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—Yo no creo que seamos complemento del otro en su vida —simplemente se dedica a observar sus manos.

—¿Qué somos para ti, entonces? —murmura.

—No lo sé, doctor —suspiro—. Pero nadie es necesario para hacer un complemento, para cambiar a alguien —vuelve a observarme.

—A mí me gusta ver a las personas como un rompecabezas —arrugo mi entrecejo confundida—. Mira, un rompecabezas necesita de las demás piezas para dejarse ver con claridad y completo, ¿verdad? —sus ojos me atraviesan.

—Sí, de eso se trata —asiento.

—Las personas son como piezas de rompecabezas —voltea su cuerpo hacia mi dirección—. Para descubrirse o completarse se necesita de más piezas del rompecabezas —relamo mis labios.

—¿A qué quiere llegar con esto? —él sonríe.

—A que siempre seremos un complemento necesario en la vida del otro —da un paso hacia mí—. ¿Ahora entiendes?

—Usted está tratando de mostrar la existencia de dependencia, sea afectiva o como sea —él niega—. Pero así se ve —Max suspira.

—Eres demasiado complicada, Danvers —simplemente aparto mi mirada de la suya.

—Así me hicieron las personas que pasaron por mi vida —me encojo de hombros.

—¿Un padre adicto y una hermana irresponsable? —le lanzo mi peor mirada—. Lo siento, Danvers —musita.

—Tú no puedes ir hablando como si fueses conocedor de toda la mierda que sucede en la vida de los demás —espeto con molestia y salgo hacia el ascensor.

—¡Espera, Danvers! —presiono el botón y las puertas se cierran en sus narices.

Llego a la recepción y busco el nombre de la doctora López en el tablero de cirugía.

—Está en el quirófano dos —menciona Benjamín y le observo.

—¿Has ido a la galería? —cuestiono y él asiente—. ¿Cómo va todo? —tuerce sus labios.

—No muy bien —suspira—. El hígado fue atravesado por la navaja, sumándole el daño que tiene por causa de alcohol y mala alimentación —asiento.

—No quiero saber más, Benjamín —balbuceo—. Debo ir a ver a mi paciente —comienzo a caminar pero él me detiene.

—¿Segura que quieres trabajar, Karen? —le observo y asiento lentamente.

—Necesito hacerlo —me suelto de su agarre y voy a urgencias.

Veo a una mujer sentada junto a Ella, la cual no se encuentra ni feliz ni preocupada sino que algo molesta.

—Veo que llegó tu mamá, Ella —ella observa con algo de miedo en su mirada.

—Sí, aquí estoy —suelta brusca la mujer—. ¿Usted es la doctora de mi hija? —asiento lentamente.

—Así es —musito—. Me alegra que esté aquí, señora —la madre de Ella suspira.

—Como sea —bufa—. ¿Qué demonios le pasa a mi hija? —mantengo mi paciencia ante sus malos tratos hacia mí.

—Tiene hipertiroidismo y está embarazada, señora —en ese instante la señora se levanta y abofetea a Ella de forma abrupta.

—¡Te dije que no pensarás con el coño, mocosa! —exclama enfurecida.

—Señora, le voy a pedir que vaya a tomar un poco de aire —me coloco frente a ella para que no vuelva a golpear a su hija—. No puede actuar de esa forma en urgencias —hablo entre dientes.

CÓDIGO AZUL © [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora