Caigo de costado y abro los ojos, asustada, repentinamente helada. Ya no hay burbuja ni viento, ni luz, todo está impecablemente en orden. Pierre sigue en el mismo sitio; sin embargo, no alcanzo a ver su cara. Me obligo a reincorporarme entre quejidos, me duele todo el cuerpo, y me resulta extraño no recibir palabras.
Cuando me pongo de pie, me percato de lo pesada que me siento, llena por dentro y por fuera, como si cargase con kilos y kilos extras encima. Me tambaleo un poco hasta que me estabilizo, y me obligo a levantar la mirada. Pierre me analiza, boquiabierto, y da pocos pasos en mi dirección.
—¿Qué sucede? —pregunto. Sigo con el corazón retumbando en el pecho, alocado y lleno de adrenalina.
Pierre me guía hasta el espejo que instalé en el escritorio y se coloca detrás de mí, me obliga a ver mi propio reflejo. Me tapo la boca con una mano para no pegar un grito de impresión y doy un paso atrás, chocándome con su pecho, cuando me doy cuenta que... ha sucedido.
Ya somos dos.
Los guardianes de Shungit. Completamente puros.
Unas alas blancas con una estructura fuerte salen de mi espalda. No son tan grandes como las de Pierre, lo esperaba, pero son sumamente hermosas.
Pruebo el control sobre ellas, es lo primero que se me ocurre hacer. Las muevo de adelante hacia atrás con cuidado. Me cuesta trabajo, no responden siempre que lo deseo e ignoro el porqué.
Siento mis músculos más potenciados y resistentes, tan capaces como nunca imaginé, y un cosquilleo en mi cabeza que va de aquí para allá, una electricidad incontrolable. Mis venas están de un color blancuzco pálido que combinan a la perfección con las alas.
—Estás preciosa —me susurra Pierre, colocando sus manos en mi cintura para sostenerme.
Me volteo para quedar cara a cara con él, esto no es todo; no he olvidado la nostalgia que me dejó ver al abuelo Nick. A pesar de esto, que de por sí es muchísimo para procesar, tengo un nudo terrible en la garganta. ¿Pierre sabía que eso sucedería? ¿Era posible encontrarme con el abuelo? Ya está muerto... ¿o no? Soy un revuelo de preguntas.
—¿Qué? —murmura al ver mi cara de espanto—. ¿No te gustó?
—No, no es eso.
—¿Segura? Juro que te ves increíble. Además, aprenderás rápido, yo te ayudaré. Jasper y Melanie también estarán cuando los necesites o quieras...
—Pierre —lo interrumpo con urgencia y lo obligo a mirarme a los ojos—, vi a mi abuelo.
Se silencia, se queda atónito.
—Vi a Nick —le repito—, antes de acabar el proceso.
—¿Qué dices?
—Estaba ahí, en un plano totalmente blanco, como un holograma. No sé qué fue, pero apareció mágicamente. —Trago saliva con fuerza—. Me sonrío, Pierre. Estaba ahí.
—¿Te... te habló?
Niego rápidamente con la cabeza.
—Me sonrió, solo eso —contesto y le doy permiso a un silencio extenso. Espero, pero Pierre está más pensativo que yo, como si no entendiera la posibilidad de lo que le cuento—. ¿Tú crees, de casualidad, que esté...? No lo sé... —La idea me revuelve el estómago—. ¿Vivo?
—No, nena. Nick murió por una enfermedad, su dragón no pudo evitar eso ni aunque hubiese querido.
—Pero los dragones no mueren tan fácilmente.
—No cuando este está dentro de su dueño. A cierta edad los dragones abandonan los cuerpos; los guardianes los heredan a la siguiente generación, el resto desaparecen en otro plano, ¿entiendes?
—¿Y entonces? —Me desespero, exploto por dentro—. ¿Qué fue eso?
—La última cita, así de simple.
—¿Cita?
—Se despidió de ti —explica—. Quedaba una parte de él guardada con su dragón ya que no estuvo presente para entregártelo por su propia cuenta en persona. Ya no queda nada, desapareció completamente.
«Sí hubiera una manera de verlo por última vez, haría lo posible para alcanzarlo, aunque implique lo más complicado de mi vida».
Lo deseé hace tiempo, y lo tuve. Una última sonrisa, una última oportunidad. Un regalo. Una parte de él estaba dentro del mural junto al dragón y la energía que destinó para mí. A Pierre no le sucedió algo ni similar porque Marjorie estaba presente, y lo sigue estando, para entregarle su herencia.
—¿No lo volveré a ver? —cuestiono, aunque sé que es obvio. Sin embargo, necesito escucharlo en voz alta para creerlo, para no encapricharme con esos pocos segundos que definieron mi año entero.
—Nena...
—Dímelo —le pido, tirando de su camisa—. Dime que no lo volveré a ver.
—No, no lo verás nunca más.
Suspiro y afirmo con la cabeza.
Es todo.
Me volteo y acerco al espejo para verme de cerca, no quiero llorar por esto, no pienso decaer por algo que creí superado hace meses. Soy un dragón, y no puedo asimilarlo porque estoy abombada. No esperé que el primer momento con estas alas y energía circulándome dentro fuera tan desesperante. El problema es que no me desespera el propio poder, porque tengo la seguridad de Pierre conmigo, sino ese pantallazo repentino que no estaba en los planes.
Pliego mis alas y las acaricio para sentir su rugosidad por primera vez. Están calientes; son flexibles y suaves. Se sienten demasiado similares a las de Pierre, con la diferencia de que las suyas están más gastadas y vaya a saber cuántas veces regeneradas. A pesar de lo extraño que es moverlas y controlarlas, no son pesadas. Son un trozo de nube colgando de mi espalda que se sostiene sin explicación lógica.
—¿Quieres que hablemos un rato? —me pregunta Pierre, sin haber dejado atrás mi reciente momento—. Si necesitas contarme algo, estoy abierto a escuchar.
—Te agradezco —respondo, viéndolo con cariño a través del mismo espejo—. Pero no quiero enfocarme en eso. Quiero practicar, quiero usar mis alas.
—¿Ya quieres empezar?
—Sí, si es posible y tienes tiempo.
—Siempre tengo tiempo para ti —destaca—. Ahora guarda al dragón y vamos al bosque a practicar.
Sonrío y me dedico a buscar por mi propia cuenta cómo volver a mi estado común, fuera del dragón, porque me siento tan unida a esa energía que dudo de cómo llegaré a separarme de ella a mi antojo. Pero es un caos, un tornado, así que añado con vergüenza:
—¿Me enseñas a hacer eso?
—Claro, cierra los ojos —indica; lo hago—. Vas a sentir a tu dragón actuando junto a ti, mándalo a dormir un rato, oblígalo a esconderse dentro.
Lo explica idénticamente, es eso lo que siento, como si una sombra o capa fina de energía estuviese sobre mí y me protegiera constantemente. La llamo a mi interior, chasqueo los dedos para que el perrito vuelva a casa. La capa vibra y se compacta lentamente para formar una burbuja blanca, algo cristalina pero con partículas gruesas similares a la arena, las cuales entran a mi pecho mediante un hilo que toma una velocidad veloz hasta consumirse.
Cuando abro los ojos, ya no hay alas, venas blancas o pesadez en mi cuerpo. Creí que sentiría esos cambios en mi piel, que sentiría la diferencia, pero no. Chequeo mi espalda en el espejo, y no me encuentro con absolutamente ningún rastro de herida o quemadura, tal cual funciona Pierre.
—¿Eso es todo? —exclamo con el ceño fruncido.
—Eso es todo...
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OSCURO GÉNESIS
FantasyBridget Wilson tiene un único propósito este verano: desconectar de los problemas que la separación de sus padres le lanzó encima, y supervisar que su madre sane su marchitado corazón. Con eso en mente, ambas viajan desde Toronto hasta Nelson, Colu...