Sacado de un cuento de hadas

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Las palabras golpean mis recuerdos y se unen a ellos. El rompecabezas toma sentido, se arma, se adapta. Encuentro el sentido a los peligros, la sangre y peleas, las joyas y prendas caras, y cada detalle que tan extraño me resultó en Shungit.

Como si me hubiesen tirado un balde con agua helada en la cara, me lleva tiempo y trabajo procesar lo que Pierre acaba de soltarme. Parece una bomba atómica explotada en mi cerebro.

De un momento a otro paso de apartar la ficción de la vida real a imaginar que los dragones no son solo seres extraordinarios y majestuosos de libros que leía en clases ni de películas famosas.

Son reales.

Tengo un dragón plateado enfrente.

Lo puedo ver con mis ojos. Lo puedo tocar.

Me tiemblan demasiado las manos e intento esconderlas como comúnmente suelo hacer detrás de mi espalda, pero Pierre las toma primero y las acaricia para transmitirme algo de tranquilidad.

Consideraba a Pierre un chico sumamente poderoso. Pero poder proveniente de la seguridad, de su irresistible físico, de su actitud provocativa. Luego pasé a creerlo poderoso por el hecho de portar un Ónix blanco que genera cientos de cosas como si fuera magia de cuentos.

Y ahora... ¿qué pienso de Pierre? Traspasó todas las barreras que pudo, me sorprendió a niveles inexplicables. Es un maldito dragón. ¡Tiene alas! Y puede lograr que nazcan de él cuando se le dé la gana.

Estoy tan mareada y sofocada que deseo volver el tiempo atrás y revivir un rato más el beso con Pierre. Me encantaría tener mis labios contra los suyos, desestresarme por completo, en vez de estar comiéndome la cabeza con esta nueva idea de seres mitológicos en la vida real.

No sé si me gusta, no sé si acepto otro cambio en lo que creía lógico. No tengo tiempo para frenar a preguntarme que pienso al respecto.

—¿Quieres preguntarme algo? —indaga con una tremenda paz que no tengo idea cómo conserva—. Puedo responder lo que desees de ahora en más.

—No... No, es que no. —Niego con la cabeza. Aun no comprendo—. Debo volver a casa.

Me volteo e ignoro cualquier promesa que acepté cumplir. Me apuro, casi que me echo a correr. Necesito aclarar las ideas, calmarme y pensar con inteligencia, pero las blancas alas de Pierre se cierran y me acorralan, negándome la pasada.

—Brid, no te alarmes. Por favor —me dice con urgencia.

Entierro las uñas en las palmas de mi mano. Me siento en un laberinto sin salida. Debo enfrentarme a esta nueva noticia, cueste lo que cueste. Al fin y al cabo yo pedí enterarme, yo insistí hasta acabar en gritos que no me oculten los secretos de Shungit.

Ese gran secreto, entre algunos otros, los tengo enfrente ahora mismo. Y no quiero afrontarlo. Pierre tenía razón, no estoy ni estaba preparada para esto, nunca debí desearlo.

—Te parece una locura. Lo sé, porque es una locura —añade—. Pero no debes tener miedo. Los dragones no fuimos hechos para aterrorizar a las personas.

—¿Entonces para que fueron hechos? —Me volteo hacia él.

—Para proteger la energía que guardan las piedras, cuarzos y cristales. Para proteger lo poderoso, lo que aún no está listo para salir a la luz.

Me pierdo en sus verdes ojos esmeraldas, en su tono pasivo, y me decido a escuchar lo que sea que tenga para decir. Vuelve a plegar sus alas para dejar de encerrarme con ellas. Confía en que no voy a salir corriendo ahora.

—¿Alguna vez imaginaste una vida con dragones, poder y energía apta para ser moldeada?

—Jamás —respondo. Nunca se me ocurrió ni siquiera intentar sacarlo de la ficción para traspasarlo a la realidad—. Solo existe en libros y películas.

OSCURO GÉNESISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora