Arráncamelo

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Una despedida en medio del jardín delantero en una casa perfectamente geométrica en los bosques de Canadá mientras mi mamá me mira con mala cara desde la ventanilla del vehículo es lo que defino como «irreal».

Melanie me estrecha entre sus brazos con toda la fuerza que puede como si así lograra mantenerme unos minutos más junto a ella. Jasper se une al abrazo, reposando su mejilla en mi cabeza. Se siente tan reconfortante como jamás en mi vida. «Mis amigos...», me digo. Puedo haberme sumergido en una soledad extensa durante años. Años en los que solo existía yo y mis padres, en los que me mantenía lejos de la sociedad porque creía que las personas eran una pérdida de tiempo.

¿Para qué necesito a alguien más si puedo tenerme a mí misma?

Lo que no sabía, era que a veces si necesitamos a ese revuelo de sentimientos con historias enredadas que te acepte en su vida como tú en la tuya. Quizá si necesitaba a Melanie, Jasper y Pierre al final de todo.

Cuando me aparto de ambos, les dedico mi mejor sonrisa y yo me quedo con las suyas. Me guardo ese destello de arcoíris que mantienen los ojos de Melanie y ese toque atrevido en el rostro de Jasper.

Me cuesta algo de esfuerzo llegar hasta la abuela Mar, quien rebusca en mí un último hilo del que poder tirar. Y lo encuentra, como siempre. Me toma de los brazos, dando un suspiro, antes de repasarme con la mirada.

—Ve y demuéstrale a la vida que nadie derriba a Bridget Wilson, querida —murmura en voz baja, solo para mí.

Me da un beso en la mejilla con cariño antes de apartarse, antes de que pueda contestar, y deja lugar para que Pierre se arrime a mí y entrelace sus manos con las mías. El corazón me da un vuelco al sentir su tacto.

—¡Ya vámonos, Bridget! —chilla mamá desde el auto a mi espalda con la música a todo volumen. La ignoro, es una imagen borrosa para mí ahora, incompleta, inexistente.

Clavo mis ojos en los de Pierre con decisión.

—Eres un maldito torbellino que arrasa con todo... Y me fascina. No sabes cuánto me encanta —reitera. Puedo recordarlo diciéndomelo en medio de la biblioteca, en medio de todas las miradas asesinas, cuando no nos importaba en absoluto quien pudiera ver el fuego que ardía en ambos al mirarnos.

Rompo la poca distancia que nos separa. Lo beso...

«Es la última mierda que vamos a atravesar juntos. Al menos tiene que significar algo», hace eco en mi mente todavía, acompañado de las imágenes que no puedo dejar de revivir una y otra vez acerca de anoche.

—Te amo, Pierre Crawford —susurro contra sus labios.

—Yo te amo a ti, nena.

Me besa de nuevo, suave, inolvidable. Y, cuando se aparta, ya me arrancaron algo de encima. Sin mi dragón me sentía vacía, ahora no queda nada. Absolutamente nada, tan desolado como cuando pisé el lugar la primera vez. Lo tengo enfrente todavía; sin embargo, ya no lo siento, no lo...

El collar.

Miro mi cuello con urgencia, el Ónix no está.

—Lamento que no te puedas llevar nada de mí, de nosotros —exclama, entonces me percato que me ha desabrochado y sacado el collar mientras me besaba—. Prometo cuidarlo por ti.

Afirmo con un nudo en la garganta, forzándome a alejarme. Forzándome. Peleando con las voces gritándome en mi interior. Doy un paso atrás, y otro, y más tarde otro. Cuando apoyo mi mano en la puerta para abrirla, me percato que no he apartado mi mirada de Pierre. No puedo.

Trago saliva con fuerza y me meto en el auto, a un lado de Oliver.

Vuelvo a mirarlo.

Sus ojos se cristalizan cuando mamá gira la llave y enciende el motor, me desvanezco por dentro, pedazo a pedazo como un rompecabezas desarmado. Mis manos tiemblan cuando bajo la ventanilla. Los cuatro, en medio de un jardín decorativo de tulipanes, viendo como elegí perderlos a ellos en vez de perder a mi propia mamá.

El vehículo comienza a moverse, sube la velocidad, las ruedas se mueven. Se me acelera el corazón. Las lágrimas abomban mis ojos hasta rebalsarlos.

Me quedo paralizada en el asiento, respirando con dificultad. El auto acelera y se aleja de la casa, la deja atrás como si hubiese sido lo más insignificante de nuestro verano. Lo cierto es que lo fue todo.

Instalo mis manos sobre la ventanilla y saco mi cabeza por ella. La brisa arrebata mi pelo, los rayos de sol chocan contra mi rostro, pero no me acobardo.

Melanie da saltitos mientras saluda con una mano a toda velocidad, Jasper me sonríe con tristeza y nostalgia, la abuela camina hacia adentro sin mirar atrás; «contempla la vida, sigue haciéndolo», la escucho decir. Y Pierre...

Pierre me guiña un ojo. Me dedica una última sonrisa ladeada, encantadora, hipnotizadora. Arrebatadora. De ese tipo de sonrisas con las que logró que cayera en su tela de araña con los ojos cerrados sin importar lo peligroso que podía resultar.

Me limpio las mejillas húmedas, sin apartarme de la ventanilla, viendo cómo se alejan en cada segundo que las ruedas descienden por la calle hasta que, en un cierto punto, mi visión no los detecta. No detecta la soñadora mente de Melanie, los tatuajes creativos de Jasper, la carismática manera de actuar de Marjorie, ni la tentadora desenvoltura de Pierre.

Mi chico de los ojos esmeralda...

Comencé mi viaje por caminos dudosos en las lejanías de Canadá, entremedio de bosques y lagunas perdidas. Tres meses para sanar, un verano para compartir, una experiencia en la que debía lograr desconectar. Pero no lo hice, no desconecté. En su lugar, conecté con el chico que te asesina y juzga con la mirada como si fuese miles de veces superior a ti, con el chico misterioso que resulta tener el corazón lleno de emociones para repartir a pesar de estar tan destrozado por manos equivocadas.

Me gustaba la idea de encontrar en una mera casualidad a esa persona que me hiciera sentir completa; en casa...

Papá y mamá me enseñaron la belleza del amor. Lo pintaron de colores cuando, en realidad... lo es. No mintieron, es la mierda más hermosa que existe, y a veces me detesto por lo mucho que el amor me fascina. Sin embargo, papá y mamá, no me enseñaron acerca de las despedidas, del último adiós, del dolor en el pecho que me inhabilita respirar con libertad. No lo hicieron por lo mucho que a ellos los rompió.

Si me lo preguntan, no sé qué estuve haciendo este verano.

Pero lo que sí sé, es que, sin importar el dolor insoportable que me hace temblar... en el fondo...

En el fondo si quiero ser amada. Si quiero mi historia de amor. Si quiero vivir de sonrisas bobas, caricias con la mirada, besos indefinidos que te cortan la respiración, palabras regaladas y guardadas.

Me mentí, porque siempre lo quise.

Y nunca me arrepentí de tenerlo. No me arrepiento de Pierre ni siquiera porque esta historia acabe con dos corazones rotos y sangre salpicada en las paredes.

Llegué sin nada, y me voy sin nada. Como si nunca hubiese existido, como si hubiese sido un sueño entre otros tantos. No tengo el collar, no tengo a mi dragón, no tengo a la abuela Mar, ni a mis dos amigos. No tengo a Pierre. Solo tengo a mamá al volante, tan destrozada como cuando llegamos, y Oliver a mi lado, tan energético como siempre.

La historia no acaba, más bien vuelve a empezar. Se resetea, borrando cualquier huella de la trama, pero no de la memoria. Puede borrarlo todo, quitárnoslo todo, volvernos dos extraños a kilómetros de distancia; sin embargo... mis recuerdos vivirán atormentándome las noches.

Y ¿yo? Yo vuelvo a estar tan rota... como cuando creía que «quizá» quería ser amada. 

OSCURO GÉNESISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora