❀ DAHLIA ❀
Sentada y con las manos atadas miraba por la ventana de la furgoneta blindada, la cinta en mis muñecas me apretaba, cortándome la circulación, y aunque tal vez en otro momento de mi vida habría luchado por zafarme del agarre, esta vez me sentía derrotada.
No tenía nada que hacer contra ellos, no tenía ningún arma, y si la tuviera tampoco sería ninguna amenaza contra el ejército de la CM. Eran más, y más fuertes que yo. Los altos edificios me provocaban vértigo y la intensa luz que desprendía la ciudad secaba mis ojos, las plantas de un verde perfecto le daban un aspecto artificial al lugar, todos estos lujos no concordaban con la pobreza exterior, no tenía sentido.
El interior de las murallas parecía ignorante de la situación que azotaba a la gran parte de la cuidad, era casi como estar en dos épocas distintas, como si fueran mundos distintos únicamente separados por unos centímetros de hormigón. Mi mente no lo lograba entender, no entendía como la gente podía ser tan cruel, condenando con sus actos egoístas a la mayoría a morir de hambre.
Pero por otra parte nada de eso era nuevo para mí, en mi lugar de origen también existía la desigualdad de clases, pero sin murallas físicas que nos separen. A fin de cuentas, este mundo no era tan diferente de donde yo venía.
Dejé atrás mis pensamientos cuando el conductor paró delante de un portón metálico con la CM grabada en color blanco. Me levanté un poco del asiento mirando la alta y gran torre que se alzaba apenas unos metros delante nuestra. Una torre puntiaguda, blanca con detalles de oro, ostentosa y prestigiosa. Me senté de golpe asustada por el sonido de los truenos retumbando en el cielo. Hace menos de una hora todo estaba bien, después de meses había conseguido las páginas para volver, pero ahora todo se había torcido, y mi consciencia me gritaba que estos serían mis últimos momentos de vida. La furgoneta volvió a arrancar, acercándonos cada vez más, creando en mi cerebro una cuenta atrás agoniosa. A nuestro lado, una larga fila de soldados custodiaba el lugar, procurando que nadie indeseado entrara o saliera de allí, leí el cartel puesto en la puerta ''Bienvenido a la CM'' ¿Habría al otro lado un cartel con un ''Vuelva pronto''? Dudaba que alguien lograra salir.
—Baja. —Me dijo serio un soldado que abrió la puerta corredera— ¡Vamos! No tengo todo el día.
Con el corazón acelerado me bajé lo más rápido que pude para no cabrearlo aún más. El mestizo me agarró del brazo forzosamente para caminar junto a mí, notaba su intensa mirada taladrándome la sien, lo miré con una ceja alzada, el soldado solo me miró mal, empezando a andar más rápido casi llevándome a rastras. Al llegar a la puerta principal más hombres nos rodearon con grandes pistolas, no podía observar bien el lugar ya que ellos lo tapaban, solamente llegaba a ver las paredes blancas y poco más.
Subimos por un ascensor de cristal el cual permitía una vista panorámica de la CM, abrí mis ojos impresionada por lo grande que era, la gente caminaba rápido y todos vestían de blanco, había escaleras mecánicas que iban de una punta a otra y demasiada tecnología, todo parecía futurista. Aunque las puertas se abrieron y todos me insistían para salir, yo me quedé unos segundos más apreciando el lugar, hasta que uno de los soldados volvió a cogerme del brazo, arrastrándome por el pasillo.
Este era distinto a los que había visto, no tenía nada de decoración, ni plantas, ni si quiera papeleras, tan solo paredes blancas y lisas que reflejaban la intensa luz. Cerré los ojos por la molestia, dejándome guiar por el interminable pasillo hasta que el hombre que me llevaba se paró, y con una tarjeta abrió la puerta. Me empujaron dentro, sin ningún miramiento, por suerte caí sobre el colchón en el suelo, y ellos sin más cerraron la puerta, dejándome encerrada en la habitación totalmente vacía.
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LAS MURALLAS QUE NOS RODEAN
Bilim KurguSinopsis: La vida de Dahlia nunca ha sido fácil... Una familia desestructurada, una carrera indeseada y un futuro que la inquieta. Pero todo cambiaría en una sola noche, cuando al despertar, se da cuenta de que ya no está en casa. Una realidad par...