CAPITULO 39

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Con la barriga rugiendo de hambre, Pelaje Azul regresó a casa a través del

bosque. No podía apartar la imagen de Corazón de Roble, y la forma en

que sus ojos habían brillado con tristeza. Los árboles sin hojas crujían y

traqueteaban por encima de ella, y a ambos lados del sendero, los arbustos

estaban muriendo de frío. ¿Realmente había corrido por allí como

aprendiza? ¿Había perseguido a Pelaje Nevado entre los árboles, atrapado

su primera presa, practicado la lucha y la caza? Nunca se había dado

cuenta de lo fácil que había sido ni de lo feliz que era. Todo era diferente

ahora. Incluso los árboles le parecían desconocidos.

—¿Pelaje Azul?

Manto de Tordo la llamaba desde el sendero de adelante, su pelaje gris

arenoso se mezclaba con las paredes de helechos quemados.

—¿Estás bien? —sus ojos estaban llenos de preocupación.

Pelaje Azul siguió caminando con la cabeza baja.

—Solo regreso al campamento.

Él no se hizo a un lado para dejarla pasar, sino que sostuvo

suavemente su cola para bloquearle camino.

—Detente —le ordenó.

Ella lo miró a los ojos y vio una ternura que la tomó por sorpresa.

—Rosal acaba de felicitarme por convertirme en padre —maulló.

Pelaje Azul sintió que el mundo giraba a su alrededor.

—¡No pudo! ¡Lo prometió!

—¿Tiene razón? ¿Vas a tener cachorros?

—Lo siento mucho. Yo no le dije que eras el padre —mortificada,

Pelaje Azul buscó las palabras—. Ella solo adivinó, y era más fácil... —se

detuvo. No podía revelar nada.

—¿Así que sí vas a tener cachorros? —Manto de Tordo presionó.

Pelaje Azul parpadeó.

—Sí, voy a tener. —Esperó a que preguntara de quién eran, y por qué

había mentido.

Pero él se limitó a quedarse de pie y observarla.

Por fin habló.

—No voy a preguntar quién es el padre —maulló—. Estoy seguro de

que hay una razón por la que has mantenido ese secreto.

Pelaje Azul arrancó un helecho que se desprendía del suelo.

—Siento que no haya funcionado de otra manera. Ha-habría sido feliz

contigo, lo sé. Pero ahora todo salió mal, y no sé qué hacer.

Manto de Tordo movió sus patas.

—Puedes decirle al Clan que soy el padre, si quieres. Digo, si eso

facilita las cosas.

Pelaje Azul lo miró fijamente.

—¿De verdad harías eso?

¿Era la única gata que no estaba dispuesta a hacer sacrificios por estos

cachorros?

Manto de Tordo asintió.

La Profecía de Estrella AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora