CAPITULO 37

30 1 0
                                    

La suave punta de una cola acarició la mejilla de Pelaje Azul.

—Es hora de despertar. —El susurro de Corazón de Roble agitó el

pelaje de su oreja.

Pelaje Azul abrió los ojos y se estiró, las hojas de su lecho crujiendo

bajo ella. Todavía estaba oscuro en la hondonada, pero por encima de los

árboles el cielo se volvía lechoso con la luz del amanecer. Se incorporó,

con el corazón acelerado. Tenía que volver a casa.

Corazón de Roble la miraba, con sus ojos brillando como la Piedra

Lunar.

—No quiero dejarte.

—Pero tenemos que hacerlo —apretó su hocico contra el de él.

Caminaron hasta el borde del claro y se detuvieron, entrelazando sus

colas. Su tiempo juntos había terminado.

—Te buscaré en la orilla del río —prometió Corazón de Roble.

Pelaje Azul se apretó contra él.

—Yo también te buscaré —su voz salió como un susurro. Sabía que el

río siempre los dividiría.

—Puede que incluso suba a algunos árboles para seguir practicando

—bromeó.

—Sí —se sintió cansada por la tristeza.

¿Por qué estaba tan alegre? ¿No se daba cuenta de que nunca

volverían a estar juntos así? Lo miró a los ojos y supo que sí se daba

cuenta. Detrás del brillo reconoció un dolor tan crudo como el suyo.

—Adiós —susurró ella, y se dirigió hacia la ladera.

Miró hacia atrás una y otra vez hasta que el dolor de verle de pie bajo

los robles fue demasiado para soportarlo. Entonces fijó su mirada en el

frente y subió a la cima de la hondonada. Pero al llegar a la cima, sintió

que la mirada de Corazón de Roble seguía abrasando su pelaje. «¡Debo ser

tan fuerte como el fuego!».

El bosque estaba lleno de sombras, y le costó un poco adaptarse a la

oscuridad mientras sorteaba las zarzas y se colaba entre los helechos. Su

corazón se aceleró a medida que se acercaba al campamento; un

compañero de Clan podría estar vagando por el bosque. «No tan

temprano», se dijo a sí misma. Pero aún así se puso nerviosa con cada

susurro y cada olor que flotaba en el aire.

Se deslizó por el barranco, conteniendo la respiración mientras sus

patas lanzaban una lluvia de arena hacia abajo. Para su alivio, Fauces de

Víbora no aparecía por ninguna parte. La entrada del campamento estaba

sin vigilancia. Se escabulló hacia el interior y se dirigió directamente a la

guarida de los guerreros, mientras su mirada revoloteaba nerviosa por el

silencioso claro. La luz amarilla se extendía por el cielo, llegando a

La Profecía de Estrella AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora