Regálame una sonrisa

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Dejo que el agua me recorra el cuerpo, que empape mi pelo y las gotas caigan por mi espalda. Siento el frío en mi piel, penetrándose hasta saciar mi ardor interno. La lluvia de la ducha me obliga a cerrar los ojos y respirar hondo unos buenos minutos.

Me hecho acondicionador en las puntas del pelo y lo peino para desenredarlo con cuidado, sin dañarlo. Lo enjuago. Cuando ya he acabado, salgo de la ducha y me envuelvo en una toalla blanca para volver a mi habitación.

Cierro la puerta a mi espalda; Oliver está esperándome mientras juguetea con una cuerda vieja encima de mi cama, desordenando las sabanas. Me dedico a buscar mi pijama y ponérmelo, luego me envuelvo el pelo con otra tolla más pequeña para poder sentarme en el escritorio y mimar un poco mi cara con un buen skincare.

Suena «Chemical» de Post Malone de fondo, y no puedo evitar darle vueltas en mi cabeza a las últimas horas que he pasado con Pierre, a sus palabras, a la nueva normalidad que tanto me aterra aunque no quiera expresárselo por completo.

Sé que está al tanto. Lo debe notar en mis expresiones o en mis acciones; todo este tema de seres mitológicos, energías y armas letales es un nuevo sabor en mi boca. Jamás me había sentido tan perdida. Pero no conmigo misma, sino con el resto, con lo que debo afrontar. No sé cómo hacelo, por dónde empezar.

Tengo a Pierre, a la abuela Mar; incluso a Melanie y a Jasper. Pero ¿será suficiente? ¿Yo seré suficientemente capaz?

Esparzo una crema rosa en mis mejillas y miro el mural enfrente de mí. Debo preguntarle a Pierre que significa, aún no me lo ha dicho. Recuerdo el tatuaje decorando su pecho, dándole su especial toque. ¿En que se conectan los dibujos? ¿Cuál es el sentido de ambos?

Me percato que llevo rato con la mirada fija en las alas esqueléticas cuando Oliver comienza a gruñir. Me obligo a mirarlo, tiene una de las cortinas de tul que decoran la cama en la boca y tira de ella como si fuese un juguete de su colección.

—¡Oliver, no! —le grito y me paro corriendo a detenerlo.

Se frena, soltando la tela, y me mira con cariño al igual que un angelito inocente mientras mueve la cola de acá para allá.

Quiere comer, esa es la razón de su escándalo. Siempre lo hace cuando tiene hambre, así que me apresuro a verter un poco de pienso en su plato plateado. Él corre hasta su comida y la devora a toda velocidad.

—No vuelvas a intentar romper ninguna cosa de la habitación —le digo, pero me ignora, claramente.

Apago la música para bajar a cenar. La abuela preparó pastas esta noche; me lo aseguró apenas volví del bosque con Pierre. Y, como estoy tan segura que ningún plato de la abue falla, me entusiasmo bastante. ¿Cómo es posible que la comida me haga tan feliz?

Desciendo las escaleras y me adentro en la cocina para desplomarme en una silla, apreciando la olla humeante en las hornallas y el exquisito olor a salsa.

—¿Qué tal, mi niña? —formula la abue apenas nota mi presencia, sin levantar la mirada de la preparación que está revolviendo.

—Algo cansada. Fue un día largo.

Y estresante. Y abrumador.

—¿Te ha ido bien con Pierre? —suelta en voz algo baja y no puedo evitar esbozar una sonrisa que intento ocultar.

—Me ha ido excelente. Aunque ser guardiana de Shungit no era lo que esperaba cuando acepté venir este verano.

Se ríe, y no me quejo. Su risa me trae paz y demasiada familiaridad, al igual que el Ónix blanco que llevo. Es como tenerla a ella y al abuelo siempre conmigo. También a Pierre, claro que sí, es como estar a su lado constantemente sin importar la distancia que nos separe.

OSCURO GÉNESISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora