CAPITULO 31

31 1 0
                                    

Pelaje Azul curvó el labio.

—Me gustaría ver cómo lo intentas —gruñó.

Sin esperar su respuesta, se dio la vuelta y corrió de nuevo por el

bosque. Garra de Cardo podía terminar la patrulla él solo.

—¿Volviste tan pronto? —Estrella de Sol estaba trepando a la cima

del barranco cuando lo alcanzó.

Pelaje Azul no había preparado una excusa. Lo miró con la boca

entreabierta.

—¿No hay presas? —Estrella de Sol presionó.

¿Cómo podía contarle la amenaza de Garra de Cardo? ¿Quién iba a

creer que un guerrero leal le diría algo así a su compañera de Clan? Ella

misma apenas lo creía.

—Las presas eran escasas, así que volví antes para pasar tiempo con

Pequeño Blanquito.

Una excusa poco convincente, pero al menos era parcialmente cierta.

Estrella de Sol inclinó la cabeza hacia un lado.

—Me alegro —maulló—. Serás buena para él. —Hizo una pausa—.

Hoy te pareces más a tu antiguo yo.

«¿En serio?». Lo miró fijamente, esperando que fuera cierto.

—Ve a ver a Pequeño Blanquito —le dijo enérgicamente—. Creo que

para cuando él se convierta en aprendiz, tú estarás lista para tener al tuyo

propio. Ayudar a criar a Pequeño Blanquito te dará una práctica que vale la

pena.

—Gr-gracias —Pelaje Azul se sorprendió por la calidez del líder del

Clan del Trueno. Temía no haber hecho nada para ganárselo. Deslizó sus

patas sobre el borde del barranco y saltó hacia abajo.

—¡La próxima vez, sin embargo, no abandones las presas! —Estrella

de Sol la llamó.

—¡No lo haré! —prometió.

Pequeño Blanquito estaba profundamente dormido cuando entró en la

maternidad.

—Estaba cansado después de mamar —se disculpó Ala de Petirrojo—.

Creo que Garra de Cardo lo agotó.

Pelaje Azul lo acarició suavemente y él se revolvió en su sueño y

apoyó su pequeña pata contra su hocico. Era tan suave como la cola de un

conejo. Pelaje Azul respiró su aroma, tan parecido al de su hermana, y

salió de la maternidad.

—¿Cómo van las presas? —el maullido de Manto de Tordo la

sorprendió.

—No muy bien.

—¿A dónde fuiste?

—Al pinar.

Manto de Tordo miró más allá de su hombro hacia la maternidad.

—¿Cómo está Pequeño Blanquito?

—Bien.

—Tiene suerte de tenerte para cuidar de él.

—No lo sé —Pelaje Azul se miró las patas—. No lo he hecho muy

La Profecía de Estrella AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora