CAPITULO 28

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El rugido del monstruo se desvaneció rápidamente. Pelaje Azul pudo ver a

los guerreros del Clan de la Sombra mirando desde los árboles más allá del

Sendero Atronador, con los ojos muy abiertos de horror.

—¿Pelaje Nevado? —Se agachó y empujó a su hermana con la pata.

La guerrera blanca no respondió, solo se quedó echada en la hierba

apestosa.

—Vamos —instó Pelaje Azul—. Tenemos que volver al campamento.

Tenemos que reportar a esos guerreros del Clan de la Sombra.

Un fino rastro de sangre rodó de la boca de Pelaje Nevado.

—Te ayudaré —Pelaje Azul ofreció. Agarró el pelaje de Pelaje

Nevado y comenzó a arrastrarla hacia el bosque—. Intenta con tus patas

—rogó Pelaje Azul a través de su boca llena de pelo—. Una vez que estés

caminando, te sentirás mejor.

El cuerpo de Pelaje Nevado se deslizaba por el suelo cubierto de

hojas.

«Oh, Clan Estelar, ¿por qué le hablé de Corazón de Roble? No habría

salido corriendo. Nunca habríamos encontrado a esos guerreros del Clan

de la Sombra». Ya estarían en casa, Pequeño Blanquito estaría rebotando

de emoción al ver a su madre de vuelta.

—¿Pelaje Azul? —el maullido de Fauces de Víbora sonó entre los

árboles.

Pelaje Azul soltó a su hermana y miró al guerrero moteado, con la

mente en blanco. Fauces de Víbora había venido. Todo estaría bien ahora.

Cola Moteada estaba con él, Vuelo de Viento y Manto de Tordo también.

Ellos sabrían qué hacer. Sus compañeros de Clan se arremolinaron a su

alrededor. Sintió que sus mantos rozaban el suyo mientras se inclinaban

sobre Pelaje Nevado.

—Un monstruo la golpeó —explicó Pelaje Azul. Su voz sonaba como

si viniera de muy lejos—. Unos gatos del Clan de la Sombra estaban

cazando ardillas en nuestro territorio y los echamos, y la golpeó.

—Manto de Tordo —la orden de Fauces de Víbora fue enérgica—,

comprueba que el Clan de la Sombra se fue y no volverá.

Mientras Manto de Tordo se alejaba corriendo, Fauces de Víbora

agarró el pelaje de Pelaje Nevado.

—¡Ten cuidado! —le advirtió Pelaje Azul, con el corazón dando

tumbos—. Creo que está herida.

Sintió que la cola de Ojo Blanco le cubría los hombros.

—Vamos —murmuró la gata clara, persuadiéndola de avanzar—.

Volvamos al campamento.

Las patas de Pelaje Azul, entumecidas por la conmoción, tropezaron

con el suelo del bosque. «Está herida. Simplemente está herida». No

La Profecía de Estrella AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora