El castillo de Himeji era como ver una representación de Satoru mismo: apreciándose a la distancia se podía disfrutar de su imponente belleza inigualable, no obstante, al acercarse e intentar llegar al interior resultaba más complicado de lo que pareciera.
Los estrechos y sinuosos caminos flanqueados por muros de piedra estaban hechos para desorientar a sus invasores, conduciéndolos a espacios donde quedaban acorralados, cual ratonera. Sobre estos muros, además, una increíble cantidad de hazamas (pequeñas aberturas en las paredes) donde los guardias esperaban la oportunidad para atacar, así, jamás permitiendo llegar al recinto y apropiarse de él.
El Castillo de Himeji no era solo un palacio hermoso y elegante: era también una fortaleza casi impenetrable. Igual de celoso era Gojo con sus propios sentimientos y emociones.
—¿Sabes cuál fue la primera emoción que tuve hacía ti? —preguntó Utahime, con su postura estoica y voz seria. Las pupilas de Gojo danzaron vacilantes, pero no respondió nada—: Miedo.
Satoru apretó la mandíbula, evidentemente tenso. Esa era una respuesta que no estaba esperando venir. Conocía el rostro desesperado de sus enemigos ante el miedo que les provocaba, sus miradas desencajadas y las expresiones fatalistas, pero ¿de sus amigos? A eso no estaba acostumbrado. Que Utahime dijera aquello no se sentía correcto en ningún sentido.
—Cuando te vi por primera vez, solo tenías diez años. Eras tan imponente aun siendo un niño que estaba aterrada. Entiendo por qué Kaori–san y las demás no pudieron hacer el ritual. Yo tampoco quería, pero me daba igual de miedo imaginar lo que haría la familia Gojo si fallábamos —Utahime sonrió con amargura al recordar aquel particular evento—. Tu mirada fue tan cruel y despiadada. Miedo, eso fue lo que sentí.
El cielo azul de Gojo bajo su vendaje comenzó a nublarse, se tornó gris y apagado. Era una fortuna, que ella no pudiera notarlo.
—Si de algo te sirve, no es un momento que haya olvidado —dijo Gojo con tristeza.
—No es precisamente mi recuerdo favorito.
—Lo lamento.
—Encontrarte en la preparatoria fue lo peor, ¿por qué alguien de tu casta iría? —dijo, con notoria irritación—. Eras el futuro líder del clan Gojo, el todopoderoso hechicero de clase especial. El poseedor de los seis ojos y el ritual sin límites. No tenías que hacerlo.
Los hazamas no parecían defenderlo a él, sino más bien, estaban siendo usados en su contra. Satoru pensó que Utahime iba a destrozarlo punto a punto y le daría la estocada final cuando le contara su conclusión.
—Fuiste tan molesto —enfatizó—. Te detesté tanto en mi último año. Quería alejarme de ti porque no quería recordar ese horrible sentimiento, pero tú... —suspiró con languidez para tranquilizar sus pensamientos—, si te comparaba con alguien como, por ejemplo, Naoya Ze'nin, te volviste menos terrorífico de lo que pensé que serías.
Naoya era un hijo de puta en toda la extensión de la palabra. Favor había hecho Maki al sacarlo del mundo. Que Utahime pensara que él se convertiría en una escoria como esa no era agradable de escuchar.
—Es decir, eras un idiota, obviamente, más no eras una persona mala. Si me lo preguntas, creo que Geto–san influyó mucho para que te volvieras alguien más... accesible —Utahime agachó su mirada, perdida en las memorias de su juventud—. No tengo dudas de que tu destino te llevó ahí para poder conocerlo. Los demás solo fuimos... Personajes secundarios en tu vida.
Fueran buenas o malas, cada palabra emitida por ella dolía mucho. Su voz era como una lanza, clavándose una y otra vez profundamente en su pecho. Pese a eso, estaba escuchándola atentamente, porque esos eran sus verdaderos sentimientos.
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RomanceSu relación era complicada porque así lo habían decidido los dos. Desde que estudiaban la preparatoria habían surgido indirectas y momentos en los que cualquier persona hubiera podido decir, incluido ellos, que tenían algo más allá de la amistad, si...