~𝒫𝓇ℯ𝓈ℯ𝓃𝓉~¹⁴

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Present

Cuántas veces ya el miedo lo había engullido entero, sin dejar siguiera una uña suya para marcar en la madera el nombre del monstruo que lo había devorado

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Cuántas veces ya el miedo lo había engullido entero, sin dejar siguiera una uña suya para marcar en la madera el nombre del monstruo que lo había devorado.

Cuántas veces murió internamente en los brazos del aire sin siquiera poder dar explicaciones.

El tiempo mismo lo había ahogado y ahora su patético cuerpo temblaba ante la simple oportunidad de hacer algo, de sostenerse a sí mismo y dar unos simples pasos.
Tenía memoria de los momentos en donde se negó a caminar, dónde decidió quedarse quieto en su lugar en vez de cruzar una simple puerta y darse con los brazos abiertos a la verdadera libertad... En esos momentos el suelo se había teñido de rojo, de su propio rojo, de su sangre, y ese era uno de los pocos recuerdos que tenía de su amado.
Fue una relación llena de sangre.

Pero ahora estaba ahí, sintiéndose ahorcado como si de su respiración agitada se crearan dos brazos que apretaban y asfixiaban su cuello, tratando de controlar ese impulso idiota de correr tras la puerta.
Cada segundo sentía que se alejaba más, que el suelo mismo lo llevaba hacia atrás y lo obligaba a mirar a su única salida volverse cada vez más diminuta.

México se alejaba también.
Cada paso suyo, aunque no pudiera verlo, lo sentía a través de su cuerpo, como pequeños espasmos, como si el mexicano se estuviera llevando una parte de su alma con él y mientras más se alejaba más dolía.
¿Qué tan lejos estaría ya? ¿Unos pasos, unas cuadras?
En nada estaría en la otra punta de la ciudad, quizá ahí dejaría de doler.
...
O quizá nunca dejaría de doler.
Después de todo, no era la primera persona que se alejaba y aún no superaba, ese tipo de pérdidas le ocasionaban un dolor constante, tenía en el corazón quemaduras y ampollas imposibles de sanar, debatiendose entre el calor de su corazón de lava y el frío de sus venas congeladas, y así generaba un ciclo vicioso en donde cada latido se sentía como una apuñalada desde adentro.

Estaba bien, era mejor.

México era bueno.
Era dulce, era atento, se quedó a su lado cuando no lo merecía.
Por eso era mejor así.
México caminaría a la distancia, en la luz del día, siendo guiado por la luz del día, un corazón sano en su pecho palpitaba para crear cada una de sus dulces palabras, embadurnadas de miel, dulce, cálida y dorada, como creada con los mismos rayos del sol.

Argentina seguiría en la oscuridad.

Ahí, en la oscuridad, ahí merecía morir.
Declararía su amor a su única acompañante sincera, la parca.

¿No era eso lo que había estado suplicando?
¿Soledad para ser enterrado en su dolor?
¿Tener lo que merecía de una vez?
¿Era tan hipócrita como para...

...

Fueron dos pasos.

- ¡México! - Y un grito

Cuánto tiempo mirando al sol por su ventana, de repente sentirlo sobre él fue suficiente para ponerle la piel de gallina.
Y a poca distancia México le devolvía la mirada, entre sorprendidos y esperanzados sus ojos soltaron un brillo abrazador, dándose media vuelta para poder tenerlo frente a frente.
El mexicano estiró su mano hacia él nuevamente, pero Argentina no se movió, el calor lo había paralizado, ahora trataba de estabilizar su respiración mientras el sol le llegaba desde atrás, desordenando sus ropas sucias y cabello despeinado, había perdido consciencia de cómo se veía, ahora le daba algo de vergüenza.

°•~Key~•°  (NazArg)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora