Nunca creí en la eternidad; tampoco está en una decisión cercana hacerlo. Porque mamá y papá lo hicieron, lo mantuvieron, y acabaron de igual forma inmensamente lejos del amor eterno que siempre desearon.
Eran especiales cuando estaban juntos, cuando se miraban, cuando se reían, cuando se abrazaban. Sus ojos brillaban como estrellas en un cielo despejado nocturno tan solo al escuchar la voz del otro viajar en el eco de la casa.
Mamá y papá me hicieron ver el amor como un sueño lejano al que anhelé llegar en algún momento. Me gustaba la idea de encontrar en una mera casualidad a esa persona que me hiciera sentir completa; en casa. Porque ¿quién no quiere ser feliz en compañía? ¿Quién no quiere compartir algún lapso de su vida junto a alguien que en verdad se le incendie el corazón cada vez que te repase con la mirada?
Yo si quería. Y quizá aún quiero.
Mis padres me enseñaron la belleza del amor, pero nunca me advirtieron que, así como empieza, también termina.
Nunca me enseñaron que el corazón puede romperse en pedazos tan rápido como puede arder.
Cuando comenzaron los problemas en casa, creí que lo resolverían, tal cual lo han hecho siempre desde que tengo memoria. Pero me equivoqué, y me destruí a mí misma viendo como ellos se quebraban sin querer seguir luchando.
Presencié como de a poco se iban perdiendo a sí mismos, desviándose por caminos diferentes, con una brisa revolucionada de sentimientos apretándoles el pecho. Mientras tanto, yo corría de lado a lado intentando volver a construir algo que no había roto, algo que no tenía por qué ser arreglado.
Pasé días encerrada en mi habitación, en soledad, buscando alguna solución a ese problema que no estaba a mi alcance. Claro que no estaba a mi alcance, porque no era mío. No estaba en mis manos por más que así lo hubiese querido.
La noche que los tres nos sentamos a la mesa a hablar, a estallar la desgarradora preocupación, fue cuando entendí que ellos ya no estaban en la misma sintonía; y no lo estarían nunca más.
Me explicaron lo más pacientemente posible la situación, aunque de igual forma las lágrimas me empaparon la cara al escuchar salir de sus bocas la realidad que veía aproximándose desde hace un tiempo.
Mamá y papá se separarían, y no podía hacer nada más al respecto que aceptarlo, superarlo y luego guardar los recuerdos en una caja fuerte para nunca perder el brillo de sus sonrisas cuando aún conectaban tan hermosamente como estaba acostumbrada a apreciar.
Fue difícil, tan difícil que creí que no podría volver a hablar del tema jamás en mi vida. Pero logré mantenerme en pie, y ayudé a mamá a que lo logre también.
¿Cómo lo hice realmente? No lo sé, solo me pone feliz haber podido estar para mamá en el momento más atormentado de su vida. Ella a mi lado y yo al suyo, todo se aclareció. Juntas nadamos en una laguna pantanosa hasta llegar al arrecife cristalino. Aún quedan grietas, muchas grietas. Pero estoy segura que, si llegamos hasta donde estamos, podremos avanzar muchísimo más. Las grietas se reparan, de a poco. Las cicatrices quedan.
Porque yo seguiré estando aquí para ella, y ella para mí.
Así fue que acabé aceptando viajar con mamá a la casa de la abuela Marjorie en Columbia Británica para pasar el verano de una forma diferente, sin hundirme en deseos que nunca sucederán, y ayudándola a ella a acabar de sanar ese marchitado corazón que lleva dos años intentando salvarse.
Miro el camino boscoso por la ventanilla del auto mientras le subo el volumen a mis auriculares para que la canción «rockstar» de Post Malone inunde mis oídos.
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OSCURO GÉNESIS
FantasyBridget Wilson tiene un único propósito este verano: desconectar de los problemas que la separación de sus padres le lanzó encima, y supervisar que su madre sane su marchitado corazón. Con eso en mente, ambas viajan desde Toronto hasta Nelson, Colu...