Capítulo 94. Un cálido abrazo

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Vivian se encogió de hombros cuando terminó de hablar. No le dirigió una segunda mirada y se dio la vuelta para marcharse. Solo se dio cuenta de que estaba jadeando cuando salió de la despensa.

Su teléfono sonó en ese momento. Se quedó perpleja por un momento cuando vio el identificador de llamadas. Al momento siguiente, respondió de inmediato, como si su vida dependiera de ello.

—Finnick...

La profunda voz de Finnick se oía al otro lado:
—Vivian, ¿dónde estás?

—Estoy en la oficina —se esforzó por responder con calma—. Estoy haciendo horas extras, y te he enviado un mensaje diciéndote que cenes sin mí.

—Lo sé.
La voz de Finnick era tan plácida como de costumbre. Dicho eso, Vivian se aferró a él como si fuera un tranquilizante.

—Baja.
-¿Bajar? ¿Dónde? —preguntó desconcertada.
—Abajo. Estoy en tu oficina.

Vivian recuperó la compostura y corrió hacia el ascensor a pesar de tener los tacones puestos. Su corazón latía con fuerza mientras contaba en su mente los pisos mientras pasaban en la pequeña pantalla indicadora.

«Más rápido, más rápido...», se decía. Era la primera vez que deseaba ver a Finnick lo antes posible.
¡Ding! El ascensor se detuvo en el primer piso, y Vivian se apresuró a salir. Corrió hacia la entrada, y allí estaba el familiar Bentley negro. Se alisó la ropa, un poco desorientada antes de dirigirse a la entrada. En este momento, ya no temía ser vista por los demás.

En el coche, Finnick observó todos sus movimientos a través de la ventanilla. El destello de una sonrisa se dibujó en sus profundos ojos. La puerta estaba abierta para que ella entrara, así que se subió al coche enseguida.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó mirando al hombre que tenía delante. Iba vestido con un sweater de punto verde esmeralda, que complementaba sus apuestos rasgos.

—Para traerte comida —respondió Finnick impasible mientras le pasaba el tupper que tenía en la mano, dejándola sorprendida. Luego, lo abrió para encontrarse con los platillos que Molly había preparado con esmero. Levantó la cabeza y se quedó mirándolo sin comprender—: ¿Has venido hasta aquí solo para traerme algo de comida?

Finnick desvió la mirada, incómodo ante la expresión de desconcierto de Vivian. Tosió despacio antes de responder:
—No, me dirijo a una reunión en la oficina, y por eso pensé en pasarme a entregarte el almuerzo por el camino.

Vivian se rio. «Por muy inteligente que sea Finnick, todavía comente errores...» pensó. Su oficina estaba al oeste, su casa al este. La oficina de Finnick estaba justo en el centro. ¿Cómo era eso «en el camino»? Sin embargo, sabía que era demasiado orgulloso para admitirlo. Por lo tanto, lo dejó pasar.

Agarrando el tupper, murmuró:
—Gracias, Finnick.

Solo entonces Finnick la miró. Su mirada profunda brillaba en el coche poco iluminado.
—De nada —dijo en voz baja. Había un matiz de ternura que ni él mismo esperaba cuando hablaba-: Puedes comerlo arriba. Supongo que no podrías estar fuera durante un largo periodo de tiempo durante las horas extras.

Vivian asintió y se dispuso a salir del coche. En ese momento, esperó poder detener el tiempo y se giró para mirarlo. Al notar su vacilación para bajar, él frunció el ceño.
—¿Qué pasa?

Mirando al pintoresco hombre que tenía delante, Vivian sintió que se debilitaba. Susurró, sin pensarlo:
—Finnick, ¿puedo abrazarte?

El quedó perplejo. Era lo último que esperaba que dijera. El silencio se extendió entre ambos cuando ella se dio cuenta de que se había pasado de la raya. Se sonrojó con intensidad mientras sus labios se curvaban en una fina sonrisa.

—Solo estaba bromeando. Ya me voy... —se excusó. Luego se apresuró a bajar del coche. Sin embargo, su muñeca fue agarrada antes de que pudiera salir. Al momento siguiente, se vio envuelta en un cálido abrazo. Finnick emanaba un ligero aroma a cigarro. Su masculinidad la envolvía, haciéndola sentir segura en su abrazo.

Casado sin másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora