—Si preguntan, diles que te has caído en un charco de agua en el bosque al salir de la biblioteca —responde Melanie con gracia mientras se limpia la sangre seca del brazo derecho.
Al acabar la pelea, volamos hasta la biblioteca con internaciones de regresar al pueblo. No sé qué será de los dragones negros, pero estamos fuera de la casa de la abuela, agotados dentro del auto, planeando una lista de excusas para decir en el momento que pregunten por qué llegué hecha un desastre. Decírselas a mamá, en realidad. La abuela debe saber de sobra que estuve haciendo durante toda la tarde fuera de casa.
A simple vista, se puede deducir que un camión me ha atropellado. Aunque, no es un caso muy lejano. Me duele la espalda insoportablemente debido a como Colin me estampó contra el árbol; prácticamente si me atropelló.
—¿Y cómo explicas esto? —murmura Pierre, mostrándole las marcas de las garras enterradas en una de mis muñecas. Tiene razón, eso no será tan fácil de excusar.
Traía en mi bolso unas prendas extras, porque mi blusa se destrozó en la pelea. Sin embargo, mi pelo, mi pantalón y mis zapatos están empapados aún. Las lastimaduras empeoran las opciones; no sé qué diré al respecto.
—¿Un pájaro rabioso te mordió? —Se encoje de hombros—. Es un pueblo tan raro que esa mentira podría pasar desapercibida.
—Los pájaros no tienen dientes, no pueden morderla —corrige Jasper.
Melanie pone los ojos en blanco.
—Me refiero a un pájaro hibrido que tiene dientes, Jas. De esos que solo existirían en Shungit, obviamente.
—Solo di que te caíste y ya —se adelanta Jasper para que nuestra amiga no comience un cuento que, probablemente, no vaya a terminar hasta una hora después.
Afirmo con la cabeza y me vuelvo hacia el frente.
Los colores del atardecer relucen en el cielo, la lluvia ha desaparecido al igual que las nubes grises. Las señales de la batalla desaparecieron. Queda nada más que agua estancada en las aceras, lastimaduras en nuestros cuerpos y recuerdos perdidos de dragones masacrados en las profundidades del bosque.
Sea como sea, esta batalla la ganamos los dragones plateados.
***
—¡Hola, abue! —exclamo en voz alta y fuerte al entrar. La sala huele a vainilla por culpa de las velas encendidas en la mesa de café y a las plantas húmedas de interior.
Necesito un descanso.
Me lanzo al sofá. Siento como todos mis músculos se alivian, y saludo a Oliver. Mi perro viene corriendo hacia mí y salta sobre mi cuerpo. Está eufórico. Pobrecito, me olvidé de él durante la mayor parte del día, debió esperar mi llegada con demasiada impaciencia.
Mientras acaricio a Oli, me extraña no recibir respuesta. Si las velas están encendidas, tiene sentido que haya alguien aquí. El silencio se apodera de la casa como en plena noche de invierno, lo que en absoluto ayuda a mi nerviosismo acerca de las excusas que tengo preparadas.
—¿Abuela Mar? —vuelvo a llamar.
Escucho sus pasos en el pasillo, lo que me hace sonreír. Pero, al verla aparecer, se me borra cualquier rastro de emoción. Lleva la decepción y tristeza escrita en la cara, espera una catástrofe que aún no empieza.
—¿Está todo bien...? —indago, sentándome con mejor postura.
Se cruza de brazos y me esquiva la mirada, entonces escucho un portazo en la planta de arriba. «Mamá», me digo. Mamá sucede, nada está bien. Me pongo alerta apenas baja las escaleras, enfurecida. Mi cerebro ya estresado no entiende a qué se debe tanta irritación y, para empeorar, parece que soy la culpable.
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OSCURO GÉNESIS
FantasyBridget Wilson tiene un único propósito este verano: desconectar de los problemas que la separación de sus padres le lanzó encima, y supervisar que su madre sane su marchitado corazón. Con eso en mente, ambas viajan desde Toronto hasta Nelson, Colu...