Capítulo 19

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No había abierto el restaurante. Eran las 10:00 de la mañana aproximadamente, un lunes además. Subí las escaleras para adentrarme en territorio de la casa de mi tía. Los recuerdos me invadieron, al igual que la tristeza cuando respiré el aire y el olor de la casa.

Solté un pesado suspiro. Me dirigí a mi habitación, encendiendo las luces. Entré a mi antiguo dormitorio. Sabía lo que buscaba ahí.

Encima del viejo clóset —muy distinto al de mi ahora moderno y finísimo clóset en la mansión de Andreik— había una caja de cartón. Con mucho esfuerzo logré bajarla de ahí ya que pesa un montón.

Necesitamos entrenar más este cuerpo flaco.

Pues si.

Me senté en la cama con la caja sobre mis piernas y la abrí. Allí dentro estaban mis recuerdos del pasado, de cuando era feliz y era momento de dejarlos ir. No los quemaría ni los desecharía, tenía mi propio concepto de dejar ir.

Saqué algunas fotos enmarcadas y las observé atentamente. En una estaba mi tatarabuela, la primera encargada de este restaurante, cuyo nombre era Ambery. Esa mujer tuvo una hija y siete varones. Cuando murió, el restaurante pasó a ser de su hija, mi bisabuela, quien estaba en otra foto.

Esa hija tuvo dos hijos y dos niñas. Una de esas niñas sería mi abuela, de quien pasó a ser el restaurante luego del fallecimiento de mi bisabuela.

La tercera foto mostraba a mi abuela en sus tiempos frente al restaurante antes de tener a sus únicas dos hijas: mi madre y mi tía. El AMBERY'S PLACE pasó a ser de mi madre.

Inconscientemente acaricié su rostro en su respectiva foto.

Cuando mi mamá muere, la tía se hace cargo del restaurante de comida italiana —la siguiente foto pertenece a ella— y ahora que ninguna de las dos están aquí, la próxima fotografía debe ser mía.

Solté un pesado suspiro. Agarré todas las fotos y me decidí a colocarlas en algún lugar específico del restaurante.

En fin, es un día aburrido.

Exactamente, conciencia.

***

Algunas horas después me encontraba leyendo uno de mis libros favoritos escrito por mi escritora favorita. Me hallaba sentada en el sofá, de piernas cruzadas sobre este en la mansión del Tigre Traumado.

Llevaba por lo menos una hora en la misma posición y aunque sentía mis huesos entumecidos, no me movía de esa posición porque sigo siendo la maso de siempre —además no es como si pudiera moverme con mis cinco gatos encima de mí—. A mi alrededor no había nadie o al menos eso creía yo ya que definitivamente estaba sumergida en el mundo descrito en el libro.

—¿Quieres ir a una salida con nosotros, chica de los gatos?

La voz de Axel me desconcentró y me sacó abruptamente de mi mundo.

—La verdad es que... —intenté decir, iba a rechazar la salida. No estaba de humor para salir.

—¡Perfecto, nos vamos en quince minutos! —me interrumpió el Máster Chef, muy entusiasmado.

—¡Pero...!

Me dejó con la palabra en la boca y se marchó. ¡No puedo arreglarme en quince minutos!

Y si te quedas aquí quejándote mentalmente menos tiempo tendrás.

Tienes razón.

Cerré el libro y con cuidado saqué a los gatos encima de mí. Activé los propulsores y subí las escaleras como Flash. Entré a mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí y enseguida abrí el clóset.

Respiré profundamente y me puse a buscar algo sin entrar en crisis existencial.

De repente se me alumbró el bombillo. Mi madre, una hora antes de morir me había comprado un vestido que usaría en mi cumpleaños número dieciocho pero nunca me lo he puesto. Creo que esta es una buena ocasión aunque no sé a dónde carajos vamos.

En fin, me puse ese vestido que era de color azul celeste. Era de mangas largas pero divididas a la mitad hasta la muñeca, dejando ver mis brazos. Llegaba hasta un poco más arriba de mis rodillas y en la espalda, al descubierto, tenía tiras que iban de un extremo al otro.

Me puse unos zapatos con tacón, me hice una trenza, agarré mi bolsa, metí el celular ahí dentro y salí de la habitación. Definitivamente tenía la velocidad en 5x para poder hacer todo eso en solo quince minutos.

Bajé los escalones de la escalera de dos en dos para llegar más rápido.

Afuera ya me esperaban todos. Andreik ya había arrancado su furgoneta, iríamos ahí, sin embargo, sigo sin saber a dónde vamos. Cuando hice acto de presencia subimos a la furgo. El Tigre Traumado puso su música y nos marchamos de la mansión.

Pasado un tiempo, la curiosidad me estaba matando.

—¿Alguien puede decirme a dónde nos dirigimos? —pregunté, mirando al frente.

Andreik y Axel iban al frente. En el asiento al lado de la puerta se encontraban Miley, Julia y Sofía. Yo y Lizt estábamos en el asiento detrás del conductor.

—Ya sabrás cuando lleguemos, no te desesperes —respondió Dreik con una tranquilidad infernal.

—Pero quiero saber ahora —me quejé yo.

Fui brutalmente ignorada cuando Andreik subió la música más de lo que debería.

Un rato después me estaba riendo del Tigre Traumado porque lo detuvieron y le pusieron una multa por llevar la música tan alta, cosa que distrae al conductor. Al parecer el poli de las multas no conoce a Andreik y mucho menos a su padre, quien posee un gran porcentaje de acciones en varias empresas de bienes raíces, lo que lo convierte en un multimillonario con poder.

Dreik no se quejó y pagó la multa al momento, así y todo se veía irritado. Además yo tampoco cooperaba mucho. Me reí de él todo el camino hasta que llegamos al destino.

Al fin, ¿no?

Llegamos a una casa, no, una mansión. Específicamente la Mansión LeBern. No podía creerlo. Quedé con la boca abierta cuando me di cuenta de dónde estábamos.

Andreik, Axel y sus cuatro hermanas sonreían por mi reacción. No pude emitir ni una sola palabra. No sabía que decir. Explotaría en cualquier momento.

¡¡¡¡Morimos de emoción!!!!

De la mansión salieron varias personas que de lejos no pude reconocer pero por obviedad reconocí a los dueños de la casa.

Honestamente tenía miedo de bajar de la furgoneta y acercarme. ¿Qué tal si no les agrado? ¿Y si hago alguna estupidez? ¿Y si lo arruino?

Ara, tranquila. Todo saldrá bien. Espero.

Aspiré una gran bocanada de aire y me alejé de mi absurda paranoia. Puse un pie fuera de la furgo y luego saqué todo mi cuerpo.

Sophie me agarró de los hombros y me encaminó hasta la puerta principal de la mansión. Okey, estaba nerviosa.

—Estoy segura de que les vas a agradar, mis padres son buena onda —susurró la mayor, sin despegarse de mí.

—Ánimo, chica de los gatos —manifestó Lizt en un susurro.

Billonaire [Parte 1 y 2] (Editando) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora