CAPITULO 8

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Zarpa Azul se despertó con una sacudida. «¡La batalla!». Se levantó de un

salto y echó un vistazo a la guarida. Las paredes de helecho ondulaban y se

balanceaban con el viento como si fueran tiradas por patas invisibles.

Todavía no había amanecido, pero Zarpa de Leoparda y Zarpa de Centón

ya estaban sentados y lavándose.

Zarpa Nevada se estiró en su lecho, con los ojos brillando en la

penumbra.

—¿Qué pasa?

—Manto de Gorrión nos quiere en el claro —maulló Zarpa de

Leoparda.

El viento rugía sobre el campamento y cuando Zarpa Azul salió de la

guarida, una ráfaga llena de arena le golpeó la cara y la hizo estremecerse.

Los árboles que rodeaban el campamento se tensaban contra el aire

furioso, y las nubes se cernían sobre ellos tan oscuras y amenazantes como

cuervos. Manto de Piedra esperaba afuera de la guarida, con el pelaje

aplastado y los ojos semicerrados contra el remolino de hojas y polvo.

—No hace buen tiempo para una batalla.

—¡Compañeros de Clan! —la llamada de Estrella de Pino fue aguda.

Se paró en el centro del claro con Pluma de Ganso a su lado mientras sus

guerreros se arremolinaban a su alrededor, azotando sus colas.

El pelaje a lo largo del lomo de Fauces de Víbora estaba tan afilado

como las espinas de un erizo. Cola Moteada arrancaba puñados de tierra

mientras Manto de Gorrión y Cola de Tormenta se paseaban por el borde

del claro, con los músculos ondeando en sus anchos hombros. Bigotes

Plumosos iba de un gato a otro, dejando caer pequeñas ráfagas de hierbas

en las patas de cada uno. «Deben ser las hierbas fortalecedoras», supuso

Zarpa Azul.

Afuera de la maternidad, Flor de Luna estaba compartiendo lenguas

con Amapola del Amanecer. Se detuvieron cuando Pequeño Cardo y

Pequeño León salieron de las zarzas, esponjando sus pelajes y tratando de

parecer grandes. Amapola del Amanecer le dio a Flor de Luna un último

lametón entre las orejas antes de llevar a los dos cachorros, quejándose, de

vuelta a la maternidad. Los ojos de Flor de Luna brillaban amarillos

mientras cruzaba el claro. Con las orejas gachas y el pelaje alisado por el

viento, Zarpa Azul apenas reconoció a su madre. Enderezó la espalda y

levantó la barbilla, jurando ser lo más parecida a Flor de Luna que pudiera.

Bigotes Plumosos dejó caer unas cuantas hierbas en sus patas.

—Ya pareces una guerrera.

Zarpa Azul le miró sorprendida.

—¿Lo parezco?

Manto de Piedra entrecerró los ojos.

—No lo olvides, mantente lejos de las peleas.

Zarpa Nevada salió corriendo de la guarida de los aprendices.

La Profecía de Estrella AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora