"Sea donde sea que estés hoy, quiero que seas muy feliz".

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Xie Lian hizo sus maletas al atardecer, Hua Cheng no volvería hasta la noche, estaba atendiendo a un visitante de la ciudad.

—Eres demasiado para mí, San Lang, no te merezco. Eras mi sueño en la escuela, me abriste tu corazón, me diste tu amor, y te desprecié. No puedo perdonarme...

Cerró la puerta por la que salió un sinfín de veces para volver la misma cantidad de veces; sin embargo, hoy sería diferente.

—Gracias por tanta alegría y perdón por tanto daño...Te lastimaré una última vez.

Xie Lian caminó hacia aquella pradera de pastoreo, el viento otoñal lo convirtió en un niño de nuevo. Se detuvo a echar un vistazo, aquí fue donde...

Una flor blanca aparece frente a sus ojos.

¡Sus ojos casi se cruzaron!

Se alejó y miró bien, era una flor de verdad.

—La primera vez que nos hablamos yo te di una flor muy parecida a esta— otorgada por Hua Cheng.

Xie Lian estaba consternado, lentamente empezó a mover la cabeza de un lado a otro en negación. Hua Cheng se acercó más a él y con una mirada temple, pero llena de seriedad, declaró:

—Gege, no importa lo que haya sucedido, tú me escogiste, y no permitiré que te arrepientas de tu decisión. Yo estoy dispuesto a enamorarte de nuevo.

Las mejillas de Xie Lian se refrescaron con sus lágrimas, una mano tímida cogió la flor y unos brazos fuertes cogieron su cuerpo.

—Gege, ¿de qué me serviría fingir que no te quiero? Te necesito...

Xie Lian lo abrazó, al principio con dudas, luego con desesperación.

—¿Y si volviera a fallarte?

—...Tú me has escogido hoy, ni que fuera a ponérselo tan fácil a mis competidores.

Xie Lian rio levemente y acarició su espalda. Hua Cheng fue muy feliz de oírlo reír, prefería su risa a su llanto.

... ... ...

Hoy era el aniversario de la fundación de Pueblo Puji, que hoy mismo también recibiría el título de villa. El pueblo estaba reunido en el centro de la ahora villa, se festejaba este logro con bombo y platillo, bailes y más música.

—¡Esto jamás se hubiese logrado sin nuestro maravilloso alcalde! — decía Jingyi mientras aplaudía el desmantelamiento de la placa.

—Por cierto, ¿dónde está? — cuestionó Sizhui, aplaudiendo también.

En medio de la algarabía llegó un mugroso forastero, su ropa alguna vez fue blanca. Andaba a muletas y usaba una máscara para cubrir su rostro. Observó atento a la multitud, a quien buscaba no estaba aquí. Se marchó con gran dificultad, su único pie se arrastraba por la tierra, casi muerto. Su fuerza apenas alcanzaba a mover esas muletas, pero sostenía una flor de papel en la mano como si su vida se aferrara a ella.

Llegó al parque, estaba demasiado cansado, estaba a punto de dejarse vencer cuando vio a una pareja solitaria descansando en una banca, uno descansaba su cabeza en el hombro del que descansaba su cabeza contra la suya. La suave brisa acariciaba las débiles hojas de los árboles, ellas se desprendieron, formando una lluvia de otoño. La pareja tenía las manos una sobre otra, las arrugas surcaban sus rostros envejecidos, pero en ellos había una dulce sonrisa llena de vida y afecto. Eran Hua Cheng y Xie Lian.

Bai WuXiang quedó muy tocado por la escena, los reconoció.

—Xie Lian...

Miró su flor de papel y exhaló un lamento. No regresó a este pueblo para reclamar el amor de su antiguo amante, sino para verlo una última vez y asegurarse de que fuera feliz. Viéndolos a los dos tan unidos, tan acaramelados, estaba seguro de que lo lograron, lograron ser felices, Xie Lian logró sobreponerse a su partida, en la cual derramó tantas lágrimas y lo abrazó como si el mundo fuera a acabarse.

Quería entregarle esta flor para demostrarle que todavía pensaba en él y le guardaba aprecio, que nunca quiso dejarlo para siempre, sino dejar pasar la calentura y volver a vivir en este pueblo, en buenos términos, como amigos talvez. Pero, viéndolos así, ¿de qué serviría? Él quedó atrapado en aquella aventura mientras que Xie Lian de seguro ya lo había olvidado. ¿Para qué presentarse ahora?, ¿para romper su felicidad? Además, Xie Lian lucía bien conservado y él...

Trabajó en una fábrica de acero con un jefe que poco le importaban sus trabajadores, perdió una mano y algunos dedos en la otra. Estuvo enfermo y perdió muchos dientes, luego contrajo otra enfermedad y cayó en manos de un doctor charlatán que le quitó una pierna. Quedó demasiado débil y supo que su final estaba cerca. Emprendió su camino de regreso a Pueblo Puji, unos malhechores le quitaron todo su dinero al verlo en muletas, por lo que tuvo que venir a pie. En el camino sufrió de sol y frío, de hambre y sed, incluso los buitres trataron de comérselo. No podía presentarse así frente a Xie Lian, sintió vergüenza de su propia apariencia.

Se marchó.

Talvez sí entregaría la flor, pero desde el anonimato.

Fue a buscar aquella casita de la bondad; sin embargo, todo había cambiado, las plantas rodantes ya no esparcían sus semillas, había el doble de casas, las calles ya no eran de tierra, sino de ladrillos, sus muletas se atoraban en ellos. Estaba perdido, talvez esta flor no debería ser entregada. Se dejó caer en la calle, apenas cerró los ojos y se desmayó de cansancio.

...

—Sí, hay que ingresarlo.

¡¿Y esa voz?!

Despertó asustado, estaba rodeado de enfermeras, él estaba sentado en una banca frente a aquella casa blanca de madera, los mismos árboles de ginkgo rodeándola. Su vista se fijó en la placa de la casa, era una casa de enfermos y ancianos fundada por Xie Lian. ¡Esta era la casita de la bondad!, Xie Lian no la transformó en una biblioteca, sino en un recinto para aliviar el dolor de los desamparados.

—Xie Lian, me has salvado de nuevo...— casi se le salían las lágrimas.

Fue ingresado y recibió todos los cuidados. Viendo a otros enfermos y estando él mismo por tocar los suelos de la muerte, pensó en lo genial que sería salvar a otros a través de la medicina.

Lastimosamente perdería la vida esa misma noche por parálisis en el diafragma, muriendo de asfixia. Su última voluntad...

—Me gustaría ser doctor.

...

Xie Lian despertó esa mañana soleada, el viento frío le daba los buenos días. Encontró una flor de papel en la puerta de su vivienda. Sus ojos brillaron con ilusión, se precipitó a la calle con ayuda de su bastón. Era temprano, no había nadie en la calle. Grande fue su desconsuelo y al mismo tiempo grande fue su dicha. Miró su flor, los mismos dobleces.

—Bai WuXiang, ¿has venido a verme? — sonrío con ternura y miró al cielo, azul intenso y las nubes brillantes de la mañana—. ¿Por qué no me saludaste? Yo también quería verte— sostuvo la flor contra su pecho—. Sea donde sea que estés hoy, quiero que seas muy feliz...Te quiero mucho...Talvez nos veamos otro día, en alguna parte...y cuando te vea...— se abrazó a sí mismo.

En cada universo. | BaiLian/JunLian| - 26Donde viven las historias. Descúbrelo ahora