Ojos que ven y ojos que no ven

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Me siento en el suelo de mi habitación con la dona y el café Latte para curiosear un poco en los libros que habían sobre el escritorio el día que llegué; esos que saqué para plagar el espacio con mi maquillaje. No los he revisado aún, y vengo queriendo hacerlo desde que los vi. Además, no descarto encontrar alguna buena pista o información que me sea útil.

Me pongo mis auriculares para escuchar un poco de música. Elijo «Wow.» de Post Malone y doy comienzo a mi tranquila hora de disfrute. Oliver está afuera, en el jardín, así que no me preocupo por él. No me preocupo por nada.

Los libros parecen ser bastante viejos, me pregunto si habrán venido con la casa o la mudanza los trajo hasta aquí. Aunque nunca los he visto y, si hubiesen sido de la abuela antes, los tendría que reconocer. A pesar de lo antiguo que se ven, están bien cuidados. No hay ninguna hoja rota ni doblada.

Paraíso para los lectores.

Los hojeo pacientemente. Los primeros dos son de ciencia ficción, lo que despierta mi interés. Me propongo leerlos, parecen entretenidos, y pueden llegar a salvarme en alguna semana de aburrimiento en estas vacaciones. Los siguientes dos parecen ser de mitología. Nunca entendí sobre eso, a pesar de que he tenido algunas clases en las que me han obligado a leer un par de historias.

Abro uno y me entero que trata de seres mitológicos. Tiene unos gráficos muy bonitos y prolijos, además de letra diminuta que permite adentrar muchísima información. Cuenta el origen, detalle los poderes y explica comportamientos de cada uno de esos seres.

Y el siguiente (el último) trata de piedras preciosas, cristales, energías, y cosas que no entiendo en absoluto porque no me interesan en primer lugar, me aburren más de lo normal.

Siendo sincera, no tengo ni la más mínima pizca de ganas de leer todo eso, exceptuando los de ciencia ficción, por lo que dejo los cinco libros a un costado con cierta decepción. Y justo a tiempo, porque mamá entra por la puerta sin haber emitido ni un sonido antes.

—Ey —murmuro con el ceño fruncido al haberme hecho pegar un salto—, debes tocar antes.

—Lo siento, hija. —Atraviesa la habitación y deja sobre mi cama una pila de ropa limpia—. Te traigo esto, ordénalo luego.

—Sí, claro.

Sé perfectamente que voy a meter toda esa ropa al armario de la misma forma en la que ella la dejó en la cama. No me gusta doblar ni organizar. Mi técnica es tirar todo dentro del armario y cerrar la puerta antes de que se caiga. Siempre funciona.

Mamá me mira con ternura antes de salir, apoyándose en el umbral de la puerta.

—¿Por qué estás tirada en el suelo? —pregunta riéndose.

—Porque me gusta, está frío y sirve para combatir el calor.

—Pero tienes el aire acondicionado para eso.

—Lo sé. —Pongo los ojos en blanco y reitero—: Pero me gusta el suelo.

—Está bien, es tu decisión. —Me encojo de hombros y ella se vuelve a reír.

No da un paso atrás ni uno adelante, no se mueve y ya pasaron unos segundos de silencio, eso quiere decir que va a hablar conmigo de algo importante, o va a intentarlo. Lleva incorporado el mismo método ante circunstancias serias que usa la abuela Mar.

—¿Cómo has estado, Brid? —habla al fin—. Hace más de una semana que hemos llegado y no te lo he preguntado.

—¿Que cómo estoy? —repito, porque no sé la respuesta. Físicamente bien, intacta e impecable, pero mentalmente un tanto confundida con absolutamente todo.

OSCURO GÉNESISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora