PRELUDIO

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No lejos de la verdad, lo que su madre le había dicho era una molestia, aunque no dejaba de ser una verdad que él sabía que se le presentaría tarde o temprano, no obstante, esperaba que fuera mucho más adelante, no a sus treinta años.

Al principio se mostró renuente y socarrón sobre los sermones que le daba, ella poco o nada se metía en su vida, si bien, Gojo la escuchaba, no significaba que fuera o quisiese hacerle caso. Si alguna vez lo hizo fue, tal vez, hasta los doce años o poco menos.

Ella reconocía que su hijo, Satoru, tenía una actitud que no todos soportaban y que, por lo general, era catalogado como una persona molesta, inclusive para los mismos miembros del clan Gojo. Siendo justos, una parte de la culpa había sido de ellos. Satoru fue criado desde antes de que él siquiera pudiera tener conciencia que se convertiría en la cabeza de la familia. Desde el día uno, fue tratado como la bendición que suponían que era. Su estatus como jefe del clan Gojo fue por derecho al heredar el ritual Sin Límites y poseer los Seis Ojos.

—Satoru, supe que volviste de una misión en Indonesia. ¿Cuánto tiempo estuviste fuera?

—Unos ocho días. No fue gran cosa, sin embargo, tuve que supervisar a algunas personas y eso llevó más tiempo.

El inmenso honden solo albergaba una mesa baja y cuatro asientos, dos de los cuales estaban ocupados uno frente al otro, correspondiendo a Satoru y su madre. Las sirvientas entraban una por una, depositando los excelsos platillos elaborados a petición de la señora de la casa. Ninguna se atrevía a mirar siquiera de reojo a Gojo, quien para la ocasión vestía formalmente, pero dejando ver su lado relajado.

—¿Es alguna ocasión especial de la cual no recuerde? —preguntó Satoru, mientras tomaba una pequeña porción de la comida.

—¿Tiene algo raro que quiera ver a mi hijo? Que seas el hechicero más fuerte no te da ventaja sobre tu madre —lo señaló duramente.

Gojo sonrió, mostrando un resquicio de afecto.

—Tenía tiempo que no venía a esta casa —comentó mientras observaba lo insípida que era la decoración.

—Te la vives en la escuela ¿no compraste un departamento?

—Sí, lo tengo, aunque no voy tan seguido...

—Solo cuando llevas a tus mujerzuelas ¿no? —aseveró su madre sin despegar la vista de lo que propiamente hacía, lo cual era comer. No necesitaba ver a su hijo para saber que le había rodado los ojos.

—Entre otras actividades no tan placenteras —respondió bromista.

Comieron en silencio por dos minutos. Gojo sabía que su madre no estaba contenta con su respuesta.

—Quisiera hablar contigo de un tema importante para el clan.

—Me lo imaginaba, no vengo aquí si no es porque alguien quiere darme un sermón sobre algo.

Gojo se quitó los lentes y miró a la mujer que lo trajo al mundo, quien aún con todo lo dicho conservaba un rostro impasible. Si lo pensaba, había hecho cosas que, probablemente, el clan no estaba de acuerdo, pero tampoco ninguna tan grave como para que le echaran bronca tan directa; al menos no en los últimos meses. Quería terminar rápido su charla y poder regresar a su vida fuera de la villa del clan Gojo.

—Te escucho —prosiguió Satoru ya habiendo dejado de comer.

—Sabes que los seis ojos no se heredan directamente puesto que no puede haber dos usuarios con la misma habilidad.

El peliblanco dirigió su vista hacia la entrada que estaba a su izquierda. A paso firme y lento, su padre se acercaba hasta ellos para tomar lugar a la cabeza de la mesa. Satoru no se molestó en saludar ni nada, simplemente su silencio era suficiente evidencia para saber que estaba prestando atención a sus palabras.

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