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La mujer miraba el profeta, bebia un té en una de las terrazas de la mansión. Era temprano y eso no era algo que ella hiciera, pero prefería no cruzarse con ningún Sayre a qué dormir más.

Sabía que desayunarian en unas horas pero debatía en desayunar en ese preciso momento y esperar. Cabe aclarar que no lo hacía por gusto, la única razón por lo que lo ponía en duda era por su hijo y obviamente por su esposo quien seguro no pasaría ni un minuto para empezar a pelear con su familia.

Superficialmente le pasó el pensamiento de que si no desayunaba con ellos entonces tendría más razones para hablar mal de ella, por lo cual terminó optando en esperar unas horas y desayunar con ellos.

No corría mucho aire pero el clima era frío, lo suficiente para sentir que los dientes te tiemblan y Amaris sin duda así lo sentía, pero no quería entrar y tener la gran suerte de encontrarse con alguien que llevara el apellido Sayre.

Aunque si se hablaba de suerte Amaris tenía todo menos suerte.

En ese preciso momento alguien se sentó junto de ella, muy bien trajeado, con una sonrisa arrogante y su mirada coqueta pero miraba hacia los terrenos de la mansión.

- Buenos días, cuñada. - salió de su boca de manera muy tranquila.

- Buenos días, Taylor. - respondió sin despegar la vista del profeta, apretando ligeramente este al verse interrumpida por una de las presencias que menos deseaba y más en un momento en el que sentía tranquilidad.

El hombre sonrió y giró a mirar el rostro de aquella mujer, le miraba con detalle, analizando sus expresiones, buscando los ojos azules pero estos no le miraban ni por accidente.

De inmediato se percató de que Amaris no planeaba soltar alguna palabra, que permanecería en silencio y sin mirarle.

- Ese color de cabello te viene muy bien. - halago y la mujer relamio sus labios asintiendo.

Taylor soltó una carcajada negando, disfrutaba molestar a la mujer, y no como sus otros hermanos sino de burna manera, pues en verdad no le caía mal, le atraía y eso no era un secreto, ni para ella ni para nadie.

- ¿Qué sucede, Florence? - se paró y se puso atrás de ella leyendo el profeta que la mujer leía para no prestarle atención. - Te puedo asegurar que soy más interesante que lo que lees. - Amaris maldijo al hombre al escucharlo cerca de su oído, aquellas palabras habían salido de su boca de una manera ronca y murmuradas, mientras con mucha delicadeza tomaba su cabello pasándolo detrás de su oreja, haciendo así un leve contacto entre sus dedos fríos y su cuello.

- Cualquier lectura es más interesante que tú. - dio por fin respuesta, sintiendo las grandes manos de Taylor en sus hombros, dando leves movimientos con sus pulgares a la vez que sentía ya la respiración del hombre golpeando en su mejilla dado que se encontraba su rostro muy cerca al de ella. - ¿En qué puedo ayudarte, Taylor? - bajó el profeta para apartarse de él logrando mirarlo.

- Eres muy necesaria en muchas cosas. - sonrió sin apartar la mirada de ella.

- Bien. - asintió mirando un punto fijo como si analizara las cosas, relamio sus labios y se paró, quedando de esa manera muy pegada a el hermano de su esposo. Empujó bruscamente al hombre para este quedar sentado, la mujer recargó sus manos en las piernas de Taylor, quedando en una inclinación en la que sus rostro estaban a centímetros.

Taylor miró maravillado a aquella mujer, no podía resistirse a ella y el que fuera prohibida le incitaba más para acercarse a la esposa de su hermano. Le parecía perfecta en todos los sentidos, no solo quedaba hipnotizado por el increíble físico de la mujer, su actitud tan dominante y respetable le atraía de una manera que le parecía imposible.

𝓐𝓮𝓽𝓮𝓻𝓷𝓾𝓶 [𝚆𝚑𝚊𝚝 𝚑𝚊𝚙𝚙𝚎𝚗𝚎𝚍?]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora