margaret! ¡Necesito su ayuda!  

Margaret dejó de lavar los trastes y miró al pequeño príncipe lleno de rizos dorados en su cabeza. Sus pantalones estaban sucios y su rostro tenía manchas de lodo y sangre. Frunció el ceño.

—¿Príncipe Harry? ¿Por qué esta todo sucio? —lo tomó por las axilas y lo sentó en la mesa para limpiar su rostro, sin embargo, el niño alzó sus manos para detenerla mientras sus piernas colgaban. Respiraba con irregularidad. En su mirada había preocupación y nerviosismo. 

Crsálida (LS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora