CAP 18: GUSANOS PT2

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El cielo que por la mañana había estado soleado de manera incandescente comenzó a cerrarse por enormes nubes grises y poco antes de llegar a los arrozales el agua cayó incesante sobre sus cabezas, no era una lluvia torrencial, pero sí lo suficiente para ser incómoda. Ambos corrieron a toda marcha para refugiarse en el granero.

—¡Ah! ¡Dejé mi blazer sobre el árbol! —se quejó Utahime mientras veía por la puerta como la prenda se empapaba.

Gojo se rio de ella, por su parte ya se había echado sobre unas pacas de heno.

—Quedará todo el campo cubierto de lodo —seguía lamentándose la pelinegra, desganadamente—. ¿Qué debería hacer?

Utahime estaba al ras de la puerta, meciéndose adelante y atrás con los brazos por detrás del cuerpo para aminorar el golpeteo de su cadera contra la madera de la puerta. Veía y veía el campo figurando en su mente que podía hacer al respecto para acabar con esos gusanos.

Las gotas de agua caían de sus negros cabellos hasta su blusa, se habían mojado más de lo que esperaban, aunque gracias a la lluvia la zona seguramente refrescaría y no sufrirían tanto calor. El agua sobre Utahime había dejado entrever un poco el sostén que llevaba debajo. La blusa blanca del uniforme, que ahora era más transparente y ceñida, perturbó todavía más la psique del peliblanco. Gojo echó la cabeza atrás, harto de sus propios pensamientos.

"Fea" tenía que repetírselo tanto como podía para no acabar admitiendo que, en realidad, a sus ojos, Utahime era todo menos eso. Tenía una cara pequeña y redonda que, fuera de lo que calificaría como guapa, era más bien linda y adorable.

Encontraba particularmente atrapante el hecho de que se resistiera tanto hacia su persona. Era diferente a Shoko, por ejemplo, que era la mujer con quien más tiempo compartía, ella también le era indiferente, pero en otro sentido. Por lo regular Ieiri no se dejaba molestar por él y en ocasiones también ella lo fastidiaba de vuelta: como cuando le decía inútil por no poder usar la energía maldita inversa. Su relación con Shoko era más parecida a la de una hermana mayor.

Transcurrieron varios minutos e instintivamente Utahime hizo lo que siempre hacía, se olvidó por completo que no estaba sola, como su compañero no emitía ruido alguno permitió dejarse llevar por el ambiente apacible de la lluvia.

Gojo se acomodó silenciosamente de lado en dirección a ella y prestó atención a lo que sus oídos estaban captando: una canción. Utahime tenía una voz increíblemente hermosa. Cantaba una canción que él no conocía, sin embargo, la letra era romántica y muy dulce. Ella seguía contemplando la lluvia mientras mecía su cuerpo contra la puerta. La agradable voz de Utahime poco a poco iba inundando el ambiente y se sentía como una cálida caricia.

Las miko del clan Iori eran educadas para llevar a cabo cánticos y bailes espiritistas, no era de extrañar que le hubiera tomado gusto a cantar. Satoru recordó vívidamente en su interior la sensación de la energía maldita correr por su cuerpo.

En su décimo cumpleaños, como regalo de parte de la familia Iori, ofrecieron una danza ceremonial, en la cual, dentro del espectáculo demostrarían el ritual hereditario de ellas. Utahime había sido partícipe de la ceremonia, aunque no era la bailarina principal, la cual se suponía debía usar su ritual en Gojo en un punto del baile. La protagonista estaba tan abrumada por la imponente presencia del niño de los seis ojos que no pudo hacerlo ante los nervios: temía ser juzgada o desvalorizada su técnica ante alguien tan superior como lo era Gojo Satoru, el portador del ritual Sin Límites y los seis ojos. La única, entre las cinco mujeres que danzaban, que tuvo el valor de encararlo y ofrecerle la valía del ritual de la Zona Restringida Única, fue Utahime. Danzó con fuerza, no tanto por mostrarse ante Satoru, sino para no permitir que el clan Gojo entero pensara que se trataba de una ofensa, ella debía proteger también a su familia.

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