VII

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- El príncipe está gravemente enfermo, su majestad. Desde que amaneció no ha parado de toser, y su cuerpo está cubierto de ronchas, además de la fiebre...

- ¡Es suficiente! ¡Deja de perder el tiempo y trae a los sacerdotes!

- Si, su majestad.

El príncipe había cenado con el resto de su familia la noche anterior. Ninguno había sido afectado, en cambio él, había despertado con esos extraños síntomas.

Los sacerdotes llegaron al palacio, lo cual puso en alerta a Kyrell, sabía que eso pasaría pero no había lo dimensionado bien hasta que sintió un escalofrío en todo el cuerpo cuando la más anciana de las sacerdotisas clavó su mirada en ella. Conocía esa mirada, era de desprecio y rabia, pero también de sospecha, y eso fue lo que le preocupó.

- ¡Maldita sea! Ella lo sabrá, sabrá que fui yo y me matarán. Es mi fin ¡Maldito Benedict! ¡¿Por qué me tenías que presionar?! - se decía a sus adentros mientras se esforzaba por mantener la calma por fuera.

- Entraré sola - dijo la sacerdotisa. - Esto puede ser mucho peor de lo que pensamos, yo me haré cargo, mientras tanto que los demás sacerdotes purifiquen el palacio.

- Pongan a todos bajo custodia mientras el príncipe no esté bien. - ordenó la reina.

- Sabía desición majestad. - tras decir esto, la anciana entró a donde el príncipe.

Rápidamente los guardias llegaron. Todos dentro del palacio fueron divididos en grupos y asignados a un área de éste, así sería más fácil mantenerlos vigilados.

Kyrell estaba en el grupo de las concubinas, cómo era de esperarse, pero quién custodiaba ese grupo era Moloc y esto, naturalmente, la preocupaba aún más.
Moloc era muy atento, ningún detalle parecía escaparsele, además de tener una amabilidad que molestaba a Kyrell, algo en su presencia la hacía sentir profundamente incómoda, cada vez que estaba cerca de él se sentía acorralada, como un ciervo al percibir un depredador a lo lejos.
Necesitaba hacer algo, no podía quedarse ahí a esperar a que la sacerdotisa rebelara que el príncipe había sido víctima de un maleficio y no tardara en descubrir que ella había sido la autora.  Pero, aún librándose de Moloc, ¿Qué haría?

El tiempo pasó, a Kyrell le pareció una eternidad, sin embargo, había conseguido algo, algo que sin duda la salvaría.
La anciana por fin salió de la habitación y se dirigió junto con la reina y cinco guardas reales a la habitación de las concubinas.

- Encarcela a todas hasta saber quién de ellas es la culpable. - sugirió la sacerdotisa a la reina.

- ¿Qué sucede majestad, de qué se nos acusa? - preguntó con angustia una de las concubinas al escuchar esas palabras.

La reina no contestó y dio la orden de llevárselas a todas, sin embargo una de ellas se arrodilló delante de la reina y le suplicó que no se las llevasen.

- ¡Por favor majestad! Se lo ruego ¡Perdóneme! ¡Por favor perdóneme!

La monarca estaba tan sorprendida como todos los presentes. No tenía idea de que hablaba pero la intrigó lo que estaba pasando así que se dignó a escucharla.

- Habla.

- Yo... Es mi culpa. ¡Es mi culpa que el príncipe esté así! ¡Yo me acosté con él! ¡Es un castigo de los dioses! ¡Por favor no se lleve a las demás, si lo hace los dioses enfurecerán aún más!

Todos quedaron perplejos. El rostro de la reina comenzó a desfigurarse hasta mostrar una expresión de ira y lanzarle una bofetada a aquella concubina.

- ¡Maldita! ¡¿Cómo te atreves!?

Kyrell disfrutaba la escena en secreto mientras fingía sorpresa como las demás.
Ella sabía que el príncipe y esa mujer se veían con frecuencia, lo supo desde antes de llegar al palacio ya que investigar a fondo fue la condición que su amante le impuso.

Sabía que podría usar eso de muchas maneras, desde chantajear al príncipe hasta desatar una pelea entre padre e hijo, pero nunca esperó tener que usarlo para salvarse a ella misma.

Cuando estaba siendo custodiaba junto con las otras, escuchó sollozos provenientes de esa mujer y no tardó en recordar lo que pasaba entre el príncipe y ella. Así que se acercó lenta y maliciosamente y con una simple frase la llenó de terror.

- Confiesa y el príncipe vivirá. Finge inocencia y tu amado será torturado aún después de la muerte.

La joven era una fiel creyente de los dioses. Cada semana visitaba el templo y dejaba ofrendas. Kyrell sabía esto y le hizo creer que el príncipe estaba siendo castigado por los dioses pero que si ella confesaba, la ira de los dioses se apaciguaría. Y así fue. La mujer cayó en su trampa.

La sacerdotisa no dejaba de examinar a cada una de las concubinas, no obstante, fue convencida también de que era esa mujer la que había causado aquel mal al príncipe.

La mujer fue ejecutada en la plaza principal y Kyrell retiró el hechizo del príncipe para quedar libre de sospechas. Ahora debía planear su próximo movimiento.

Entre Magia Y Lealtad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora