Capítulo 22

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Kevin

El día antes del regreso de Norman fui a ponerme al día con mi rutina de gimnasio. Ya que, en estos días, por la tesis y la graduación, sería imposible ir.

Bajé del auto y le di las gracias al chofer. No sabía cuánto tiempo más tendría que seguir dependiendo de él.

Supongo que hasta que la policía determinara que no era un peligro al volante tendría que seguir pidiendo a alguien que me llevara a todos lados.

Había comenzado a llover vigorosamente, por lo que apresuré el paso. Era casi de noche, estaba tan desesperado por poner la contraseña de la casa que apenas me percaté de una bola oscura que estaba sentada en el borde de la escalera de entrada.

Me sobresalté cuando tomó mi pie una mano húmeda.

—¿Kevin?

Tragué grueso: Era Hugo. Empapado, tembloroso. Parecía un vagabundo y estaba increíblemente delgado. No era ni la mitad de la persona que una vez conocí.

—¿Qué haces aquí?

—Por favor, déjame entrar.
—No creo que sea buena idea.

—Por favor, me enfermaré.

Bufé, pero cedí. Entramos a la casa y le señalé el sofá de la sala para que se sentara.

—Te voy a buscar un cambio de ropa para que te bañes. En cuanto escampe te quiero fuera de aquí.

Media hora después, estábamos en la sala. Yo sentado en el sofá frente al televisor con los pies doblados sobre este y él en una banca cerca de la chimenea.

Ya se había cambiado de ropa y parecía un poco más un ser humano.

La lluvia no tenía intenciones de cesar pronto.

—¿Todo bien en el hospital?

—Hum... sí. Estoy haciendo una especialidad en cirugía. Pero no me gusta mucho.

—No te gusta la medicina en lo absoluto. Lo hiciste por complacer a tus padres.

—Tienes razón.

—¿Qué haces aquí, Hugo? —volví a preguntarle —. ¿Qué te hace venir a mi casa de noche?

—Me divorcié de mi mujer.

—¡Oh! ¿Y? ¿Qué sucedió? ¿Descubrió que te gustan las pollas? ¿O simplemente se cansó de que no pudieras tener sexo?

—No seas cruel, Kevin. Yo... solo intentaba ser el hijo perfecto. Hacer feliz a mis padres.

—Y lo lograste, ¿o no? Me das pena. Pero eso no responde a mi pregunta. No entiendo qué haces aquí.

Él se puso de pie y fue hasta mi lugar. Se puso de rodillas frente al sofá.

—Vine a por ti. Quiero que me des una oportunidad. Aquella noche hace años, cuando le confesé a mis padres que estaba enamorado de ti, enloquecieron. Me obligaron a cortar todos los vínculos que pudiera tener y a marcharnos de casa. Acepté mi destino porque era muy dependiente de ellos. Pero verte aquel día en el hospital y con alguien más, me dolió demasiado. Y cuando me dijiste que no significaba nada, sentí una esperanza.

Tiró de mis piernas obligándome a bajarlas del sofá, y se metió entre ellas de rodillas.

—¿Qué haces?

Me ignoró y con su mano bajó la cremallera de mis pantalones. Le sostuve ambas manos con fuerza y lo zarandeé.

—Ten un poco de respeto por ti mismo. Esto es rebajarse ante alguien que no te corresponde. Eres un médico de prestigio. Tienes buena posición social. Lo único que necesitas es el valor de aceptar lo que eres, y ser feliz de una vez por todas.

—Voy a llamar a mi chofer para que te lleve a casa.

Gruesas lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas cuando lo solté.

Una hora después, la lluvia había cesado casi por completo. El auto aparcó y el chofer me hizo una seña. Hugo salió de la casa, pero antes de irse se giró hacia mí.

—Nunca quise hacerte daño.

—Pero lo hiciste, y mucho. Aunque te perdono —él volvió a caminar, y lo llamé —. ¿Hugo? No vuelvas nunca más por aquí, ¿vale? No quiero problemas con mi esposo.

—Dijiste que no era nada, solo un contrato.

—Sí, pero las cosas cambian y ahora lo amo...de verdad.

We Found Our DestinyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora