Capítulo 3

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Kevin

La boda contó con unos cincuenta invitados. La aglomeración y las múltiples felicitaciones me empezaban a agobiar.

Siempre que el camarero pasaba cerca de mí tomaba una copa de champán (y le lanzaba una mirada a su trasero), a este paso no llegaría sobrio a las doce. Y me parecía bien.

Por encima de mi copa, observaba a mi nuevo "esposo". Realmente quería odiarlo, actuaba como si fuera lo mejor del mundo, pasaba completamente de mí, como si fuera un objeto más de la decoración.

Estaba ahí, con la misma copa llena desde que comenzó la fiesta y con su familia perfecta, su hermano y esposa con su hija pequeña, su madre, padre.

Lucía un traje de color negro y una camisa color beige debajo. Demasiado bien para mi gusto.

Mentiría si dijera que no lo deseaba, realmente nunca había tenido que preocuparme por el hecho que me rechazaran, pero ahora no podía quitarle los ojos de encima e imaginármelo sin toda esa ropa.

Aflojé un poco más la corbata, tomé las mangas de mi camisa y las doblé hasta los codos.

Estaba extrañamente más acalorado, tal vez era el alcohol haciendo efecto.

Mi padre apareció por detrás. Se colocó por delante de mí, y comenzó a bajar con disimulo mis mangas y atar nuevamente mi corbata.

—Por favor, te pedí que escondieras estos tatuajes lo más posible. Vamos a intentar dar buena impresión. —Alisó mi camisa —. Y, por favor, deja de beber. La limusina q los llevará a casa tiene una tapicería de cinco mil dólares.

Dos intensas horas después, los invitados comenzaron a marcharse a casa.

Al final, me distraje hablando con la hermana menor de Norman. Durin era una pequeña de ojos rasgados y cabello largo.

Constantemente tocaba los tatuajes de mis manos y me preguntaba cuántos dibujos tenía en la piel.

—Mamá no deja ponerme las calcomanías de mariposas que venden a cincuenta centavos en la feria —se quejó haciendo pucheros —. Siempre me dice que las princesas no hacen eso.
Sonreí ante la vocecilla enojada que emitió.

—Cuando crezcas, podrás hacer lo que quieras en tu piel e igual seguirás siendo una princesa.

Ella me dio una sonrisa enorme antes de inclinarse a darme un beso en la mejilla.

Me dijo adiós y fue hacia su madre que la llamaba.

Toda la familia se acercó a mí, hicieron una reverencia y se excusaron porque debían marcharse.

Mi padre hizo lo mismo. Los despedí, Norman también lo hizo y se dirigió hacia mí.

—La limusina está fuera. Cuando quieras nos vamos.

Le lancé una mirada desinteresada y fui caminando hasta la salida.

Una vez dentro de esta, desaté por completo la corbata, y me quité el saco. Revolví mi cabello, me quité los zapatos, subí los pies al asiento y encendí mi teléfono.

Unos segundos después, mi acompañante entró a colocarse a mi lado. Me observó con el ceño fruncido y golpeó mi pierna.

—¿Qué haces? Baja los pies de ahí.

Bufé.

—No tengo suficiente alcohol en mi organismo para soportarte ahora mismo, la verdad.

—No lo hagas entonces —dijo —. Pero ten un poco de cordura por lo menos el día de tu boda.

De un violento tirón, tomé el cuello de su camisa.

—¿Quién mierda eres para decirme qué hacer? No sabes nada de mí.

De un manotazo, retiró mis manos y se alisó.

—Sí, sé más de lo que crees. Eres el único hijo de Mark Stan. Desde que estoy escuchando tus historias. Lo primero que supe fue cuando cumpliste la mayoría de edad hiciste una fiesta en un crucero y terminaron detenidos por posesión de drogas. En un juego de basquetbol fuiste con tus amigos y salieron en la gran pantalla semidesnudos...

—Eso lo sabe todo el mundo...

—Tus fiestas en clubes privados son furiosas. Y cuando destrozaste la tienda de ropa porque no te reconocieron, pensaron que eras un drogadicto y no te dejaron pasar.

—Sí, sabes bastante entonces. Solo fallaste en algo: quemé la tienda porque me gustaba el dueño, pero al imbécil no le gustan los hombres, ¿te lo puedes creer?

—¿Qué haya hombres hetero? No, que va. ¿Cómo se atreve?

Nos miramos seriamente por unos segundos y comenzamos a reír estruendosamente.

Giré mi rostro para verlo mejor, tenía una sonrisa limpia y cuidada.

Su camisa estaba entreabierta, tal vez por el tirón que le había dado minutos atrás, y dejaba entrever su piel nívea.

¡Mierda! Estaba muy bueno, en todos los sentidos.

Me quedé tan embobado mirándolo, que no me di cuenta en el momento que coloqué mi mano sobre su muslo y lo acaricié lentamente, mirándolo a los ojos.

Creí que iba a retirarla, pero cruzó las piernas, la encerró entre sus muslos y se inclinó para besarme. Correspondí gustoso de poder saborear sus labios.

Nuestros besos fueron más calientes y apasionados de lo que imaginaba.

Con mi mano libre, empujé su barbilla hacia arriba para lamer el espacio debajo, él gimió alto y su voz grave me estremeció.

Cuando dejé caer mi mano sobre su regazo, pude sentir su erección a través de la tela.

Sus manos se cerraron alrededor de mi cintura y tiró con fuerza. Llevó su mano a mi entrepierna y oprimió mi paquete.

—Será mejor que esperemos a llegar a casa —me sugirió —. No queremos hacer un desastre aquí dentro.

—Así que no eres tan pulcro después de todo —dije sonriendo —. Me gusta.

We Found Our DestinyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora