Capítulo veintinueve: Celos, sinónimo de Park.

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Sonriendo orgulloso consigo mismo, DaeYang recobró la postura echándose un gran suspiro con un ramo de rosas rojas entre sus manos.

—Muy bien, recuerda lo que has practicado. ¿Qué quieres darle hasta para llevar? —se habló a sí mismo por medio de su reflejo en la ventana oscura—. ¡Claro que no! Lo otro, animal. Ah, bueno.

¡Por supuesto! El plan era el siguiente: iría donde DaJatza, le entregaría ese ramo de rosas rojas y le preguntaría que si acepta cenar con él hoy en la noche. Una vez estén en el restaurante, le va a confesar sus sentimientos y que anhela una oportunidad de demostrar que no todas sus neuronas están quemadas.

Excelente plan, ¿no? Sí, porque se pasó toda la bendita noche creándolo con planes y raíces cuadradas.

En fin, sin perder su grandísima sonrisa (la cual mostraba unas muelas de vampiro muy bonitas) se encaminó directo al consultorio de DaJatza, con el ramo por lo alto y una postura de seguridad.

Aunque por dentro estaba que se moría y se remoría de los benditos nervios, porque no sabe si DaJatza siquiera sentía atracción por él o simplemente lo veía como los amigos que eran.

De ser así, ya había comprado una docena de tarros de helado para atascarse, había preparado su manta favorita para enrollarse en ella, había comprado un maratón de películas románticas para reafirmar que el amor es absurdo y le había dicho a su librito de bolsillo que le prestara a la bola de grasa que tiene como mascota, para que le dé consuelo.

Es un genio y un paranoico, ¿bien? Es obvio que siempre va a tener un segundo plan por si el primero no funciona. Duh.

—Perfecto, estoy llegando y aún no he entrado en pánico. Eso es una buena señal. ¿Qué piensas? —continuó hablando consigo mismo mientras sigue caminando—. Pues yo pienso que ya has muerto y que por eso no sientes nada... ¿Sí? Ay, no, pero yo quería...

Calló y frenó en abrupto justo a un par de metros del consultorio del todas mías de DaJatza, que estaba fuera del consultorio hablando animadamente con una mujer que no parecía paciente precisamente.

Gruñó disgustado. Sintió un jodido malestar al observar a DaJatza sonriéndole en grande a esa mujer, hablando con ella como si el mundo fuera algodones de azúcar y esas mierdas que a él tan mal le caen.

Es que, ¡joder!, ¿por qué DaJatza siquiera estaba respirando el mismo oxígeno tóxico de esa mujer? Mejor aún, ¿por qué la veía y le sonreía? ¿No podía sólo darle una patada en el culo y ya?

¿Y qué era eso que estaba sintiendo en el pecho que parecía rasgar su interior? ¿Por qué sentía envidia? ¿Por qué sentía una grandísima necesidad por ir hasta ese par y separarlos? ¿Y por qué se imaginaba a sí mismo encerrando a DaJatza en el consultorio para que no esté cerca ni de esa mujer ni de nadie?

¿A caso todo eso era debido a que...? No, no podía ser. ¡Él no es como su familia! ¡Él no es tóxico ni nada parecido a como lo son los psicópatas de sus hermanos! ¡Él es un hombre bien!

Y si lo era, ¿entonces por qué putas ya se estaba aproximando con rapidez hacia ese par?

Ay, no, ¡él quería ser adoptado!

—¡Una aplauso para esta pareja que está enamorada! —habló en voz alta mientras aplaude acercándose a esos dos—. ¡Bravo! ¡Bravísimo! ¿Para cuándo la boda?

DaJatza lo volteó a ver claramente confundido por su extraño actuar y él solamente seguía aplaudiendo con la sonrisa más falsa que ha hecho, acercando las manos hasta la cara de la mujer frente a DaJatza.

—¿Y cuántos hijos piensan tener? ¿Le pueden poner a uno DaeYang? —inquirió con las manos en su cintura—. Pues de mi parte, gracias. Y no pienso ser el padrino de nadie.

❝Don celos se enɑmoró del señor coqueto❞ (ʏᴏᴏɴᴍɪɴ/ʏᴀᴢᴀᴇʟ).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora