Hogar mágico

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—¿Mostrarme algo? —pregunto con una espesa confusión debido a su cambio de actitud.

—Sí, es... Es importante, necesito que vengas conmigo.

Me toma de la mano y obliga a avanzar, pero, cuando intenta salir por el umbral, lo freno en seco.

—¿A dónde vamos? —formulo en voz baja, mirando de reojo el pasillo vacío.

—Al bosque. —Frunzo el ceño ante su respuesta—. Juro que me quedaría aquí contigo todo el tiempo que sea posible. Pero ya es momento de enseñarte lo que vienes pidiéndome desde que llegaste a Shungit.

—¿Lo dices en serio? —chillo y la mirada se me ilumina de emoción.

—Muy en serio.

—Pero... ¿Cómo...? —balbuceo. No comprendo la velocidad con la que cambió su decisión al haber visto la pintura y lo apurado que va ahora—. ¿Qué sucedió?

—Tú sucedes. Siempre.

Bajamos la escalera casi corriendo y salimos de casa como un relámpago. Comenzamos a caminar por la acera hacia el camino que te adentra en el bosque, y cada vez entiendo menos.

—Tienes el mismo dibujo que llevo en el pecho en tu habitación, Brid —suelta mientras apuro mis piernas para alcanzar su velocidad arrebatada.

—Oh, no me digas. —Espero una risa que nunca llega. Mi ironía no le gustó nada, así que me centro y añado—: ¿Y qué significa eso? ¿Tiene relación con nuestra conexión acaso?

—En algún punto sí. Aunque esas alas no tienen que ver en absoluto con el intercambio de energía. Es algo más... —Busca y busca alguna explicación adecuada—. Ya lo verás, espera que lleguemos.

No, no me impacienta en lo más mínimo la actitud que lleva ni lo que está diciéndome... ¡Mierda! Odio que sucedan estas cosas, que me ahogue de intriga por no saber explicarlo y me pida una y otra vez que tenga paciencia. Es injusto, pero no lo entiende.

Cuando recorremos los caminos internos del bosque me sudan las manos. No desconfío de Pierre, sino de las direcciones que toma, lo desviados y alejados de la biblioteca que vamos.

Me hace falta Oliver para cuidarme la espalda. Dudo de cada paso que doy, de cada ruido que oigo, por el hecho de sentirme desprotegida sin mi perro. Suena a una estupidez, pero ha sido mi fuente de seguridad durante años y ni Pierre puede igualarlo a pesar de superarlo en fuerza, volumen, inteligencia y poder.

Pierre me obliga a frenar en un punto aleatorio luego de caminar unos largos minutos. Al menos, según yo, demasiado aleatorio, además de sumamente espacioso entre árbol y árbol. Y comienza a saberme a muy mala idea cualquiera de las cosas que quiera hacer.

—No planeé esto, ¿bien? —relata, analizando nuestro inmenso alrededor y calculando quién sabe qué—. Por lo que debo pedirte un favor.

Me mira fijamente al no recibir reacción en un intento de apurarme a contestar, entonces afirmo rápidamente con la cabeza.

—Pídeme lo que quieras.

—Por nada del mundo te alarmes o intentes escapar de lo que va a suceder ahora. No corras, no te alejes. Tú solo observa, luego te lo explicaré todo.

—¿No puedes adelantarme algo...? —indago al notar como mis nervios se dispararon ante ese pedido.

—No —me interrumpe—, porque no me permitirías proseguir sino.

Doy un suspiro que sirve poco y nada porque comienza a desabrocharse la camisa con impaciencia y el corazón me vuelve a galopar en el pecho. Se la quita de un tirón y me la tiende. Abro los ojos de par en par con cierta intriga.

—Tenme esto, nena.

Las palabras se agolpan en mi boca y no sale ninguna. Mis ojos recorren su cuerpo mientras da unos pasos atrás para quedar a unos largos metros. Desconozco sus intenciones por completo, y más cuando literalmente se ha sacado la camisa en medio del helado bosque.

No digo que no me entretenga que lo haya hecho, porque es... es como ver un monumento de eso que no le puedes sacar los ojos de encima, pero se me está yendo la cabeza, me cuesta pensar con claridad en el pedido que me hizo hace unos segundos.

—¿Lista? —me dice con una leve sonrisa.

—Lista —contesto, aunque lo último que creo es estar lista para cualquiera de las sorpresas que vega a continuación a pesar de haberla esperado hace semanas.

Da un suspiro y cierra los ojos, llevando toda la concentración a su interior, como pudiese ver dentro de él mismo. De nuevo, una luz blanca me enceguece. No tiene que ver con el collar, no tiene que ver con el Ónix, proviene de Pierre, de su propia piel.

Los ojos se le tiñen de un verde tan intenso como cuando lo tomé por sorpresa en el bosque aquella vez. Y, al igual que con Colin, las venas se le tiñen de a poco. Pero no de color negro, sino de un blanco impecablemente puro que se transparenta en su piel clara.

Impulsivamente doy un paso atrás, y me detengo. Me vuelvo a mi lugar. «Confía...», me repito una y otra vez.

La luz se extiende a sus costados y comienza a avivarse cuando se da la vuelta y presencio como su espalda cargada de músculos se desgarra en dos líneas paralelas perfectas. Ahogo un grito. Él no parece sufrir en absoluto; no hay rastros de dolor en sus facciones cuando puedo mirarlo a la cara de nuevo. Al contrario, parece disfrutarlo, gozarlo a más no poder.

Un par de alas emergen de las heridas sin sangre. Crecen y crecen hasta llegar a medir unos dos metros de largo cada una, haciendo parecer al chico una bestia inmensa y más poderosa de lo que jamás he visto.

Se me cae el alma a los pies, me quedo boquiabierta con las manos temblorosas a mis costados.

Los destellos envuelven a Pierre en un círculo hasta que se acumulan en un punto concreto en lo alto y desaparecen de un chasquido entre el mismo aire. Todo se esfuma, como si nada hubiese acontecido.

Mantengo mi mirada en él, intentado encontrarlo detrás o dentro de lo que sea que tengo enfrente. Y ahí está. Me sonríe e invita a acercarme.

Dejo la camisa sobre un tronco caído y doy pasos sigilosos hacia Pierre. Las alas me desconciertan, quiero aceptar que ahí están, unidas a él, pero me resulta tan ilógico e imposible que presiento que solo estoy en un absurdo sueño y pronto acabaré despertando.

—No te asustes, ven —me anima como si de un perrito se tratara al notar cuanto tardo en recorrer la distancia que nos separa.

Me arrimo. Su respiración está normal, su sonrisa está normal, él está normal. No hay cambios en lo que el interior de Pierre respecta, solo en su exterior, lo que me da razones para calmarme e inhalar con paciencia.

Analizo cada detalle, su torso robusto, sus grandes brazos, el tatuaje en su pecho. Las alas son aún más increíbles, me recuerdan a la de los murciélagos, con una estructura de la que se sostienen secciones membrana de piel. Son completamente de color blanco, además de ásperas y flexibles.

Al percatarse de lo fascinada que estoy, pliega un ala y la acerca lo suficiente para que pueda acariciarla. Lo hago, apoyo mi mano y siento el calor que desprenden.

Lo miro a los ojos con urgencia.

—¿Eres un...? —intento preguntar, pero verdaderamente no sé qué es.

Busco entre mis recuerdos alguna imagen que haya visto en películas o series acerca de seres fantásticos. Sin embargo, ninguno coincide con las características de Pierre. Nada de lo que alguna vez haya visto se asimila con esto.

—¿Un dragón? —contesta, enmarcando una ceja con cierta diversión—. Sí, soy un dragón plateado. Y Shungit es el pueblo de los dragones.

OSCURO GÉNESISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora