III

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- El amor será tu perdición. El deseo consumirá tu alma y te destruirá hasta que no quede nada de ti. Serás perdición a donde quiera que vayas y tus pasos serán malditos por toda la eternidad. Tu sangre quedará manchada y serás repudiado por las generaciones venideras.

Roan escuchaba atentamente la profecía de la anciana sacerdotisa. ¿Qué estaba diciendo? No podía creer lo que escuchaba. Por esa razón no le gustaba visitar el templo. No confiaba en los sacerdotes, pensaba que habían perdido todo atisbo de razón y por eso decían cosas tan extrañas.
El joven guerrero le tenía rechazo a la religión, sin embargo, lo mantenía oculto debido a lo importantes que eran los lazos con los templos. Muchos sacerdotes tenían una participación política activa en el reino, y en especial con el rey actual que siempre los consultaba.
Era un tanto desesperante que el rey no supiera tomar desiciones por cuenta propia.
En realidad, esta era una de las razones por las cuales el rey apreciaba a Roan. Él a diferencia del monarca, era bueno tomando desiciones bajo presión, tenía buen juicio y lo más importante, era leal. El rey se sentía seguro cuando el capitán estaba de acuerdo con algún plan, pues sabía que el haría lo mejor para el reino.

- Charlatana- fue lo que pensó al escuchar la profecía pero se limitó a sonreír suavemente, como era su costumbre, a inclinarse y agradecerle a la anciana.

- Ten cuidado con las mujeres. - Sentenció la sacerdotisa.

- Claro, lo tendré. - Respondió amablemente Roan mientras pensaba en lo ridículo del asunto.

El jefe de la guardia había tenido muchas amantes, eso era algo que todo el mundo sabía y sin embargo, no había encontrado a ninguna que lo cautivara, él estaba entregado completamente al reino y por lo tanto, el abandono de sus amantes era algo inevitable.

Roan simplemente ignoró las palabras de la anciana, tenía otro asunto del cual encargarse, el cumpleaños del rey sería en una semana y se le había encargado proteger el palacio de intrusos y tener a sus hombres cerca por cualquier eventualidad.
Algo que le preocupaba. Había sentido una presencia merodeando a las afueras del palacio y por más que había intentado atraparla o identificarla no daba con ella así que era de vital importancia preparar un sistema de seguridad sin puntos ciegos pero sutil al mismo tiempo.

-

El día de la fiesta llegó y con ella invitados extravagantes que rayaban en lo penoso. Ninguno parecía conocer la regla de "menos es más", Roan comenzaba a marearse de tanto exceso. Era la primera fiesta así de grande y extravagante. Las fragancias, la decoración, la ropa de los invitados eran demasiado, con tanto no podría percibir la presencia que le preocupaba. No obstante, no se dio por vencido y buscó aquella presencia por todo el palacio. No tuvo éxito por lo que prefirió regresar al palacio para cuidar al rey de cerca.
- Maldita sea, ya es la entrega de regalos - musitó el joven debido a que ese era el momento de mayor riesgo para el rey.
- Permítame recibirlos y asegurarme de que son seguros para usted mi rey - pidió Roan pues tenía un mal presentimiento.
El rey accedió, tenía total confianza y sabía que el jefe de la guardia no lo traicioaría por unos cuantos regalos así que accedió y comenzó a recibirlos mientras el rey miraba de lejos escoltado por un grupo de guardias.

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El capitán estaba hastiado de los regalos. Eran tan lujosos que se volvían insípidos, aunque el rey parecía emocionarse él se limitaba a comprobar que el regalo no fuera peligroso y dejarlo pasar, ninguno había resultado potencialmente peligroso y cuando creyó que se habían acabo llegó uno más.

Era una caja bastante grande cubierta por una tela que la hacía ver más misteriosa.
El primo del rey, duque de Merab, la había traído. Se inclinó ligeramente y descubrió la caja dejando con expectativas a todos, menos a Roan que ya estaba harto de los regalos y solo esperaba comprobar ese último y volver a revisar si no estaba la presencia extraña.

De la caja salió una mujer, ataviada con un vestido simple pero más llamativo que cualquiera del salón. Era esa simpleza lo que la hacía resaltar y también que el vestido dejara al descubierto su espalda y abdomen, pero lo que llamó la atención de Roan fue el cabello de esa mujer. Era rojo, rojo apagado, como el de la sangre al caer al suelo.

La joven comenzó a acercarse a él. Su caminar era ligero, como el de una diosa. Su vestido rojo intenso hacía una combinación perfecta con el rojo de su cabello. Roan en realidad odiaba ese color, toda su vida había estado rodeado de el y no podía asociarlo con otra cosa que no fuera muerte. Pero esa noche su percepción cambió.

La mujer quedó a unos pasos del capitán, hizo una reverencia y de pronto comenzó a escucharse el sonido de flautas y tambores con el que ella empezó a bailar. Sus movimientos eran lentos, como si tuviera todo el tiempo, como si no le importara cuanto tiempo pasara. Ella bailaba, bailaba como si estuviera en medio de un ritual, su danza parecía sagrada. Todo su cuerpo estaba en sintonía, era hipnótica, una vez que la veías no podías dejar de hacerlo.
Y para Roan no fue la excepción.

El jefe de la guardia la tenía muy cerca, en realidad su danza estaba siendo dirigida a él, pero lo que estaba volviendo loco al guerrero era la mirada de esa mujer. Era esa mirada que lo había fascinado antes, esa mirada de inocencia y maldad que en ese momento parecía estarle pidiendo hacerla suya.

Roan apenas podía contenerse. Para cuando la joven terminó de bailar, él estaba ardiendo en deseo, por un momento olvidó todo y estuvo a punto de tomarla sin importar nada, pero escuchó una voz que gritaba -"él no es el rey, él solo asegura los regalos".
Esa frase se sintió como si hubiese sido arrollado por un ejercito, al escucharla sintió tanta ira que quiso asesinar al hombre en ese instante, sin embargo, su ira fue apaciguada por la suave voz de la joven.
- Entonces, ¿crees que soy un buen regalo?- susurró la mujer mientas tocaba el brazo de Roan.
- S... Si...

Tenía que ser ella. La mujer que Roan había estado buscando por dos años. La mujer del lago, quien lo salvó de morir la noche de la batalla de Lyra. No podía haber una voz como la de ella, y sus ojos, no podría confundirlos jamás.

- ¿Cuál es tu nombre?
- Mi nombre es Kyrell- respondió con una sonrisa. Ella también sabía quién era, estaba seguro de que ella lo reconocía.

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-

El joven capitán no lo sabía pero estaba a punto de adentrarse en el mismo infierno.

Entre Magia Y Lealtad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora