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Terror

— Agust, te diré algo que debes hacer mientras estés en esta habitación — pausó. — Primero nunca debes cerrar los ojos o apartarlos de lo que estoy haciendo y segundo, no te atrevas a escapar, ¿entendido? — preguntó en un tono autoritario que le puso la piel de gallina al menor por primera vez. Sonaba serio.

— Entiendo — contestó no muy convencido, pero era una orden y debía seguirlas aunque fuera en contra de su voluntad.

— Perfecto — se separó para dirigir sus pasos hacia su nueva víctima. — Empecemos — anunció más para si mismo que para alguien más.

Primero tomó un katana, era larga, delgada y se veía tan filosa que podría partir a alguien a la mitad. El sistema de poleas fue manipulado y ahora el tipo era estirado de brazos y pies flotando en el aire, jadeando de dolor.

Agust D se puso en el lugar de aquel sujeto tanto que hasta pudo sentir el dolor de aquel estiramiento. Sin duda no querría estar en su lugar. No sabía lo que habría hecho el tipo para mercer tal cosa, pero no creía que nadie se lo mereciera. Ahora que tomaba el papel de víctima había estado muy reflexivo. Tal vez siempre fue como dijeron, no sabrás lo que se siente hasta que te pase. Tal vez el Karma lo había perseguido y ahora estaba pagando su deuda. ¿Tanto debía? ¿Cuánto debía de deuda tanto como para que lo esté pagando de esta manera? Con un sujeto que parece querer torturarlo hasta hacerlo perder la cordura y en cualquier momento tenerlo de esclavo sexual para cumplir sus más bajos, retorcidos y fetichistas deseos. Solo de pensarlo le daban escalofríos y ganas de vomitar.

Las cosas empeoraron para ese tipo, pues Jack había tomado impulso y como si de un carnicero con una hacha se tratara rebanó los tobillos del sujeto en un solo corte. La sangre salió en gran cantidad bañando el piso y parte de la pared, los pies del sujeto yacían en el suelo, espasmos hacían que se movieran, eran los espasmos de la carne a punto de morir. El encadenado gritó tan fuerte que ensordeció a ambos por algunos minutos, pero Agust no puso real atención al grito, estaba más perdido en el impacto. Sangre. Había mucha sangre. Sintió algo húmedo en sus mejillas y lo tocó. Oh no. No, no, no. Era sangre. El peliblanco sentía su mirada desenfocada y su respiración entrecortada, su corazón se aceleró al punto de la taquicardia. ¿Estaba sufriendo un infarto?. Cada vez se le iba más el aire, pues aquel acto empeoraba a cada segundo.

Las piernas del sujeto fueron rebanadas de poco a poco, pero no murió por desangrarse,  ya que, el bufón había impedido la hemorragia con unos torniquetes en la parte superior del muslo. El tipo estaba pálido por la pérdida de sangre, pero seguía con vida, lo cual era perfecto para el verdugo, pues no debía morir mientras llevaba a cabo lo siguiente. Antes se ello, miró de reojo al Hacker, al hacerlo pudo darse cuenta de su rara actitud, repentinamente estaba transpirando, casi hipervéntilandose y tenía una mirada de horror, una mirada como la de las mil yardas. Era raro, sí, pero no era malo, era más que bueno, aunque debía hacer algo antes de seguir con el show.

— ¡Recuerda, Agust! No apartes la mirada — recordó con unas sonrisa gigante sacando de su ilusión al mencionado por un segundo, para volver a ella segundos después, pero aún así tenía la mirada fija en el pobre sujeto que lloraba por el inmenso dolor y pedía misericordia a su verdugo y al señor Jesucristo, se lamentaba por las cosas que hizo mal y por las que no había hecho. Se preguntaba si él haría lo mismo en una situación de tal magnitud.

El bufón paseó la navaja en sus dedos, antes de clavarla en el estómago del tipo para abrirlo exponiendo sus sus huesos y órganos al espectador que ahora tenía ganas de vomitar por las miles de vueltas en su cabeza. Todo menos sangre. No quería sangre. No quería sangrar. Miedo. Terror.

El juguete del BufónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora