~𝒫𝓇ℯ𝓈ℯ𝓃𝓉~¹⁷

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En las paredes vivían las mentiras

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En las paredes vivían las mentiras.
Se susurraban entre ellas, mascullaban promesas vacías, disculpas fragmentadas a punto de caer apenas chocaran con la realidad, explotando en millones de pequeñas espinas, clavándose y echando raíces en todos aquellos afectados, los pobres desafortunados que estuvieron demasiado cerca del estallido.
Se escurrían, de abrazaban, se multiplicaban como plagas, como un hongo letal, se expandían, porque una vez aparecía la primera mentira las siguientes tan solo tardarían horas en seguir naciendo.
Y seguir.
Y seguir.
Una más.
Dos.
Doscientas.

Las mentiras vivían en las paredes.
Y de noche se ponían a chismosear entre ellas, tan ruidosas que no lo dejaban dormir, recordándole cada pequeño detalle que debía ocultar.
Cada minúscula desición contraria que habría alterado su falsa vida.
Cada grieta formándose debajo de sus pies.
Con el pecado de la mentira.
Sus mentiras.
Iban a colapsar las paredes.

Y luego estaba él.
En la habitación de los susurros, de los dedos acusadores y de los verdugos que apoyaban sus oídos contra las paredes, esperando escuchar que a alguna mentira se le escapara la verdad para poder publicarla y anunciarla al mundo entero como quien encontró oro.

Eso.
Esa era la palabra.
Eso era su sufrimiento.

Oro.
Oro puro, macizo, valioso.
Una fortuna.
Tan solo había que apoyar el oído contra la pared y ser paciente.

Pero entre las mentiras, y la sangre, y la vergüenza, y la culpa, en las paredes colgaba algo más, algo que él miraba y valoraba como aquel que reza a un póster de la virgen.
Certificados de adopción, los tenía colgados en las paredes como su más grande orgullo, quizá la única prueba de que incluso basuras del mundo, como él, podían tener la menos un buen momento en la vida.

Eran los certificados de compra de unos pared de caballos.
Noche, Vaca y una más, especialmente marcada, puesta sobre un jarrón de flores que nunca movió de lugar, siempre tratandolas como si necesitaran el mismo cuidado que un humano, el certificado de una joven yegua llamada Rosa.

Habían pasado años, esos caballos estaban todos muertos, pero no podría jamás deshacerse de esos certificados.
Les dio en su momento las mejores vidas posibles, un campo grande, más caballos, buena comida, cuidados constantes, solo quería verlos bien, verlos crecer como el único legado de una familia que había desaparecido.
Era lo mínimo que podía hacer un ser tan despreciable como él.

El mundo volvió al silencio con tres toques en su puerta.

- Papá -

La habitación se llenaba de luz cuando dejaba pasar a las estrellas.

¿Cómo podía ser que hubiera crecido tanto?
Alemania, su pequeño bebé, había crecido tanto con el tiempo. Esa era su esperanza, mientras que el tiempo hacia que decayeran los cadáveres bajo la tierra, también hacia crecer a sus pequeños niños en hombres tan altos, tan buenos y dulces, amables...
¿Cómo podía ser Alemania la consecuencia de su propia crianza? Era tan perfecto en cada sentido, ese brillo inocente se veía en sus ojitos siempre tan joviales.

°•~Key~•°  (NazArg)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora