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Me despierto totalmente sobresaltada, recordando lo último que sucedió antes de perder la consciencia.

No puedo moverme; así que, analizo el lugar en el que estoy: hay paredes blancas con algunas manchas, no hay demasiada luz, estoy en una especie de camilla, pero esto definitivamente no es un maldito hospital. Levantarme no puedo porque al intentarlo descubrí que estoy atada por las muñecas y los pies.

Tengo una intravenosa conectada a mi brazo derecho, una cánula y hay una máquina a mi costado que mide mi saturación.

—¿Dónde mierda estoy? —suspiro.

Tengo mi brazo izquierdo vendado, también siento que algo aprieta mi cabeza, por lo que supongo que también tengo vendaje allí.

Comienzo a mover mis muñecas de formas diferentes para ver si consigo quitarme las malditas correas, pero es misión imposible; están muy ajustadas y no puedo ayudarme con la otra mano porque no alcanzo.

—¡AYUDA, NECESITO SALIR DE AQUÍ! —comienzo a gritar con fuerza, pero no obtengo respuesta—. ¡AYUDA, POR FAVOR! —comienzo a desesperarme.

De repente, se escucha el clic de una puerta, y un hombre con bata blanca y una máscara quirúrgica entra en la habitación. Su mirada fría y penetrante revela una familiaridad aterradora.

—Karen, Karen, tranquila —esa voz me causa escalofríos—. No hay necesidad de gritar. ¿Me recuerdas, verdad? —dice con una sonrisa siniestra.

—¿Tú causaste el accidente? —asiente con una expresión terrorífica—. ¡Podría haber muerto mucha gente, imbécil! —me abofetea.

—¡A mí no me levantas el tono, zorra! —habla entre dientes—. Y el accidente fue lo de menos, necesitaba una forma de tomarte como prisionera sin la maldita seguridad que te puso el idiota de Jefferson. Solamente quiero que paguen por haberme metido a la cárcel —intenta acariciar mi mejilla.

—¡No te acerques, hijo de puta! —grito, retrocediendo todo lo que la camilla me permite.

Ethan ríe con desdén.

—Todavía no entiendes, Karen —lo observo con odio—. Esta vez, no hay escapatoria —menciona con lentitud—, y no hay nadie aquí para salvarte —sonríe de lado.

Mis ojos se llenan de lágrimas mientras luchó contra las ataduras, consciente de que mi peor pesadilla acaba de comenzar de nuevo.

—¿Por qué estás haciendo esto? ¿Qué ganas torturándome de nuevo? —mi voz tiembla entre la desesperación y la rabia contenida.

Ethan se detiene frente a la camilla y me observa con una expresión enfermiza.

—Oh, Karen, siempre tan ingenua. No es solo por torturarte, aunque eso sea divertido. Necesito que pagues por lo que hiciste, por denunciarme. Y esta vez, no habrá escape. —susurra, deslizando un bisturí afilado por sus dedos.

Mis ojos escudriñan la habitación en busca de una salida, pero todo está sellado.

Intento encontrar alguna debilidad en su expresión, pero todo lo que veo es pura maldad. Mis músculos se tensan mientras él se acerca, sosteniendo el bisturí con una mano y acariciando mi mejilla con la otra.

—Eres tan hermosa cuando estás asustada, Karen —susurra, dejando un rastro de escalofríos en mi piel.

—No permitiré que vuelvas a hacerme daño. —digo, con la determinación de enfrentar lo inevitable.

Ethan se ríe nuevamente, ignorando mis palabras.

—Lo intentarás, pero esta vez, no hay héroes que vengan a salvarte. No hay escapatoria. Esta es tu nueva realidad —chasequea la lengua.

CÓDIGO AZUL © [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora